Los Farruco

#MAKMAMúsica
Entrevista a Los Farrucos
‘Un cuento de Navidad’, de Farru
Dirección musical: Josemi Carmona
Farru, Farruquito y La Farruca, con la colaboración de Soleá, El Moreno y Pilar la Faraonita junto a otros artistas de la saga flamenca
Teatro Olympia
Sant Vicent Mártir 44, València
9 de enero de 2023

A una hora y pico de que se abran las puertas, un teatro es un callejón enmoquetado de rojo que conduce a un escenario pelado. A un lado y al otro del pasadizo, entre butacas vacías, se espesa un silencio que se permite solo el acompañamiento, casi excesivo, del siseo caliente de los focos probando luces.

Si en ese teatro se acaba de producir el desembarco tumultuoso de Los Farrucos, el espacio se puede transformar en cualquier cosa. “La Maestranza, una academia de danza o un cortijo de Jerez”, como dicen las bulerías, o el primer día de rebajas, una fiesta patronal con charanga y petardos o una jam session, también.

El Teatro Olympia de València acogió el pasado día 9 de enero el estallido de piernas del nuevo espectáculo de la familia Fernández Montoya, un clásico de la temporada de invierno que elige la Navidad para empezar a rodar. En cada gira, Los Farrucos invitan a entrar al público, de alguna manera, en la vida de la saga y el personal asiste al relato de un cuento a punto de desbordarse, de curvas perfectas y doblado por el peso de muchas noches de gloria.

Los Farrucos reverencian las maneras y la filosofía del abuelo, al que por más familia que sea llaman «maestro», pero han llegado más allá de lo canónico a fuerza de convertir el baile en un espectáculo, inevitablemente comercial, pero anclado en la costumbre y la pureza. Con un sombrero de ala ancha y un garrote, el abuelo Farruco fue quien porteó el baile gitano hasta la cumbre más alta del arte en España.

Los Farrucos, en un momento de ‘Un cuento de Navidad’, de Farru. Foto: Sergio Lacedonia.

A aquel genio le sucedieron las hijas, Pilar Montoya, La Faraona, y Rosario Montoya, La Farruca, y a las hijas sus hijos de pelo salvaje y perilla, Juan Manuel Fernández Montoya, Farruquito, Antonio Fernández Montoya, El Farru, y Manuel Fernández Montoya, El Carpeta. Los tres cargan en cada pata un destino. Son jóvenes y viejos a la vez. Si algo tiene empezar a trabajar como una leyenda es que la vida se hace muy larga.

Al margen de la promesa de honrar el árbol genealógico, los espectáculos de los Fernández Montoya son un escaparate perpetuo y embriagador de un estilo que, más que por la atracción exótica, engancha por lo que contaba Hemingway de los toros en ‘Muerte en la tarde’: “El orgullo es la característica más fuerte de la raza, y es de pundonor el no mostrar cobardía”. Sabedores de que son dueños del futuro solo porque están muy en paz con el pasado. 

Se solía decir que la Navidad estaba al caer cuando El Corte Inglés iluminaba sus fachadas. ¿Se puede decir que en el flamenco empieza cuando la familia Fernández Montoya empieza a ensayar su espectáculo?

La Farruca: En casa parece que sea Navidad todos los días.

No acabo de ver una dieta a base de polvorones y mazapanes durante todo el año.

El Carpeta: Aunque nuestro espectáculo se ha convertido en algo que tiene mucho que ver con la Navidad, diría que es atemporal. Trata de nuestra historia y nuestra filosofía: cómo concebimos nosotros el arte, cómo nuestros antepasados recibieron el don del arte en una época mágica que fue la Navidad. La historia de peso es de dónde venimos y hacia dónde vamos, qué somos.

La Farruca: Las fiestas ya hace días que terminaron y nosotros seguimos.

Farruquito: Recibimos el cariño de la gente y cada año vemos más expectación. Ilusiona que el público pueda identificarse no sólo con la Navidad, sino con el mensaje que transmitimos, el de una familia de artistas que intenta repartir emociones.

Farru: La verdad es que hemos celebrado las navidades en septiembre, entrado noviembre… y, mira, ahora estamos en la segunda semana de enero.

Farru y Farruquito, en ‘Un cuento de Navidad’, de Farru. Foto: Sergio Lacedonia.

De un tiempo a esta parte, se ha considerado a la guitarra y el baile los motores del género. Una, por la explosión de creadores e intérpretes; el otro, por el atrevimiento. ¿Hay más alma o más técnica? Se ve, en muchos carteles, a la danza vestida con las ropas del flamenco.

El Carpeta: Para mí, el baile de alma anda un poco perdido. He tenido la suerte de nacer en una familia muy importante en el baile flamenco. Siempre hemos dado un ejemplo, no mejor ni peor, pero sí de pureza y de mucho trabajo. Es nuestro sello. El flamenco es una forma de vivir y, a veces, el baile se vuelve demasiado mecánico. Tiene que ser más alma que técnica.

La Farruca: Al baile no le pueden faltar ni la esencia ni un alma auténticas. La técnica claro que es fundamental, pero los movimientos sin alma no sirven de nada.

Farruquito: Es inevitable.Cada vez que alguien intenta evolucionar, a veces se pierde del propio flamenco. Nosotros somos trabajo, esfuerzo y técnica, pero tenemos claro cómo nace nuestra escuela. El maestro Farruco lo tenía muy claro: decía que el flamenco había nacido de una reunión. Había nacido de las ganas de mostrar los sentimientos de cada uno, donde el pueblo gitano encontraba la alegría a sus penas.

Yo no soy nadie para decir cuál es la verdad del flamenco, pero si todo el mundo es capaz de diferenciar un pájaro de un reptil, debería poder distinguir la danza clásica de la contemporánea y de la que lleva una música, un mensaje y una expresión flamencas. Creo que la gente está un poco cansada de disfraces y busca lo auténtico.

Farru: Hay de todo, gente que apuesta por la emoción; otra que prefiere la técnica. Según cómo concibas el arte. Para mí, el arte va más allá de la técnica, aunque debes tenerla para expresar lo que sientes. Pero antes debes tener conocimiento, estudiar, ser un buen aficionado, para poder transmitir.

Los Farrucos, en un momento de ‘Un cuento de Navidad’, de Farru. Foto: Sergio Lacedonia.

Se insiste mucho en que el flamenco es, ante todo, transmisión, pero probablemente no haya otro género que sea más difícil de verbalizar, en el que los artistas no puedan explicar lo que hacen y cómo. Parece algo más místico o brujeril que una destreza que pueda adquirirse y entrenarse.

El Carpeta: A mí, como aficionado, me gustan tanto el baile como el toque y el cante. La palabra flamenco es muy amplia y atrae a mucho público. Por eso, muchas veces, quien confunde y tiene la responsabilidad de que la gente no sepa qué se va a sentar a ver en un espectáculo es el artista. Los mayores son los que nos guían con su ejemplo y su trayectoria.

Farruquito: Yo lo comparo con hacer las cosas muy bien hechas y con el amor. Cuando te enamoras de una persona no lo haces porque sea perfecta, guapo o guapa, infalible, superbuena gente. Te enamoras y no sabes por qué. Si no te enamoras del flamenco ni eres capaz de emocionar con el flamenco, ¿qué haces? Esa es la diferencia.

No es que no sepa explicarse, es que hay algo en esa transmisión que no se puede explicar. Esto pasa cuando existe una relación entre lo que tú eres, lo que has vivido, lo que sientes, lo que admiras, lo que respetas, lo que amas. Detrás de cada toque, cada cante y cada movimiento hay toda una vida.

Farru: El flamenco tiene ese punto misterioso, ancestral, pero también racial. Antes de ser un género musical era toda una cultura. Yo conozco a muchísima gente que son flamencos hasta la médula, pero no cantan, no bailan, no tocan. ¿Cómo puede ser eso? Porque viven como un flamenco, porque sienten como un flamenco, porque actúan como un flamenco, porque se enamoran como se enamoran los flamencos.

Muchas veces, el músico, el bailaor, el cantaor que expresa algo no te lo puede explicar con palabras. Ningún flamenco se parece a otro y, afortunadamente, no existe un manual de instrucciones para seguirlo y obtener un resultado concreto. Cada uno sentimos de una manera y por eso, también, lo expresamos de una manera distinta. O lo intentamos y no podemos hacerlo.

Detalle de zapateado en ‘Un cuento de Navidad’, de Farru, en el Teatro Olympia. Foto: Sergio Lacedonia.

El patriarca, el maestro Farruco [Juan Fernández Flores ‘El Moreno’], os enseñó con su ejemplo más que con las palabras. No era un profesor al uso que corrigiera gestos o movimientos, ni siquiera a la familia. Su escuela fue haceros oír y pensar.

La Farruca: Ahora se suelen contar los compases…

[«Un-dos-tres, cuatro-cinco-seis, siete-ocho, nueve-diez…», canta acentuando las sílabas]

Pero él nos enseñó a no hacerlo. Haciendo sonidos con la boca nos inculcaba cómo comprender el tiempo, cómo entrar y salir sin pensarlo.

Farruquito: Nos hablaba mucho de su filosofía del flamenco. Me repetía que si hacía muchas veces un movimiento al final lo que tenía era una imitación. Tenía que hacer lo que dijera, pero no lo que hacía, y no estar pendiente del espejo.

Él me decía: “Imagínate que estás durmiendo a un niño. Imagínate que ahora pesas doscientos kilos. Imagínate que ahora pesas dos. Imagínate que estás caminando sobre el agua”. Todo era imagínate.  De tanto trabajar esa imaginación con el movimiento, al final aprendes a expresarte de una forma personal.

¿Qué es la personalidad en el baile? 

El Carpeta: Qué pregunta más complicada. De la mejor forma que podría contestarla sería bailando.

La Farruca: El baile flamenco necesita corazón y alma. La técnica viene con el tiempo. Sin alma ni corazón, ¿de qué sirve?

Farruquito: Yo me fijo mucho en que un artista sea un espectáculo. Crear un espectáculo bonito no es fácil. No le puedo quitar mérito. Tener muy buenas ideas visuales no es fácil tampoco. Hoy en día se plantean propuestas muy bien hechas, muy trabajadas, pero vacías. Falta calidad artística, precisión en el ritmo, una musicalidad distinta.

Todo sin irse del flamenco. Paco de Lucía supuso una revolución para el flamenco, pero murió siendo flamenco. Eso es complicadísimo. Si nos dejamos llevar por las tendencias nos daremos cuenta de que no hay artistas que marquen un camino. 

Farru: Para mí es muy fácil. Cuando alguien tiene personalidad, emociona. Cuando no la tiene, sorprende, pero no emociona.

Farru, durante ‘Un cuanto de Navidad’, en el Teatro Olympia de València. Foto: Sergio Lacedonia.

La forma del baile ha cambiado de manera manifiesta: Andrés Marín se envuelve en plástico (precisamente del material del que decía el Farruco que los jóvenes hacían su baile); Yerbabuena se pringa de barro, Rocío Molina habla de la menstruación, Galván taconea en un ataúd. ¿Y el fondo? ¿Tienen cabida reflexiones sobre temas poco habituales?

El Carpeta: Yo me siento afortunado de no tener que haber inventado nada porque, al fin y al cabo, ya está todo inventado. Ya puedo ponerme a bailar encima de un aire acondicionado, que no voy a aportar nada nuevo. El aprendizaje en casa ha sido muy importante.

¿Cuál ha sido? Mientras no nos salgamos de la escuela de mi abuelo, el inventar, innovar, es muy importante. Igual que nuestro baile es más salvaje, soy muy fan de todos los que has nombrado. Los admiro porque se meten caña y son muy arriesgados. El flamenco no hay que colorearlo tanto, porque ya tiene muchos colores. ¿Para qué?

La Farruca: Eso para mí (que me perdonen, que no quiero ofender a nadie) no es flamenco. Yo valoro cada cosa, pero lo contemporáneo no es flamenco. El flamenco solo tiene tacón, una guitarra y una voz. No tiene plásticos ni tiene gallinas, aunque haya una idea potente debajo.

Farruquito: Debe haberla cuando apuestas por una propuesta y le eres fiel. Me gustaría pensar que es porque sienten el arte de esa manera, no solo por llamar la atención. Sobre gustos no hay nada escrito, pero hay que ser cauteloso y respetuoso con lo que uno ofrece y con qué nombres les pone.

Farru: Por suerte, hay artistas que exponen otros puntos de vista, cuentan historias que antes no se contaban. De alguna manera, amasan y fabrican una nueva forma de expresión. Estoy muy de acuerdo con eso. Pero, para mí, el flamenco tiene mucho que contar. Tiene una profundidad muy grande como para buscar adornos fuera de él.

Faraona, en ‘Un cuento de Navidad’, de Farru. Foto: Sergio Lacedonia.

La vuestra es una familia que entona como pocas voces que el arte flamenco es algo más que un trance, un don o algo accesible solo para unos pocos iluminados. El trabajo, la constancia y el tesón parecen ser lo más importante para inventar una marca, para labrar y mantener el prestigio de un apellido.

El Carpeta: Yo te digo una cosa: el talento es superimportante, ¿vale? Porque, al fin y al cabo, si no naces con aptitudes, ya puedes trabajar duro. Cuando uno nace con talento, que yo no lo tengo, pero he nacido en una fa…

… Habrá más de uno y de diez y de cincuenta que no puedan estar de acuerdo con que no haya talento en lo que haces.

El Carpeta: Mi familia tiene talentazo en el baile flamenco. Yo aún lo estoy buscando. La disciplina, el trabajo duro, son vitales para llegar a crear todo lo que tienes en la cabeza. Una cosa es pensarlo y otra llevarlo a la práctica. Solo se puede hacer trabajando duro.

La Farruca: Date cuenta de que, para nosotros, el flamenco es nuestra forma de vivir. Es como amanecemos, como atardecemos, como anochecemos, como disfrutar en una fiesta, como estar comiendo… Es la vida que llevamos los Farruco. Nos aferramos a eso, no tiene más argumentos.

Farruquito: La persona que tiene un don, lo tiene. Quien tiene sentido del ritmo, de la música, del arte, del gusto… Esa es una sensibilidad con la que se nace o no se nace. El verdadero misterio es que hay gente que, trabajando muchísimo más que otra, transmite mucho menos, porque no transmiten lo que viven, sino lo que trabajan.

Nos referimos al trabajo y al esfuerzo porque llevamos una vida dedicada no solo a la técnica y a lo físico, sino que nunca nos apartamos de la naturalidad, la improvisación, de la afición al flamenco en general. De vivir y compartir experiencias con otros, de respetar, sobre todo, y no sacarnos cualquier movimiento de la manga y decir: “Esto es flamenco”.

Farru: La gente todavía, asombrosamente, cree que uno puede nacer con todas las cualidades que exige el flamenco. Esta es una profesión como una carrera de fondo. Hay mucha gente a la que le viene el don, pero si no hay trabajo, si no hay constancia, si no hay disciplina, ese don nunca puede llegar a desarrollarse. Para esto no puedes pasar un examen y que te den un título. Es una carrera interminable.

Soleá, durante el musical flamenco ‘Un cuento de Navidad’, de Farru, en el Teatro Olympia de València. Foto: Sergio Lacedonia.

Farruquito, en una entrevista contabas que tu padre falleció mientras tú bailabas en el mismo escenario. A partir de entonces, decías, tus movimientos se enlentecieron. Lo que contabas era muy parecido al trastorno psicomotor de la distonía focal de tarea específica (FTSD, en inglés) por el que, de repente, el cuerpo deja de obedecer y la memoria muscular se queda en blanco. Si eres músico, tienes un problema. ¿Y un bailaor? ¿Cómo se sobrepone?

Farruquito: Por lo que me dijeron los médicos y los psicólogos, en ese momento pasé algo así, aunque no estuve diagnosticado. Para mí fue un choque muy fuerte. Yo era muy joven, tenía 18 años y lo que noté era que no podía bailar, mis pies y mis manos no podían moverse solos. Desde niño siempre he sido muy nervioso, hacía compás hasta con los dientes, pero me tiré un año sin pensar en el ritmo ni en nada.

De un día para otro, me desperté con el pensamiento de que tenía que bailar porque mi padre así lo habría querido. Con la música era donde más feliz me veía, tocando el piano, la guitarra, componiendo, escribiendo… Y muy pronto empecé a reconectar con el baile. Ese fue el único año de mi vida que pasé quieto.

Lo mismo que te quitó las ganas de bailar te devolvió la fuerza, más o menos.

Farruquito: Yo hacía mis grabaciones y, como me daba vergüenza mostrársela a mi padre, se las dejaba en la radio del coche para que, cuando se montase, las escuchase tranquilito. Entonces, empecé a recordar todo eso y nadie me tuvo que decir: “Tienes que bailar”. Fue algo divino, sin planteármelo.

Carpeta, si a ese trabajo necesario, como estábamos hablando, se le añade la presión de tener un apellido que pesa toneladas en la historia del arte español, ¿cómo se siente uno al dar sus primeros pasos? Algunos críticos, en tus comienzos, hablaban de ti como ‘El Carpetilla’ y defendían que estabas llamado a reinventar, nada más y nada menos, que la escuela de tu abuelo.

El Carpeta: Ante eso, siempre tengo dos puertas. Una abierta de par en par y la otra que es muy difícil de abrir. ¿Cuál es la primera? Venir de una familia consagrada en el baile flamenco que me da oportunidades. La otra es tener que demostrar que cuidas y limpias un legado que va desde mi abuelo hasta mis sobrinos. Tienes que salir y hacer valer el apellido que tienes. La gente sabe tu historia, de dónde vienes, tiene unas expectativas, y les tienes que entregar tu corazón en el escenario. Hay que ponerse las pilas.

El Moreno, en un momento de ‘Un cuento de Navidad’, de Farru. Foto: Sergio Lacedonia.

Siendo tan individual, lo que arroja el flamenco a quien lo atiende es el retrato de una memoria colectiva. El crítico Manuel Bohórquez dice que «en la historia del flamenco casi todo es mentira». El legado cultural siempre se observa con ojos sentimentales, más que musicales, con más confianza en las leyendas populares que en los documentos. ¿A esa memoria le falta rigor y le sobra leyenda?

La Farruca: Exactamente. No sé si todo es mentira, no lo creo, pero hay muchas cosas sobre el origen, la disciplina, los modos que no son muy exactos. Por suerte o por desgracia, me salieron los dientes en este camino y lo que sé es lo que he vivido. Eso no se me puede negar.

En vuestras giras se han podido ver destellos de otra gracia que no tiene que ver con los pies: Farruquito escribe, Farru escribe, toca la guitarra y canta… ¿Qué inquietudes tenéis fuera de los escenarios? Riqueni nos contó que pinta y que le gustaría montar una tienda de guitarras

La Farruca: A mí me gusta el toreo, lo relaciono mucho con el flamenco.

Ya lo decía tu padre: “El bailaor es el torero y las muletas son la guitarra y el cantaor. El que tiene que aguantar al público es el torero. Si no lo levanta el torero no lo levanta ninguno”.

La Farruca: Así es, así es. Yo creo que he seguido sus pasos porque con el toreo alucino.

El Carpeta: Hace poco estábamos hablando de esto. Al ser bailaores y crear espectáculos, nos gustan mucho el cine, la fantasía, los efectos especiales… y pensamos de qué forma podemos enriquecer lo que hacemos con todo eso. Me gusta también cantar, aunque canto para matarme. Canto menos que un grillo mojao.

Siempre tengo en mente la forma de seguir creciendo más allá de cuatro bailes en una esquina. Tocar las palmas y la percusión también me gusta mucho. Como ves, somos músicos que nos gusta sacarle sonido a cualquier cacharro que haya por casa. Tenemos a los vecinos contentos.  

Farruquito: A mí me gusta mucho leer. Soy un culo inquieto y siempre estoy pensado en hacer cosas nuevas.

Farru: Te puedo decir que tengo muchísimas inquietudes, ¿no? Pero casi todas están relacionadas con el arte. No podría concebir una vida sin arte, sin nuestra cultura, la verdad, porque me he criado en ese ambiente. La literatura me llama mucho la atención.

Hago todas las letras y las músicas de mis espectáculos y he compuesto para otros artistas. También tengo una afición, que para mí no deja de ser un arte, que es montar a caballo. Me encanta porque me viene de familia. Mi padre, mi abuelo paterno, eran tratantes de caballos. En mi casa siempre ha habido animales.

Farru
Farru, en un momento de la entrevista en el Teatro Olympia. Foto: Sergio Lacedonia.

Quizás por eso decía tu abuelo que bailaba como los caballos, que es una definición tremenda.

Farru: A mí me han dicho que era un potro. Quizás porque también me he criado entre caballos.

Se celebran multitud de recitales, conciertos, concursos y festivales programados en todo el mundo. Las salas están en ruina. Muchas peñas en peligro de extinción. ¿Sigue habiendo espacios para disfrutar el flamenco de forma auténtica, como recién salido de un manantial?

La Farruca: Te lo digo con la boca llena: flamenco puro ya queda muy poco, no me gusta esa palabra.

Farruquito: Es verdad que cada vez quedan menos espacios porque volvemos a lo mismo que estábamos hablando antes. Cuando el público está acostumbrado a asociar el flamenco, la palabra flamenco, a una imagen de algo que no tiene nada que ver con la familia, con una reunión, con una conexión, sino que algo todo individualista, abstracto y extravagante, ¿qué pasa? Que el público cada vez aprecia menos la calidad de alguien cantando flamenco, simplemente, en una fiesta.

Si el flamenco lo bajas del escenario y en una reunión de amigos no tienes oportunidad de expresarlo y que los demás valoren la actuación, ¿qué hacemos? Parece que quien baila, toca o canta en un teatro tiene más prestigio que el que lo hace en una peña, que son espacios muy dignos, escuelas.

Detalle de las manos de Farruquito, durante la entrevista en el Teatro Olympia. Foto: Sergio Lacedonia.

¿Podríamos decir que el reposo que exige un recital flamenco, su intensidad, no va en sintonía con la velocidad a la que corre el tiempo hoy en día? Si todo fueran palos de fiesta, palmeo y jarana no habría tanta mueca.

Farruquito: La fiesta está muy sobrevalorada. Ni todo el flamenco que es capaz de hacer algo bonito en una fiesta tiene la calidad suficiente para defender un espectáculo en un escenario ni al revés. Hay flamencos que donde se mueven mejor es en sitios pequeños porque es donde se han desarrollado.

Pero hay algo en lo que todos deberían coincidir: en que nos gusta juntarnos y compartir, que uno te cante una letrita, otro te toque… Ahí es donde se ve si uno es o no flamenco. Si eso que ocurre entre los artistas, muy de vez en cuando, llegase al público, estoy seguro de que cambiarían las percepciones. El flamenco no es el espectáculo que se ve en los teatros.

Farru: Déjame que le dé un poco la vuelta a la pregunta.

Dale.

Farru: Creo que todos los aficionados al flamenco deberíamos ir al Palacio de la Moncloa y coger a todos los políticos que nos representan para que se aficionen a la cultura de España, que es embajadora en el mundo entero.

Habría que pedir que inviertan en ella. ¿Sobre el flamenco? Necesita también apoyo, que en los concursos los jurados y los grandes directores sean flamencos y tengan criterio. Así, en cualquier rincón del mundo se podría disfrutar de un buen flamenco.

Los Farrucos
La familia Fernández Montoya, tras la entrevista en el Teatro Olympia. Foto: Sergio Lacedonia.