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Entrevista a Nicholas Fox Weber, director de la Josef and Anni Albers Foundation
Con motivo de la exposición ‘Anni y Josef Albers. El arte y la vida’
Institut Valencià d’Art Modern (IVAM)
Guillem de Castro 118, València
Del 24 de febrero al 19 de junio de 2022
Para Nicholas Fox Weber, Anni y Josef Albers, dos de los grandes artistas del siglo XX, son como el aire que respiramos. No entiende la vida sin el influjo que ellos han dejado y del que él da buena cuenta a través de la Josef and Anni Foundation.
Por eso una entrevista con él es como presenciar el amanecer del arte que todo lo ilumina, sin que haya un anochecer, más allá del estrictamente marcado por el rigor de la biología. Y, aun así, no hay muerte que valga para el legado de quienes convirtieron el arte en parte indisoluble de su existencia.
De ahí el acertado título de la exposición que el IVAM les dedica: ‘Anni y Josef Albers. El arte y la vida’. De ese arte y de esa vida, ligados entre sí, habla Fox Weber en esta entrevista, aprovechando su estancia en València, mientras supervisa el montaje de la muestra.
Lo hace sin grandes aspavientos, aunque al hablar de ese arte y de esa vida de los Albers se vaya creando una atmósfera de trascendencia con los pies sobre la tierra. Los recuerdos y reflexiones de quien custodia tamaño legado artístico son, a su vez, obra de quien concibe la vida asociada al inmenso placer de la creación.
¿Es la primera exposición conjunta en España de Anni y Josef Albers?
En el Museo Reina Sofía sí que se mostró una exposición conjunta de los dos, de su colección precolombina y de una muestra que se llamaba ‘Viajes latinoamericanos’. Mientras estuvieron en vida, nunca expusieron juntos, tan solo con una excepción, en la década de los 50 y en Connecticut. Y es importante decir, en cualquiera de los casos, que la gente no se ve impelida a tener que elegir un favorito.
El espectador ha de tener en cuenta que estos dos artistas, aunque eran muy distintos, tenían una serie de valores compartidos y se permitían uno al otro trabajar con un alto grado de autonomía, aunque siempre comunicándose.
La inmensa libertad de la pintura le asustaba a Anni Albers, según propia confesión, de ahí que necesitara la seguridad que, a su juicio, le proporcionó el textil. ¿Cómo fue ese proceso?
Ella expresó en repetidas ocasiones su gusto por la disciplina del tejido, de la urdimbre, de la artesanía. También experimentar con materiales y escuchar la voz de la técnica. Siempre ponía mucho énfasis no en cómo lo hubiera hecho otro artista, sino en lo que podía hacer con la técnica impresora o el tejido que ella utilizaba. En la exposición se podrá ver una pieza con las sinuosidades del hilo.
El tejido debía ir más allá de lo utilitario, decía Anni, que la gente lo contemplara como un cuadro.
Absolutamente. Uno de los mejores ejemplos de creaciones con hilo está aquí, en el IVAM. Ella crea obras abstractas que están muy en la línea de las que hicieron [Paul] Klee, [Vasili] Kandinsky o [Piet] Mondrian. Sí que es verdad que su medio es el hilo, no la pintura, pero sus objetivos son muy semejantes a los de los considerados puramente abstractos.
Es emocionante ver una pieza que se llama ‘City’, un tejido en negro, blanco y gris, solo hecho con hilo, donde crea todo un mundo vibrante y lleno de vida, trabajando en diferentes direcciones y que se aleja de la funcionalidad de lo utilitario, porque, al fin y al cabo, se enmarca y se cuelga en la pared como si fuera una obra de arte. Esto es una prueba de cómo Anni Albers aproxima la obra con textil.
La exposición se enmarca en la Valencia Capital Mundial del Diseño. ¿Cuál es la diferencia entre diseño y arte?
Esta dicotomía es algo que se halla en la visión que tenían los Albers: preferían un buen diseño a una mala pintura. Josef era algo más duro en sus opiniones: no le gustaban los expresionistas abstractos americanos. A veces señalaba su cámara Polaroid o la televisión y decía: «¡Esto es mucho mejor que una obra de arte de mala calidad!». Mi mujer se iba a veces con Anni a un centro comercial o a unos grandes almacenes y cogían un recipiente de plástico o un contenedor y decían: «¡Guau, esto es el sueño de la Bauhaus!».
¿Cómo entendía Anni Albers el arte?
Ella solía decir que la belleza se puede encontrar desde un objeto en una vasija con lema del siglo XV, a una pintura del Giotto o un tejido peruano. Entendía que el arte en mayúsculas es universal y atemporal, y nos hace respirar de otra manera.
En una exposición que le dedicó la Fundación Juan March a Josef Albers, en 2014, ya el título expresaba su sentido del arte: ‘Medios mínimos, efecto máximo’. ¿Lo cree así?
Esta máxima transita toda la obra de Josef y tiene múltiples aplicaciones. Consideremos su ‘Homenaje al cuadrado’. Con tres o cuatro cuadrados consigue un efecto multiplicado y lo mismo ocurre con sus ‘Consideraciones estructurales’, en la que con tan solo unas líneas o unos colores básicos genera movimiento y emoción, e influencia mutua entre los colores; los efectos son ilimitados.
En cuanto a sus dibujos, hay un autorretrato de muy joven, antes de incorporarse a la Bauhaus, en el que con una sola línea crea su perfil. Nosotros, en la Fundación, creemos que esa máxima no solo es aplicable al arte, sino a la vida.
Por eso tenemos un proyecto en el este de Senegal –donde, sin mucho dinero, pero con mucho empeño, y siguiendo esta máxima– hemos construido hospitales y escuelas en las aldeas. En matemáticas y en ciencias, decía Josef, uno más uno es dos, pero en arte uno más dos puede ser cualquier resultado y llevarnos hasta el infinito.
Creo que Josef Albers se obsesionó con el verde en una de sus últimas obras. ¿Es así?
En enero de 1976, fui a visitarles a su casa y cuando le pregunté a Josef cómo se encontraba me dijo: «Mal, porque no encuentro el verde cobalto 192 que busco con el que hacer un homenaje al cuadrado, donde el verde central será el cosmos. Quiero que se difuminen, que desaparezcan las líneas divisorias entre los cuadrados y las esquinas. He llamado a todas las tiendas que nos suministran pintura en Connecticut y no lo encuentro. Nadie tiene ese verde cobalto 192 Windsor. Todos tenían el nuevo, el 205».
«Llamé al director máximo de esa empresa inglesa que hace las pinturas –proseguía–, diciéndole que necesitaba unos tubos de ese verde cobalto 192 Windsor & Newton y me dijo que no había diferencia entre el 192 y el 205. Le respondí que Josef Albers no piensa lo mismo. Y recibimos, después, cinco tubos de ese verde cobalto 192. El cosmos no cabe en ninguna mente que las delimitaciones estén marcadas, ni tenga límites; tiene que fluir hacia lo que le circunda. Tengo que hacer ese centro del cuadrado grande, porque el cosmos se aproxima a mí». Me lo dijo sabiendo que le quedaba cada vez menos tiempo de vida. Fue su última obra.
Hay una relación entre el trabajo estricto y metódico, más racional, de Josef Albers, y su expresividad, digamos, más pasional.
Era poeta y artesano a la vez. Él decía «no interpretéis mi arte», pero luego lo que hacía él era no dejar de interpretarlo.
¿Cómo vivieron Anni y Josef Albers el abandono de su Alemania natal por el avance del nazismo?
Cuando la Bauhaus tiene todavía su sede en Dessau, el Gobierno de ultraderecha dejó de pagar los sueldos a los profesores y, entonces, deciden trasladar la sede a Berlín. Poco después, la Gestapo lo que hace es cerrar las puertas con candados en abril de 1933. Mies van der Rohe se reúne con el jefe de propaganda nazi para ver si podía permanecer abierta la Bauhaus y este le replica que sí, siempre y cuando trabajen siguiendo los dictados del Tercer Reich. Con esas premisas, Mies le dice que entonces tendrían que cerrar. Y Josef fue uno de los siete miembros del cuerpo docente que voto de forma unánime por su cierre.
Anni había sido bautizada y confirmada por la iglesia protestante, pero ella sabía que era judía. En 1933 ya era muy consciente de la oleada antisemita, pero sus padres no deciden que huya hasta 1940 en el último barco que zarpa, un barco que tuvo problemas para llegar a Estados Unidos, teniéndose que desviar hacia Veracruz (México). Los Albers tenían amigos que fallecen en los campos de concentración y no creo que supieran que uno de sus alumnos de la Bauhaus diseñara la puerta de entrada del campo de Dachau.
¿Cuándo sabe uno que tiene que dejar su tierra por la amenaza de un gobierno totalitario?
Anni era una de las personas más astutas y más observadora que he conocido en toda mi vida. Por otro lado, no supo ver su enfermedad. En 1976 le diagnosticaron un linfoma muy grave y ella no era ni consciente de la enfermedad, simplemente pensaba que estaba cansada. Me la llevé en una ambulancia al hospital y mi mujer y yo nos quedamos en su casa para proteger todas sus pinturas. No era consciente de que estaba muy cerca de la muerte. Aún así, vivió 20 años más.
En otra ocasión, durante una estancia en Salzburgo, volvió a ocurrir lo mismo. Contrajo un virus y estuvo muy cerca de morir. Me desplacé desde Connecticut para estar con ella y, un año después, le dije si había sido consciente de estar tan enferma, allí postrada en la cama del hospital, hasta el punto de que nos despedimos, diciéndole cuánto la amábamos y lo mucho que la recordaríamos. Bueno, pues después de aquello, cada vez que teníamos una riña, ella me decía: “Recuérdame la escena del lecho de muerte”.
Ha escrito numerosos libros, entre ellos uno dedicado a Balthus. ¿Qué opina de la polémica generada por ‘Therese soñando’, obra tachada, como otras suyas, de indecorosa al mostrar a una niña en actitud tan provocativa?
Pienso que la censura es algo deplorable, sin excepción alguna. Da igual lo que censuremos. Pasé mucho tiempo con Balthus y él decía que no había nada erótico en su pintura. Sí es cierto que hay mucho erotismo en su pintura en general. [Alberto] Giacometti decía que cuando él pinta ese bodegón de fruta en el alféizar, eso era erótico. Nadie nos puede prohibir contemplar esas pinturas.
¿Qué opinas tú?
Pues que no se puede analizar el arte desde la ideología, porque, si no, acabaremos censurando –y limitando la libertad de expresión– todo aquello que la moral de un cierto sector entiende reprobable.
Yo soy más mayor que todos vosotros y, cuando tenía diez años, había un librero en mi ciudad de Connecticut que vendía libros de Henry Miller, y lo metieron en la cárcel porque se negaba a que le prohibieran venderlos. Para mí ese librero siempre fue un héroe. Y ahora, en Estados Unidos, han empeorado mucho las cosas desde [Donald] Trump.
Usted se ha quejado en diversas ocasiones de la voracidad del mercado del arte. ¿Qué opinión le merece la última expresión de esa voracidad que representan las NFT (Non Fungible Token), obras de arte digitales?
Mi propia hija que trabaja en la Fundación y unos colegas de Nueva York están desarrollando una NFT basada en la escucha de la voz de Josef cuando daba sus clases. No creo que las pinturas de ninguno de los dos Albers se puedan convertir en NFT porque entraría en conflicto directo con su propósito, pero la vertiente docente sí creo que puede proporcionarle un valor distinto.
En todo caso, el énfasis que se pone en el dinero dentro del mercado del arte es algo horroroso, por eso tenemos tantos Albers falsos que han ido surgiendo. La gente considera las obras de arte como si fueran mercancía o moneda de cambio. Yo puedo decir que si mi vida ha tenido sentido es por hacer entender a la gente el auténtico valor del arte y, si lo he conseguido, puedo estar feliz.
Vivimos una época en la que, con tanta pantalla móvil, tenemos acceso a un aluvión de imágenes. Las miramos, pero ¿las vemos? Anni y Josef Albers ponían mucho el acento en la necesidad de la mera contemplación.
Me gustaría que esta muestra nos hiciera reflexionar sobre la forma en que nos enseñaban de pequeños a mirar el arte. Yo tuve una profesora que nos ponía delante de una obra y simplemente nos pedía que la miráramos, sin ninguna investigación previa, y que luego escribiéramos 10 o 15 páginas sobre esa experiencia, lo que nos removía su contemplación.
A la Fundación le encantaría poder dar un premio al mejor artículo escrito, sin grandes nombres, ni ninguna historia de la Bauhaus, solamente lo que evoca la contemplación de una obra. Hay que alentar esto entre el público. No sé si has leído algo de Colm Tóibin, muchas de sus novelas están ambientadas en Cataluña. Bueno, pues vino a la Fundación y estuvo sentado cinco horas mirando el ‘Homenaje al cuadrado’. Hay que fomentar ese interés, porque los placeres que brinda son enormes.
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