#MAKMAArte
‘Antonio Muñoz Degraín. El paisaje de los sueños’
Comisariado: Pablo González Tornel y Ester Alba Pagán
Salas Joanes y Ribalta de exposiciones temporales
Museo de Bellas Artes de València
San Pío V 9, València
Del 4 de julio al 13 de octubre de 2024
Nos pasamos la vida clasificando -ya sea en botánica, zoología, biología, lingüística o, como es el caso que nos ocupa, en arte-, porque es la manera que tenemos los seres humanos de establecer categorías mediante las cuales dotar de cierto sentido a cuanto nos rodea. Pero, al mismo tiempo que clasificamos, no dejamos de desclasificar aquello que se resiste a permanecer invariable por efecto mismo de la siempre mudable existencia.
Antonio Muñoz Degraín (1840-1924), como le ha ido sucediendo a muchos otros artistas, desborda las convenciones de una obra que, hoy, se asume como inclasificable. “Escapa a cualquier clasificación de sus pintores coetáneos. Se explica consigo mismo, no en función de Sorolla”, aseguró Pablo González Tornel, director del Museo de Bellas Artes de València y comisario, junto a Ester Alba, de la exposición ‘El paisaje de los sueños’ a modo de muestra antológica del pintor valenciano.
“Esta pintura tan suya fue poco comprendida durante algún tiempo, resistiendo el artista acometidas feroces que aún perduran; pero así como el roble aguanta las embestidas del viento, Muñoz, impávido, resistió cesuras sin cambiar jamás su rumbo ni ceder en sus convicciones”, apuntó el propio Joaquín Sorolla, citado por Javier Pérez Rojas en el catálogo de la reciente exposición ‘Sorolla y el renacer de la Escuela Valenciana’ del Museo de Bellas Artes de Castelló.
¿A qué se debió esa dificultad, no exenta de rechazo, para entender su trabajo? El mismo Pérez Rojas lo avanza en el mencionado texto: “Muñoz Degraín triunfó como paisajista y pintor de historia, pero fue el uso de un colorido intenso y atrevido una de las claves de su singularidad y modernidad”.
El color “morado atrevido” junto al “furor cromático” desplegado en su obra al utilizar “toda la gama de tubos de color sintético” a su disposición por aquel entonces, son algunos de los elementos que, a juicio de González Tornel, generaron una pintura singular inclasificable para un tiempo en el que primaba el realismo, “otro de los cuentos que nos han contado”, apostilló el responsable de la pinacoteca valenciana.
“Muñoz Degraín tiene algo de visionario y de quien experimenta constantemente. Es un pintor de la luz, pero también de la materia”, destacó Ester Alba, para quien ese supuesto realismo al que debía adscribirse su obra es objeto de matices: “El realismo, teóricamente, acaba con el romanticismo, lo cual no es cierto”. De ahí que, aunque le tocara vivir en el realismo, su obra lo desborde.
Sus naturalezas muertas, preludio de la más exultante Naturaleza con mayúsculas, ya recogían ese espíritu romántico impropio de su época; impropio para esa cronología clasificatoria que nada sabe de los saltos temporales y las sinuosas corrientes artísticas. “Un bodegón de Muñoz Degraín realizado en sus años juveniles es ilustrativo de la precisión y rigor del artista en sus inicios, y de su capacidad para dotar de intensidad y vida aquello que aborda”, apunta Pérez Rojas en el citado texto.
De esa intensidad se hizo eco Sorolla, en sus reflexiones sobre el pintor traídas a colación por Rojas, cuando dice: “Muñoz Degraín fue el más innovador de sus ilustres compañeros, verdad es que en su libre temperamento no pesaba la historia del pasado, que suele entorpecer a muchos”.
“Su alma romántica, viril como ninguna, atacó con brío, no igualado hasta hoy, los espléndidos espectáculos de la brava Naturaleza, creando un arte personal, jugoso, con claridad nacida del motivo pintado, que suele anonadar a los seguidores de su estilo”, añade Sorolla.
De ahí el elocuente ‘El paisaje de los sueños’, que da título a la exposición del Museo de Bellas Artes de València y que reúne 52 obras de Antonio Muñoz Degraín, 30 de las cuales pertenecen a la propia pinacoteca valenciana, 12 al Museo de Málaga, seis al Museo del Prado y las cuatro restantes a la Biblioteca Nacional, y entre las que se halla una de Flora López Castrillo, quien fuera su avezada discípula y colega.
Un paisaje de los sueños que posee ese carácter onírico de lo extraño fruto del brío y alma romántica que, a través de esa orgía cromática, confería al supuesto realismo de su obra una fuerza ligada con lo sobrenatural. De ahí que los comisarios de la muestra hayan decidido ambientar tamaña naturaleza, incluidas las evocaciones literarias al Quijote, con la música de Richard Wagner, quien dijera aquello de que el propósito del arte era “hacer consciente al inconsciente”.
Y el inconsciente de Muñoz Degraín guarda mucho de esa música wagneriana igualmente ligada con la vasta naturaleza de lo real, allí donde el paisaje -incluido el del alma- muestra la pequeñez de lo humano y, por ello, el misterio que nos habita en tanto seres mortales. Paisajes “de lo sublime”, los llamó González Tornel; paisajes donde la razón pierde pie asomándonos al vértigo mismo de la existencia.
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