Miquel Barceló

#MAKMAArte
‘Kiwayu’, de Miquel Barceló
Galería Elvira González
Hermanos Álvarez Quintero 1, Madrid
Abril-mayo de 2022
‘La trama dorsal’, de Prudencio Irazabal
Galería Helga de Alvear
Dr. Fourquet 12, Madrid
Marzo-mayo de 2022

Hasta el desierto tiene su rosa. Pétrea y sólida, pero coloreada y atractiva con sus tonos rosáceos. En medio de la más desamparada tierra, en esa donde la destrucción de la guerra actúa sin piedad, brota el antídoto del color y la belleza del arte para encontrar amparo. La primavera pictórica madrileña nos ha regalado dos exposiciones donde el color es el gran protagonista, tiñendo la mirada de una ilusión que necesitamos recobrar. Son los últimos trabajos, tan diferentes y distantes, del mallorquín Miquel Barceló y del donostiarra Prudencio Irazábal.

Kiwayu, la belleza de la tierra de Miquel Barceló
Mique Barceló. Galería Elvira González
‘Familia disfuncional’, de Miquel Barceló. Imagen cortesía de la Galería Elvira González

Kiwayu es la isla del archipiélago de Lamu, en Kenia, que da nombre a los trabajos creados por Barceló en ese lugar aislado donde se llevó papeles y pinceles para crear unas acuarelas pegadas a la tierra. En estas acuarelas de gran dimensión se despliegan mapas de memoria personal de intensa felicidad. Formas naturales de animales y plantas revolotean animadas por colores brillantes y válidos, certificando una optimista explosión sensorial.

Abre el catálogo con una narración de Paul Bowles de 1957 dedicada a contar su aventura personal en la isla de Reprobare, que el escritor compró en Sri Lanka (la antigua Ceilán) para aislarse y conseguir culminar su novela más densa y cuidada, ‘La casa de la araña’: “La belleza de la tierra irradia por todas partes. Las formas y los colores son muy claros”, escribe Bowles.

Parece que Miquel Barceló ha encontrado un mundo similar tan lejano y en otro continente para pintar el mundo y pintarse a sí mismo (en los varios autorretratos) con una paleta arcoíris, en un tributo apasionado al mundo natural.

La acuarela trabaja un mundo bidimensional, como sombras coloreadas de animales y plantas, de cuerpos desnudos danzando y bichos de todo tipo en marcha. Se baja Barceló al grado cero de la pintura, de la representación, para emparentarse con un naturalismo rupestre, de vuelta a los ancestros.

Recuerdo una conversación con el artista en los años ochenta en Nueva York y su pensamiento de que el pintor debe pasar por todas las etapas del arte. Para apuntalar su oficio y para asimilar la sabiduría de cada periodo. Ahora vemos como su trayectoria busca las raíces más hondas, en un territorio tan bello como simple, en una representación tan sencilla como llamativa. Un camino hacia atrás, donde está la raíz, la esencia del todo.

Casan también con estas premisas sus nuevas esculturas de barro con formas caprichosas, pero siempre muy orgánicas, y que le dan el tacto de la tierra a la misma pintura que las rodean en las paredes de la galería.

La trama dorsal de Irazabal
Prudencio Irazabal
El artista Prudencio Irazabal. Foto: Javier Martín-Domínguez.

Prudencio Irazabal, para hacer buena la fama de los vascos, se presenta como un pintor hermético. Le conozco de hace años, desde Nueva York a Madrid, y reconozco en su media sonrisa el cálculo de cada matiz en su obra.

Es un artista paciente y constante, como las finas capas que va superponiendo con la paciencia exquisita de un orfebre sobre el lienzo. Como un verso a verso, capa a capa, crea unos mundos de color cambiante. Aquí no está la visión idílica de un paraíso de flores y animales, estamos ante la abstracción más rotunda resultado de una amalgama de pigmento. Su resultado es lo que denomina ‘La trama dorsal‘: la conexión entre lo evidente y lo que permanece oculto bajo todas las cosas”.

Como un alquimista paciente y profundo, Irazabal ha cultivado, desde hace años, el elaborado trabajo de hacer dialogar a la luz y el color de formas y maneras tan íntimas que va alcanzado la suprema cima de vislumbrar la esencia del arte.

Las invenciones a dos partes de J.S. Bach le han inspirado su otra serie ahora expuesta, titulada como ‘Intenciones a dos partes’. Dice Prudencio Irazabal que “la serie se apropia de las estrictas reglas del contrapunto barroco, que aquí se traducen en el uso exclusivo de dos colores no subordinados, un solo instrumento para aplicarlos y la sistematización del desarrollo anclando todos los gestos y las formas en los laterales de igual dimensión”.

Prudencio Irazabal. Galería Helga de Alvear.
Vista general de la exposición ‘La trama dorsal’, de Prudencio Irazabal. Fotografía cortesía de la Galería Helga de Alvear.

¿Y cómo lo consigue? “Las obras comienzan con la superposición de dos colores traslucidos que de inmediato crean un tercero, origen a su vez de una progresión que acaba de manifestarse como un tejido continuo de transiciones cromáticas”.

En este más allá que crea con el manejo de los colores, Irazabal está buscando el alma; del color, de las cosas, de las personas. Apostados en la galería, con los ojos entregados al éxtasis de sus lienzos, su pintura nos trasporta a otra dimensión, a un paraíso donde lo leve y lo sublime se dan la mano, sin necesidad ya de color alguno. Es la magia creada de sumar matemáticamente, pero al albur del sentimiento, una capa tras otra de materia y de intención. Al final de esta escapada, el color se hace luz y vuelta a empezar.

Hacemos, pues, dos viajes por el reciente mayo florido de las galerías de Madrid, con el color como gran protagonista, inundándonos de sensaciones corporales y espirituales para buscar una salida airosa al mundo aterrador de los conflictos. Sabemos, como ellos, que la salvación solo está en el arte.