Mia Hansen-Løve

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Mia Hansen-Løve
Premio Luna de València
37 Cinema Jove
Hasta el 2 de julio de 2022

“No hay arte que, como el cine, se dirija a través de nuestra conciencia diurna directamente a nuestros sentimientos, hasta lo más profundo de la oscuridad del alma”, confesaba el cineasta sueco Ingmar Bergman en la primera parte de sus memorias, ‘Linterna mágica’ (1987), a partir de las que atravesar una infancia tan solo iluminada por aquel cinematógrafo con el que revelarse en demiurgo de lo real, arreciando sobre el orbe conocido como una epifanía revestida de ingenio, fantasía y perseverancia.

Una existencia, indómita y quebradiza, que a lo largo de buena parte de su filmografía de madurez habría de cobrar razón natural sobre el sueño calcáreo de la isla de Fårö, entre lobos insomnes, vergüenzas sumarias y pasiones accidentales con las que edificar su particular firmamento cinematográfico.

Un cosmos onírico y turbulento asentado sobre la geografía insular, bañada por el Báltico, desde la que Mia Hansen-Løve trae consigo todos los enigmas de la creación postulados en su penúltimo largometraje, ‘La isla de Bergman’ (2021), celebrando, ya en comunión mediterránea, el Premio Luna de Valencia de la trigésimo séptima edición de Cinema Jove, antes de emprender su estreno en salas el próximo 1 de julio.

Mia Hansen-Løve
Mia Hansen-Løve tras recibir el Premio Luna de Valencia del 37 Cinema Jove. Fotografía cortesía del festival.

Interrogantes que la cineasta parisina despliega sobre todas las disyuntas que ofrece el cuaderno en blanco en el que Tony (Tim Roth) y, especialmente, su esposa Chris (Vicky Krieps) ambicionan propagar sus respectivos anhelos cinematográficos, imbricados con la naturaleza metafílmica que posibilitan los arrecifes de Bergman para ser trascendidos.

Un filme que aborda “la vocación y el mecanismo de cómo se hace cine, de qué es el cine para mí”, anticipa Hansen-Løve, al que atribuye facultades regeneradoras. Entonces, si “la creación ayuda a sanar”, tal y como revela, debemos admitir, de partida, que no solo este matrimonio de guionistas arrastran tras de sí una convalecencia, onerosa y continental, sino que todo el cine de la directora francesa proviene de una pugna para despojarse de los sometimientos emocionales a los que se ven sojuzgados sus personajes. Tal vez por ello “la página en blanco que está por escribir es [aquí, más que nunca] como ese vacío desde el que pensar cómo será la historia”.

La incógnita crónica, a la postre, de “lo que he experimentado, lo que he visto y lo que he amado”, perfila Mia Hansen-Løve respecto de la deriva de su obra, atravesada de un modo reconocible por la memoria y una electiva sustantividad. “Yo diría que invento mi propio realismo, de manera que la realidad no se convierte en una jaula, sino que intento abrazarla y, a la vez, trascenderla para expresar cuestiones espirituales y filosóficas que a mí me tocan”.

Pulsiones anímicas y razones (casi) ontológicas que maduran al narcótico paso de paraísos artificiales (‘Todo está perdonado’, 2007), desórdenes afectivos paternofiliales (‘El padre de mis hijos’, 2010), acerbas incursiones en la edad adulta (‘Un amor de juventud’, 2011), desarraigos electrónicos y nocturnos (‘Edén’, 2014) o una frágil búsqueda de la identidad tras la disolución de todas las certidumbres (‘El porvenir’, 2016).

Una compleja cartografía de lo consuetudinario de la que Hansen-Løve huye hacia ‘La isla de Bergman’ para, después, “volver a casa, a territorios que para mí son conocidos” en ‘Un beau matin’ (2022) –reciente Premio Label Europa Cinemas en el Festival de Cannes y que aún aguarda su distribución–, asomándose, “con una toma mucho más frontal de lo cotidiano”, a la relación entre Sandra (Léa Seydoux) y su padre Georg (Pascal Greggory), un exprofesor de Filosofía afectado de una enfermedad neurodegenerativa. “Una tragedia para un intelectual que ha vivido para el pensamiento y para los libros”, anticipa la directora.

Un afín microcosmos familiar que asienta sus raíces umbilicales en sus propios progenitores –otrora docentes de Filosofía–. Por ello, “no tengo miedo de construir personajes que viven en los libros y que son un sustento muy importante para ellos. Eso se lo debo a mis padres, porque los libros y la filosofía me han hecho tal y como soy”, comparte la cineasta, rindiéndoles un reiterado tributo encarnado ya en la figura de Nathalie Chazeaux (Isabelle Huppert) durante aquel trayecto de la incertidumbre hacia ‘El porvenir’.

En definitiva, “todo lo que hacemos en el cine es reflejar una ilusión porque la vida es inaprensible. Es cuestión de encontrar el ritmo, la velocidad y la distancia justa, de manera que los sentimientos que están en las historias nos lleguen como una percepción real de la vida, más que como su reflejo”.

Mia Hansen-Løve
La cineasta Mia Hansen-Løve tras su encuentro con los medios en la Sala 7 del Edifico Rialto. Foto: Jose Ramón Alarcón.