‘Mundo’, de Mery Sales, Premio Senyera de Artes Visuales 2020
Ayuntamiento de València
Museo de la Ciudad
Exposición con las 20 obras finalistas
Hasta el 28 de febrero de 2021
“El rojo es la pintura para mí”, dice Mery Sales, flamante ganadora del Premio Senyera de Artes Visuales 2020, que desde 1957 viene concediendo el Ayuntamiento de València, con sus periodos álgidos y decadentes. Un rojo intenso, salpicado de manchas, sobre un mono con diversos pliegues y recovecos, aludiendo a la prenda corporal que utilizamos para trabajar.
Así es la pieza, titulada ‘Mundo’, con la que Sales ha obtenido el galardón valorado en 12.000 euros, que junto a otras 19 obras finalistas se exponen en el Museo de la Ciudad hasta finales de febrero.
Vincent Van Gogh decía que, mediante el rojo, al que también añadía el verde, había intentado expresar las terribles pasiones de la humanidad. Y es que el rojo parece abarcar los extremos de un espectro que va de esa pasión sin duda enérgica que atañe al amor y la felicidad prístina del enamoramiento, a esa otra más desgarrada de la ira, la violencia y el peligro más sórdido. Quizá por eso, el escultor Anish Kapoor lo relacionó con el interior de nuestros cuerpos: “En cierto modo, es de adentro hacia afuera, rojo”.
Mery Sales, igualmente apasionada por la vida y la pintura que le sirve de médium para expresar lo que lleva dentro, ha hecho del rojo el leit motiv de su última y galardonada obra, con el fin de continuar ahondando en las contradicciones de la experiencia humana.
“Lo que tiene vida, entre la luz y la sombra, es el color”, asegura la artista, quien dice hablar en esta pieza del color, sin duda, pero también “de la tela, de la propiedad del cuadro”, con el objeto de “ver lo que generalmente pasa desapercibido, que son esas manchas desechadas, esos errores y ese azar en el propio proceso de trabajo. También lo que supone mancharse, mojarse, impregnarse, involucrarse en lo que uno hace”.
En este caso, las manchas, al acercarse uno al cuadro, “cambian la escala y te permiten que lo pequeño, de pronto, se magnifique y tome un mayor protagonismo”, subraya Sales. “Desaparece el rojo cuando te acercas, aunque parezca una contradicción, y empiezas a ver una especie de constelación. Hay un equilibrio entre la figuración y la abstracción. Te produce cierta incomodidad ver al mismo tiempo la parte figurativa y la parte abstracta”, añade.
“Si te acercas y miras las manchas te olvidas un poco del mono y, entonces, estás viendo todo un mundo de relaciones que no te dan equilibrio, pero que producen cierta armonía. Y luego también hay un juego de lo que sería la propia teoría del color, ya que para ver un color necesitas de los demás colores, se necesitan unos a otros. Estoy hablando, de forma metafórica, del propio mundo”, explica la artista, quien asegura haber vivido un viaje por los diferentes colores resumidos en ese rojo, cuyo fondo “absorbe tanto la luz que al final no la ves y, entonces, ni siquiera los colores que pones pueden existir por sí mismos”.
Su pintura tiene reminiscencias cinematográficas vinculadas al inquietante universo de David Lynch. El director de ‘Terciopelo azul’ o ‘Mulholland Drive’ ha dicho en más de una ocasión que lo que de verdad le importa de las películas es la posibilidad de ir a mundos cada vez más extraños. “Es una manera de bucear en lo desapercibido, en lo desconocido, en lo inquietante”, reconoce Sales, quien percibe una “sensación un poco sinestésica” en el cine de Lynch, “en el que la imagen te hace oler, escuchar cosas” y donde todo “se magnifica, permitiéndote imaginar otras cosas más allá de las visibles”.
En su cuadro ‘Mundo’ dice percibir todo eso, algo que recoge en un texto propio, en el que alude al filósofo Maurice Merleau-Ponty, allí donde éste habla del acto de mirar y de una mirada que palpa. “Para mí ése ha sido uno de los hallazgos en mis últimas relecturas del libro ‘Lo visible y lo invisible’, donde Merleau-Ponty habla de la tela de la pintura como esa tela que vela y desvela, que cubre y descubre, de ahí la importancia de las manchas sobre la tela, que no podía estar tensa, sino que se tenían que ver los pliegues, las costuras, porque así se hacía más físico, más corpóreo, más humano”.
Mery Sales parece seguir, a la hora de trabajar, otra de las máximas del filósofo francés, cuando dice que el hombre sano no es aquél que ha eliminado de sí mismo las contradicciones, “sino el que las utiliza y las incorpora a su trabajo”. Si el arte adquiere tal condición, se debe, sin duda, a esa capacidad que tiene para ponernos en la piel de otros, incluso los situados en nuestras antípodas, para interrogarnos acerca de la complejidad humana.
“Yo todo esto lo asocio también al pensamiento poético de María Zambrano o al crítico de Hannah Arendt, a quienes utilizo un poco de talismán”, continúa explicando la artista, para quien, volviendo al color rojo, “es el que te dice: para, mira, piensa y actúa. Si miras, ya no puedes no haber visto: eres testigo. Digamos que este cuadro es como un resumen de mi mucha experiencia con la pintura”.
El mono que últimamente utiliza en su obra, a partir sobre todo de su incursión en los textos de la filósofa Simone Weil, “que me ha atravesado por dentro”, viene a significar lo que ella entiende como una “implicación con el dolor, con el conflicto del mundo; que esos otros invisibles entren en nuestro cuerpo”.
Y agrega: “Tiene que haber una relación de empatía y para eso tienes que salir de ti, de forma que yo, metafóricamente, me quito el propio mono, mi propia piel y también la piel de la pintura. Este mono lo convierto luego en cuerpo, en paisaje a la intemperie, con sus pliegues transformados a su vez en mundo, que para comprenderlo necesitamos sentirnos parte de él”.
“Convertir el mono en paisaje, en órgano que late, en carne”, es para Mery Sales la consecuencia de un momento en el que ha visto una serie de seres anónimos, “gente que igualmente conozco”, en su parte más vulnerable, pero que, precisamente por eso, “los hace grandes”, y a los que viste con ese mismo mono “para que se pongan en la piel de la pintura, a modo de metáfora del compromiso”.
“No pretendo”, dice, “que el mono sea un uniforme que cierre, sino como aquello que abre. Cada uno que se pone el mono, no lo uniformiza, sino que aporta sus propias experiencias a ese mono. Las manchas serían los problemas que tenemos que ver y los problemas que tenemos que sentir”.
Hacer la tesis doctoral, en torno a la pintura de Gerhard Richter, le permitió dedicar tiempo a la investigación y atreverse con ciertas lecturas. “Descubrí entonces que para mí la escritura es fundamental”. Escritura ligada a la pintura y siempre, siempre, asociadas ambas a la profundidad del conocimiento. “Yo reivindico no ser banal, no ser mediocre en lo que haces y eso supone un esfuerzo extra”.
Le gusta entender la pintura no como algo cerrado, sino como un canal de conexión con otras disciplinas, “aunque yo sea muy pintora”. Pintora para descubrir, como diría David Lynch, que el arte no cambia nada, que el arte te cambia a ti.
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