Marina Vargas. Galería Fernando Pradilla

#MAKMAArte
‘Anonymous was a Woman’, de Marina Vargas
Comisaria: Semíramis González
Galería Fernando Pradilla
Claudio Coello 20, Madrid
Hasta el 16 de marzo de 2024

“Me atrevería a aventurar que Anónimo, que tantos poemas escribió sin firmarlos, era a menudo una mujer”. Con esta frase de Virginia Woolf, sobre la que se construyen las diferentes piezas, comienza el relato curatorial de ‘Anonymous was a Woman’, que Marina Vargas exhibe en la Galería Fernando Pradilla, comisariada por Semíramis González.

Marina Vargas ofrece, de este modo, un recorrido inusual en el que da la vuelta a la forma de contar historias: la palabra hablada es rescatada a través del testimonio oral, el anonimato se convierte en una herramienta transformadora y las anónimas, en protagonistas.

La artista, tal y como podrá comentar ella misma durante la visita guiada que tendrá lugar el próximo 27 de febrero, explora la invisibilidad a la que ha sido abocado el universo femenino a través del poder que otorgan las máscaras para contar historias.

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Las tres primeras obras presentes en la galería madrileña hacen especial énfasis en el proceso, mediante una lectura estratográfica de diversas capas de significado. Símbolos rúnicos, alquímicos y místicos se superponen de manera fluida, sin un esquema, boceto o borrador previo: la artista construye a partir de fragmentos, ensamblados de manera natural, como si tuvieran agencia propia, como si estuvieran dotados de una vitalidad que en su diálogo con otros fragmentos constituyen un todo abierto a múltiples interpretaciones.

Como los tatuajes en la piel, los dibujos sobre estos cuerpos reivindican su poder subversivo en una especie de orden caótico que rescata el potencial totémico de las figuras apotropaicas que conforman. Y es que, como afirma Vargas, “hablo de reivindicar el ornamento, el ornamento tiene contenido y tiene concepto, como las marcas que [el tatuaje] deja en la piel, que también deja el maltrato”.

Estas representaciones protectoras tendrán su punto de culminación en las máscaras, que predominarán a lo largo de toda la exposición; objetos inspirados por sus viajes a África y Cuba que albergan una doble vertiente de ocultación y revelación de la historia de las mujeres, construida en los márgenes, tal y como muestra la escultura de la serpiente enmascarada que oculta y revela su propia naturaleza, imposible de ser vista por completo desde ningún ángulo.

¿Cómo rebelarse desde los márgenes sin que acaezcan represalias por parte del sistema dominante? La máscara, el anonimato, lejos de suponer un objeto de cobardía, se erige aquí como una vía para la valentía: la máscara se convierte en el habitáculo que hace posible que las mujeres silenciadas por el patriarcado levanten la voz.

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La ocultación, como explica Semíramis González, “funciona como subterfugio”. Es este carácter totémico, velador, el que protege a aquellas mujeres artistas que han sufrido abusos en su ámbito laboral, el que les permite denunciar las opresiones que las han obligado a vivir ocultadas, en un escondite que juega por fin ahora a su favor.

Siguiendo la estela que dejó Virginia Woolf, pero también las Guerrilla Girls y movimientos sociales materializados en hashtags como el ‘#MeToo’, ‘#TimesUp’ o ‘#SeAcabó’, entre muchas otras referentes, Marina Vargas realiza una serie de piezas de diversas naturalezas artísticas interconectadas bajo la denominación de ‘La Tribu’.

Una serie formada por doce máscaras intervenidas mediante el dibujo para reactivar su aspecto ritual, mágico, curativo y protector, de modo que puedan cumplir todas estas funciones al ser llevadas por sus mujeres protagonistas. Son estas máscaras las que permiten que dichas mujeres puedan contar sus historias de abusos y violencias, creando “una ceremonia ritualística para que todos escuchemos”, tal y como explica la artista.

Historias que han quedado recogidas en una pieza de formato audiovisual y en una una serie de fotografías –inseparables de las máscaras– acompañadas de citas extraídas de la grabación. Asimismo, en estas imágenes se solapan cuatro tiempos diferentes: el propio del uso ritual de la máscara, su transformación en máscara neutra, la intervención mediante la que Vargas, a modo de tatuaje, la cubre con dibujos, y su reactivación, mediante la cual las mujeres narran su relato.

Marina Vargas impide con ello que los objetos-máscara mueran, al evitar que pierdan su valor simbólico, a la par que evita que las historias de estas mujeres queden silenciadas, ofreciéndoles una plataforma para hablar y denunciar, tal y como ha hecho en muchos de sus proyectos precedentes, que la han llevado a formar parte de ‘New Worlds: Women to Watch 2024‘ en el Museo Nacional de Mujeres en las Artes (NMWA) de Washington. Es así como cuestiona, en palabras de la comisaria, “un sistema del arte modulado bajo los planteamientos del compadreo y el silenciamiento de las violencias”.