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‘Future Memory’, de James Isherwood
Galería Ana Serratosa
Pascual i Genís 19 (atico), València
Inauguración: jueves 18 de noviembre a las 20:00

La luna nos arraiga a la tierra, marca el final del día y el comienzo de la noche, del sueño. La luna es una presencia que cambia con las estaciones, como nosotros, y trae consigo un amigable y sereno firmamento que rompe el temor de la noche. Como sabrá cualquiera que haya caminado alguna vez por un bosque bajo la luna llena, esta puede guiar el camino.

Sin embargo, en muchas culturas, la luna es una pícara, debido a sus tonalidades, que cambian con las estaciones. Al leer el americano ‘Farmer’s Almanac’ (‘Almanaque del granjero’), una aprende de los numerosos nombres para estos misteriosos colores y de las señales que esta miríada de lunas nos envía en tanto que pequeños humanos en la superficie del planeta. Luna de cosecha. Luna fría. Luna rosada. Luna del lobo. Todos estos nombres, aunque sugieren artimañas, como si la luna se disfrazara, también sugieren su intención de que tratemos de entender su naturaleza.

En palabras de James Isherwood, la luna −o, más bien, lunas− es una pieza fundamental que empuja al espectador a buscar una comprensión. Sus trabajos son, en muchos aspectos, representaciones de paisajes, y las lunas suponen una constante. Yuxtapuestas a las estructuras arquitectónicas que suelen retratarse con una abstracción lúdica, las lunas son esenciales para los espectadores en los trabajos de Isherwood. Sus mundos nos arraigan tanto a la tierra como al firmamento y contienen restos de un alma pícara.

James Isherwood
‘New Understanding’, de James Isherwood.

La ‘New Understanding’ (‘Nueva comprensión’) de Isherwood ofrece una exploración clave de la importancia de las lunas en su trabajo, así como un juego entre palabra e imagen a partir del título de la obra. Esta ‘New Understanding’ de la luna remite a un fragmento de su hogar habitual, el cielo lleno de estrellas. Este cielo, representado con un embelesador detalle cósmico, está atrapado en una estructura apenas visible.

No obstante, la luna habita en un firmamento lleno de luz, de un azul que no concuerda con nuestra imagen mental del color del cielo. Este azul es más potente, plano, denso. La luna, arriba, irradia una nube de luz que llega hasta los límites de la pintura. De este modo, la luna crea un foco para el título de la obra. Al observarla, nuestra comprensión de la noche, el día y el firmamento se renueva completamente. Sin la predominante luna estaríamos totalmente desorientados por la sobrenaturalidad de la pintura.

La protagonista de ‘Iberia’ es, a primera vista, la silueta de una casa en un tono azul cerúleo, enmarcada por una cenefa de la misma tonalidad verde que los árboles que la envuelven, y con lo que parece ser una puerta de entrada con rayas verticales simétricas pigmentadas de un vago espectro de arcoíris.

En el otro lado de la obra, encontramos un gran círculo con forma de luna, coloreado con rayas similares, aunque aquí orientadas en horizontal. A primera vista, estas dos figuras brillantemente coloreadas son el foco primario, hasta que el ojo del espectador reposa sobre otra luna que emerge del cielo crepuscular en la parte central izquierda de la pintura. Este azul, de un cerúleo más intenso, está misteriosamente interrumpido por la pequeña luna, como un pensamiento a medio formar. Esta luna preside la escena, llamando a la noche venidera, y el gran círculo cromático es tan solo una distracción o una burla a esta luna real, que está representada con el realismo de un habilidoso dibujante.

Asimismo, vemos que la casa en primer plano es, posiblemente, una atrevida réplica de la verdadera protagonista: una casa más pequeña y lejana en el fondo de la composición, que brilla como el oro y contiene un perfectamente formado árbol de hoja perenne. Esta luna, de tranquila presencia, es una invitación, una señal del cosmos más allá de nosotros; la segunda casa, dorada, con su bosque particular, sugiere compleción. Ante la naturaleza ilusoria de la composición del cuadro, con su paisaje de rígidas líneas en un amarillo químico, la pequeña y realista luna da a los espectadores una pista crucial sobre cómo entender el mundo de ‘Iberia’, un mundo de dualidades donde lo pequeño contiene un gran tesoro.

‘Iberia’, de James Isherwood.

De manera similar, la luna de ‘Distant Tropic’ (‘Trópico Distante’) −sin duda, una luna de sangre, por su vívido naranja− sirve como la voz cantante de la composición. ‘Distant Tropic’ parece operar íntegramente en un eje horizontal. La tierra que vemos se alza ligeramente sobre el océano y se reduce a una pequeña meseta. La montaña enfrente de nosotros ha resistido la urgencia de llegar a una cima, aplanando todavía más la composición. La luna de esta pintura sirve, pues, como contrapunto. Su alto y dominante emplazamiento rompe el eje horizontal tal y como desearía la mirada del espectador.

En su composición cromática, esta luna, representada en un naranja intenso con un toque de óxido, sirve como balance esencial de los colores atípicamente homogéneos del resto de la pintura. La pequeña escala de esta luna nos invita a acercarnos, nos atrae a la línea del horizonte, donde reposa una masa de tierra, la complejidad de la cual es visible y, aún así, se mantiene difusa. Estamos invitados a la calidez de esta tierra, donde, si salvamos la distancia, puede que encontremos un brillante oasis tropical, frío y exuberante.

Una podría pensar que en ‘Distant Tropic’ aparece no una luna de sangre, sino el sol. No obstante, dada la presencia de las lunas en el trabajo de Isherwood, interpretar esta figura celestial como una luna nos remite al engaño óptico de la luna de sangre al elevarse. Incluso a la caída de la noche, una luna de sangre podría fácilmente confundirse con un extraño y congelado sol. La elección de incluir un abrasador sol −isla tropical, sol caliente− sería demasiado simple para un trabajo de James Isherwood, algo que es improbable que el artista haya hecho en ‘Distant Tropic’.

‘Distant Tropic’, de James Isherwood.

Asimismo, el primer plano contiene lo que podría parecer un reflejo de la tierra distante, aunque más que luz solar, parece el brillo de la luz de la luna, lo que nos sugiere que nuestro acompañante es la luna. Pero incluso este reflejo, familiar para cualquiera que haya visto el mar a la luz de la luna, está representado con el realismo efímero característico de Isherwood, por lo que lo que podría ser un paisaje trópico familiar alcanza lo fantástico.

Isherwood fue criado en el estado de Massachusetts, en la Costa Este de EE. UU., donde las tormentas eléctricas son comunes en verano. Como muchos de los trabajos de Isherwood, ‘Gathering Sky’ (‘Cielo cargado’) muestra el rango de la influencia temática de la meteorología y las estaciones, incorporados en gran medida, de nuevo, por la presencia de una distintiva luna. En esta composición, las rayas cromáticas azules y naranjas crean una estructura dominante.

El calor que surge durante el apogeo del verano, un calor que puede ser interrumpido por una agradecida tormenta eléctrica, es evocado en el abstracto firmamento de esta obra. El rosa y dorado −en sí mismos, un retrato de una tarde veraniega− están precedidos por verdes exuberantes. Los toques diagonales de este cielo dorado evocan la lluvia torrencial que caerá cuando la tormenta finalmente llegue. En este cielo destaca, de nuevo, la luna. De un azul grisáceo, esta luna podría ser principalmente comparada a lo que es referido por algunas tribus indígenas americanas como una luna de trueno, que aparece en el apogeo del verano. Una señal de algo que alimenta, enfría y, posiblemente, asusta.

Si observamos la luna en ‘Gathering Sky’, en contraposición a los elementos arquitectónicos de la composición, vemos una luna embustera, incluso más que en los otros trabajos de Isherwood, donde la luna sirve más como una presencia terrenal, para aportar serenidad a mundos que sin ella resultarían difusos. Aquí, el cielo rosa y dorado está lleno de lo que parecen nubes, formadas a partir de suaves trazos que se yuxtaponen sobre las afiladas trayectorias de tres estructuras.

‘Gathering Sky’, de James Isherwood.

Una de esas estructuras, ubicada directamente bajo la luna, contiene, de nuevo, resquicios de un paisaje. Solo que, esta vez, el bosque de dentro de esta estructura −¿casa?, ¿granero?− es más oscuro, más ominoso. En el suelo bajo esta, la estructura emite una sombra oscura, que llega hasta el límite de la obra. Puede entenderse que la luna emite esta sombra ominosa que, si se sigue, no queda claro a dónde nos llevará. En ‘Gathering Sky’, la luna podría estar buscando desviarnos de nuestro curso. La estructura dominante, de unas atrevidas tonalidades azules y naranjas, está situada en primer plano y podría ser un escudo, una fuerza dirigente conforme intentamos navegar alrededor de esta pícara luna.

Como el juego de palabras e imágenes creado en los líricos títulos de Isherwood, las lunas en su trabajo crean un juego entre lo abstracto y lo terrenal, entre una estación presente y futura, y entre una presencia tranquila y un lado oscuro. En cada aparición, el mensaje de la luna hacia el espectador es tanto concreto como elíptico: todo lo que podemos ver no es todo lo que hay.

Anne Ray