Paisaje condicionado, de Joan Forniés
Centro del Carmen
C / Museo, 2. Valencia
Hasta el 23 de febrero
Joan Forniés dice que utiliza el paisaje como excusa, de manera que los árboles pueden llegar a impedir ver el bosque de su obra. Por eso ha titulado Paisaje condicionado al conjunto de piezas expuesto en el Centro del Carmen. “No soy pintor de paisajes, pero utilizo el árbol como figura que hace las veces del sujeto para contar lo que nos pasa”. De manera que los árboles se abrazan, se separan, echan raíces o tienen dificultades para hacerlo, se colocan al borde del abismo o en suaves lomas. En definitiva, “hablan del yo y sus desdoblamientos”.
Y para hacerlo, Forniés se vale de sucesivas capas de óleo, cera, pigmentos minerales, resina epoxi, carboncillo, tinta y hasta pan de oro. Todo ello convenientemente mezclado, manipulado, intervenido, rayado, para que mediante cierto proceso destructivo pueda finalmente emerger el árbol que, sin cerrar el ciclo de vida y muerte, permita arrojar luces y sombras en la naturaleza telúrica resultante. “Se trata de destruir para llegar al hallazgo”. Explicación que el comisario de la exposición, Óscar Carrascosa, resumió a modo de titular: “Un bosque de hallazgos”.
El bosque lo componen 29 obras de idéntico formato, cuya medida similar produce la sensación del eco de la naturaleza que nunca se apaga. El nacimiento, la muerte y vuelta a empezar. “Estoy contento del ejercicio, porque el patrón se repite pero cada cuadro es muy diferente”. Quizás se deba al “ejercicio de depuración” que Forniés advierte en el conjunto, cuya “complejidad técnica” contrasta con la “sencillez de la parte visual”. El fondo magmático, telúrico, incognoscible, pugnando con esas figuras arbóreas que aguantan el peso de tanta tensión ofreciendo un horizonte de sentido. Paisaje sin duda condicionado por esa arrebatada materia que, en manos de Forniés, se transforma en múltiples y depuradas sensaciones.
El color sepia que utiliza para los árboles tiene como función darle “protagonismo” a lo figurativo. “Hablo de la ubicación, pero también de la falta de raíces”. De forma que esos árboles que sin duda el espectador reconoce, y a los que puede aferrarse como contrapunto al abstracto fondo, juegan un papel ambiguo en la obra de Forniés. Por un lado, anclan la mirada tendente a perderse por el vasto espacio, que el artista ha ido trabajando en lucha con los materiales. Pero, por otro, esos árboles tampoco aseguran con su presencia cierta estabilidad. Por eso Joan Forniés, como si fuera a rebufo de su actual experiencia como artista residente en Swatch Art Peace Hotel en Shangai, repite una y otra vez la misma escena, convencido de su permanente mutabilidad.
Esos paisajes condicionados, que el artista parece rememorar como si fueran reflejos de la asiática ceremonia del té, tienen la virtud de situarnos en el vértice de la creación surgida del caos. Ese fondo telúrico que Forniés ha tenido la paciencia, y el arrojo, de domeñar, es la condición que da pie a esos árboles, cuya fragilidad es a su vez fruto del fondo destructivo del que proceden. El paisaje como excusa mediante la cual interrogarse por el sentido de la condición humana. La mezcolanza arrebatada de materiales dejando paso, mediante un intenso proceso depurativo, a la frágil existencia humana.
Salva Torres
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