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‘Guía contra la desinformación. Claves para navegar en la era de la polarización’
Itziar Reguero y Pablo Berdón
Editorial Catarata
“La sociedad está polarizada. Nos hemos vuelto muy poco tolerantes a las opiniones contrarias porque el algoritmo nos da siempre la razón”, aseguran Itziar Reguero y Pablo Berdón, autores de ‘Guía contra la desinformación’ (Catarata), un ensayo nacido en el ámbito universitario pero dirigido a todos los públicos. El libro aporta claves para entender la naturaleza de esta realidad, así como herramientas para defendernos de ella.
El primer paso, y esencial, es pararse a pensar, resistirse a la vorágine de unos medios, las redes sociales, que imponen su dinámica de la impulsividad y la reacción instantánea. Agárrese la mano y reprima su tentación de hacer clic o retuit. Dele tiempo a la razón y analice lo que tiene delante antes de reaccionar.
“No somos pesimistas. Al contrario, creemos que podemos ayudar a afrontar este fenómeno. Lo que queremos es ayudar a la gente y que entienda que el éxito de las noticias falsas se basa en que refuerzan nuestras creencias y, a menudo, estimulan nuestra indignación”, explica Itziar Reguero.
Por tanto, lo primero es “ser conscientes de nuestros sesgos, desconfiar de las noticias que nos dan la razón y levantar un escudo crítico, que es algo que se ha perdido en las redes sociales”, añade la investigadora de la Universidad de Valladolid. El problema es la inmediatez que imponen las redes sociales. Ella es la culpable de que se rebajen nuestras guardas racionales y de que actuemos con impulsividad.
La ‘Guía contra la desinformación’ nace en el contexto de un proyecto académico para impulsar la alfabetización informativa que surgió en el año 2020 en la Universidad de Valladolid, en el contexto de la pandemia. Los dos autores participaron en una encuesta a estudiantes de Periodismo de España que desveló que no confiaban en los medios informativos y en la que reconocían que ellos mismos habían sido víctimas de bulos.
“Es verdad que había diferencias entre los estudiantes de los primeros años y los más avanzados, pero nos pareció preocupante descubrir esto en personas que iban a trabajar como informadores”, explica Pablo Berdón, profesor en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid.

“Empezamos haciendo verificaciones y explicando errores que luego colgábamos en la página web del proyecto y en redes”, añade Itziar Reguero. Pero vieron que había que ir más allá y prepararon talleres formativos y otros proyectos de formación. Inicialmente, se dirigieron a estudiantes de Periodismo, pero luego extendieron su actividad a alumnos de instituto y ahora también advierten de los peligros de la desinformación a personas mayores, un colectivo especialmente vulnerable.
“La mejor receta contra la desinformación es pararse a pensar y oponerse a la tiranía del algoritmo buscando puntos de vista diferentes de los nuestros”, opinan los investigadores vallisoletanos. El problema es que pocas personas realizan ese esfuerzo.
“Ahora la gente consume la información de los medios para reafirmarse, no para informarse, o para tener una visión más profunda de sus creencias”, constata Pablo Berdón. “Esto explica por qué hoy es un nicho de negocio el periodismo de trinchera, que no hace mucho era criticado y denostado”.
El origen de la epidemia desinformativa puede vincularse con la irrupción de las redes sociales entre los años 2008 y 2010. Pero su llegada va de la mano de la crisis económica de los medios, que estaban perdiendo ingresos por la competencia de la información gratuita de Internet y que sienten la necesidad de reinventarse.
“Es la tormenta perfecta”, explica Berdón. Los medios acuden a Internet no solo en busca de lectores e ingresos, sino también en busca de las noticias que interesan a la gente. Una idea que se ve reforzada por el éxito de los nuevos partidos que se apoyan en las redes sociales. “Se instaló la idea de que las redes sociales eran el mejor reflejo de la sociedad; lo que no era cierto”.
No siempre la manipulación y propaganda nos llegan a través de los medios informativos, sino también a través de los relatos audiovisuales, series y películas, “que son especialmente eficaces porque no estamos alerta y juegan con nuestra emoción”, explica Reguero. Pero no es menos grave la creciente disolución de las barreras entre información y entretenimiento. “Antes, estaban más compartimentadas una y otra. La mezcla de ambos rebaja la capacidad crítica y provoca que estamos menos alerta”.

Una de las consecuencias más dramáticas de la generalización de mentiras y falsedades no siempre fáciles de distinguir es la pérdida de confianza y el auge del escepticismo; factores que contribuyen a la degradación de las sociedades democráticas.
Después de todo, como señaló Hanna Arendt en una cita que recoge ‘Guía contra la desinformación’, “el sujeto ideal para un gobierno totalitario no es el nazi ni el comunista convencido, sino el individuo para quien la distinción entre hechos y ficción, y la distancia entre lo verdadero y lo falso han dejado de existir”. No olvidemos que, en 2016, posverdad fue la palabra del año.
El ensayo incluye una parte final de recomendaciones de autoayuda en la batalla. Algunas de ellas se recogen en un decálogo de la Universidad de Burgos que propone algunas medidas sensatas y útiles. Por ejemplo, analizar el origen y la fuente de las noticias, especialmente cuando nos indignan o conmueven. “El ser humano se mueve por las historias que le provocan emociones y estas le empujan a la acción, independientemente de si los relatos son verdaderos o no”.
Conviene, asimismo, desconfiar de la información que llega de cuentas anónimas, así como sobre los pantallazos que nos presentan pruebas definitivas de algo, y que pueden estar manipulados. Otra medida prudente y eficacísima es leer la información completa. Muy a menudo, el texto mismo desmiente o relativiza los titulares que han llamado nuestra atención.
Pero, además, hay herramientas que pueden ayudarnos. Los fact-checkers son especialmente eficaces para detectar muchos bulos inofensivos, pero también engaños sin una clara intencionalidad política que se replican a través de las redes sociales. Quizás lleguen tarde para las primeras víctimas, pero sirven para todas las demás.
Desde falsas denuncias de timos, que nos aterran porque sabemos cuántos engaños reales hay, hasta videos como el de los falsos hijos de Los Tres Tenores, que en realidad muestra a tres cantantes jóvenes muy buenos, pero sin relación alguna con Luciano Pavarotti, José Carreras o Plácido Domingo.
Si no estamos seguros de si una foto es real, podemos recurrir a la búsqueda inversa de fotografías de Google, que permite ver versiones anteriores de la misma foto, lo que nos permitirá comprobar si la que tenemos delante ha sido manipulada. Con el mismo objetivo pueden usarse los programas FotoForensics y TinEye. Y, si dudamos sobre la veracidad de un video, pueden ayudarnos programas como InVid Verification Plugin.
Finalmente, si sospechamos que nos engañan con las cifras de asistentes a una manifestación, Mapchecking puede ser una gran ayuda. Pero lo esencial es estar alerta, ser consciente de los propios sesgos y prejuicios (para que otros no los utilicen en nuestra contra) y rechazar la confortabilidad de la cámara de eco, que nos hace pensar que todos piensan como nosotros. Son gratificantes, pero también son el mejor camino para el autoengaño y la frustración.

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