#MAKMALibros
‘Yo mismo y otros animales’
Alianza Editorial, 2025
Con movito del centenario del nacimiento de Gerald Durrell (1925-1995)
Naturalista, conservacionista, escritor y presentador de televisión británico, autor de ‘Mi familia y otros animales’ (1956)
Existe una pregunta muy manida dentro de los círculos literarios, un recurso fácil que los periodistas sacan a relucir cuando entrevistan a cualquier autor. Esta cuestión no es otra que: “Si solo pudieras escoger o recomendar un libro, ¿cuál sería?”.
Me lo he planteado muchas veces y siempre termino decantándome por la misma respuesta: ‘Mi familia y otros animales’ (1956), del autor británico Gerald Durrell.
No porque sea el mejor libro que haya leído ni por su valor intrínseco –que lo tiene–. Lo escogería porque soy incapaz de recordar otra obra que haya tenido un impacto tan significativo en mi vida.
Yo era un niño de apenas 10 años acostumbrado a pasearse entre los centenares de volúmenes que cubrían cada rincón de mi casa. Libros aburridos, libros de adultos que yo no comprendía y por los que no sentía interés. Sin embargo, había uno que sí que me llamaba la atención. Tenía en la portada un juguete de cuerda con forma de rana metido en un bote.
Un día –no recuerdo si por casualidad o porque me había pillado observándolo–, mi madre lo sacó de su despacho y me lo dejó. “Toma, este te gustará”.
Entre sus páginas comprendí que las dos pasiones que ya entonces marcaban mi vida no eran excluyentes. El amor por los animales y la literatura podían aunarse.

Sumergiéndome en la disparatada historia de la infancia de Gerry en la isla de Corfú, intentando recoger, cuidar y estudiar a cuantos animales encontraba –ante el pavor y la incomprensión de sus familiares–, sentí que no estaba solo. Había alguien que me comprendía.
Además, al terminarlo, descubrí que había escrito decenas de libros, los cuales fui coleccionando con los años, a fuerza de rebuscar en ferias de segunda mano –ya que Internet no era como ahora–, y muchos estaban descatalogados.
En ellos no solo narraba sus vivencias de niño en la isla griega. También hablaba de su primer trabajo en una tienda de mascotas, de cuando fue cuidador en un zoológico, de sus expediciones para capturar animales en lugares remotos y maravillosos de los cuales yo nunca había oído hablar.
De cómo comprobó que las áreas naturales se encontraban cada vez más degradadas y, junto con ellas, la fauna iba desapareciendo. Exponía cómo los zoos con los que hacía negocio, en realidad, eran antiguas casas de fieras, museos en donde se enseñaban animales en malas condiciones y no las herramientas de conservación que deberían ser.
Y de cómo, finalmente, decidió ponerle remedio y fundar su propio zoo, uno cuyo principal objetivo sería la cría en cautividad de especies amenazadas y la conservación de los hábitats en los que estas deberían vivir.
Costaba creer que su obra fuese autobiográfica y no el ensueño de un naturalista loco.
Ya en la universidad –estudiando Biología, por supuesto–, me hice socio de la Durrell Conservation Trust y decidí releer el libro que me había introducido en aquel universo en el que había disfrutado tantas horas.
Tenía miedo de que fuera una historia infantil, edulcorada por la nostalgia; pero, por suerte, mi temor era infundado, hasta el punto de que tuve que salirme de la biblioteca de la facultad porque mis carcajadas provocaban que el resto de alumnos me chistara entre miradas de desaprobación.
Pasó el tiempo. Tras muchos años de estudio y de trabajar gratis, logré ser contratado como cuidador en un parque de animales. Fue inevitable revisitar ‘Un zoológico en mi azotea’, el libro en que Durrell cuenta sus aventuras y desventuras mientras ejercía ese mismo trabajo en Whipsnade Zoo.
En esa época descubrí que, casi treinta años después de su muerte, su legado había sido lograr el cambio de propósito y forma de actuar de las instituciones que en la actualidad albergan animales. Su funcionamiento y objetivos se parecen un poquito más a los que deberían ser y, aunque muchas veces lo hagan de cara a la galería y les quede mucho camino por recorrer, van dando pasos en la buena dirección.
Fue durante esta época cuando pude cumplir uno de mis sueños de niño: visitar Corfú y conocer la isla que había avivado mi imaginación infantil. Mientras releía por tercera vez ‘Mi familia y otros animales’, me dejé atrapar por el embrujo de aquel lugar.

No era tan agreste ni sencilla como la que describe Durrell en su obra. Entre sus colinas y playas han surgido restaurantes, hoteles, coches… Pero solo tenías que alejarte unos pasos de los lugares más turísticos para descubrir que, en lo esencial, nada ha cambiado.
Podías seguir dando un paseo entre olivos y árboles frutales, observar a la gente amigable y tranquila sentada a las puertas de sus casas cuando el sol pierde fuerza, encontrarte a cocineros bulliciosos que, como Spiro, se preocupaban –e incluso llegaban a tomarse como algo personal– que no te hubieras podido terminar el gigantesco plato que te habían servido, contemplar las tortugas cruzando la carretera, asomarte a charcas que esconden entre sus aguas universos enteros, u observar a gigantescas arañas tejiendo sus telas en las paredes de la pequeña iglesia que corona la isla.
Allí seguía la casa rosa en la que vivieron los Durrell cuando llegaron a Grecia, convertida en una vivienda más dentro de una urbanización. También la casa blanca, donde Larry (Lawrence Durrell) vivió con su esposa y en la que pernoctaron algunos de los escritores más reputados de su tiempo, ahora convertida en un restaurante y pequeño museo con fotos y souvenirs de la época en que la famosa familia la habitaba.

Tras aquel viaje se había cerrado un círculo. Además, cambié de trabajo, de casa y pasé bastante tiempo sin pensar en Gerald Durrell ni volver a refugiarme en sus libros, como tantas veces había hecho en mi infancia y juventud.
Pero hay cosas que nunca cambian, y hace unos meses un amigo –antiguo compañero del zoo– me regaló el único libro de Gerald Durrell traducido al español que me faltaba: ‘Guía del naturalista’.
Al menos hasta ese momento, porque este 2025 se cumplen cien años del nacimiento de Gerry y, para conmemorarlo, Alianza Editorial ha publicado ‘Yo mismo y otros animales‘, un libro donde su mujer, Lee Durrell, recopila una selección de pequeños textos escritos por el autor. Algunos son inéditos y otros han sido extraídos de sus obras, para repasar, a lo largo de casi 400 páginas, la vida de Gerald Durrell: su infancia entre la India y Corfú, sus estancias en Inglaterra, fragmentos de sus expediciones para capturar animales en lugares tan distantes como África, Oceanía o América del Sur o anécdotas con algunos de los animales o especies que le marcaron especialmente.

Lo que encontramos en esta nueva publicación es una síntesis de lo que fue su obra, mayoritariamente autobiográfica, y que ha ido mucho más allá de la famosa ‘Trilogía de Corfú’, compuesta por ‘Mi familia y otros animales’, ‘Bichos y demás parientes’ y ‘El jardín de los dioses’.
El autor también nos ha hecho viajar alrededor del globo, descubriendo no solo animales, sino también a personajes entrañables con los que ha coincidido en sus expediciones y junto a quienes ha vivido peripecias de todo tipo. Durrell consigue llevarlas al papel convertidas en historias tragicómicas, capaces de cautivar a miles de lectores a lo largo de los años.
De esta época destacaría tres libros: ‘La selva borracha’, donde nos narra los seis meses que pasó junto a su mujer recopilando animales en América del Sur; ‘Rescate en Madagascar’, en el cual intenta encontrar al misterioso aye-aye; o su expedición a la isla Mauricio, narrada en ‘Murciélagos dorados y palomas rosas’.
Soy consciente, al igual que lo era él al final de su vida, de que, en la actualidad, el propósito de muchos de estos viajes no tendría ningún tipo de justificación ética, pero debemos comprender que han sido parte del proceso que nos ha llevado a las generaciones más recientes a valorar y proteger nuestro entorno natural. Este es un problema que ha afectado, en mayor o menor medida, a todos los grandes naturalistas nacidos a principios del siglo XX. Solo tenéis que ver ‘El mundo del silencio’, del famoso conservacionista marino Jacques-Yves Cousteau, e intentar no llevaros las manos a la cabeza.

Otro de los temas principales de sus libros, tratado en ‘El arca inmóvil’, ‘Un zoo en la isla’ o ‘El cumpleaños del arca’, entre otros, es la creación de su propio zoológico, su crecimiento y los problemas a los que se enfrentan las especies en un mundo cada vez más degradado.
Quizá la faceta menos conocida del autor británico sea su incursión en la literatura infantil, donde crea historias muy divertidas y, cómo no, repletas de animales. Entre ellas podemos encontrar ‘Los secuestradores de burros’, con un título bastante autoexplicativo, o ‘Rosi es mi familia’, en la que un joven hereda un elefante. Sin embargo, dentro de sus novelas de ficción para niños, si solo pudiera escoger o recomendar un libro, este sería ‘El paquete parlante’, donde crea un delicioso mundo fantástico al que viajan un grupo de niños para salvar a todos los animales mitológicos.
A pesar del tono humorístico de gran parte de su obra, cuando Durrell mira hacia el futuro, encontramos un poso de tristeza, pero también de esperanza en que podamos seguir disfrutando de las maravillas que el mundo natural y todos los seres que lo habitan tienen que ofrecernos.
O, en las propias palabras que Gerald escribió para las generaciones futuras y con las que acaba el libro póstumo publicado por su centenario:
“Esperamos que sigan existiendo las extraordinarias variedades de criaturas que comparten la tierra del planeta con nosotros, para encantaros y enriquecer vuestras vidas como han hecho respecto a nosotros. Esperamos que os sintáis agradecidos por haber nacido en un mundo tan mágico”.
- Gerald Durrell: cien años y otros animales - 3 agosto, 2025