Libro. María Pombo

#MAKMALibros
‘#derechoalpataleo’
El libro: crónica de una muerte anunciada que nunca llega

Si el libro tuviera un perfil en Tinder, en el apartado ‘Estado civil’ pondría: “En crisis permanente”.

El libro es el Argentina de la cultura, el Charlie Brown al que siempre le quitan el balón de una patada en la espinilla. Llevamos siglos escuchando la misma matraca: que si nadie lee, que si los jóvenes ya no abren un libro, que si las pantallas nos han robado el alma…

Hasta que una influencer enseña su biblioteca llena de libros falsos y, ¡oh, paradoja!, todo el mundo se convierte en un devoto de las letras para criticarla. El último drama: que los lomos sean de cartón. Como si el derecho a no leer, el primero del decálogo de Pennac, no amparara también el derecho a decorar con lo que a uno le venga en gana.

Sin embargo, ahí sigue, con fajas y a lo loco. Con desodorante de lignina. Desafiando a los agoreros con una mala salud de hierro envidiable, que diría Sabina. Tan joven y tan viejo…

Su historial clínico se presenta largo e ilustre:

La primera gran crisis llegó en el siglo XIX con la prensa de vapor. Los periódicos, más baratos e inmediatos, inundaban las calles. Los moralistas de entonces se llevaban las manos a la cabeza. Profetizaban que solo se leerían panfletos y noticias truculentas. Ya entonces nos atraía eso del true crime.

El libro, sereno, se encogió de hombros y nos dio a Dickens por entregas. Crisis superada.

Luego vino el cine, la radio… Después, ¡obra de Belcebú!, la televisión.

Cada uno de ellos se anunció como el clavo final en su ataúd. ¿Para qué leer ‘Guerra y paz’ si puedes ver una peli en color desde el sofá? Por suerte, el libro se reinventó como el objeto de culto perfecto. Como el entretenimiento independiente de cables y baterías. ¿Te imaginas un día de playa sin libro? Otra crisis esfumada.

Y llegó Internet. Los Nostradamus del pesimismo volvieron a lamentarse. Era el golpe definitivo. Ahora, además, con el delito añadido de que unos cuantos ejemplares sean más falsos que el beso de una suegra. El boom del e-book acabaría con el papel para siempre. Seguro. ¿Resultado? Las ferias del libro más llenas que nunca, las ediciones ilustradas de clásicos, objeto de deseo. La sensación táctil del papel, un lujo en la era de lo intangible. Y el mismo libro, de verdad, sobre la mesilla de noche, esperando a que ejerzamos el derecho al bovarismo y no solo el de decorar el salón. Vaya, otro fin del mundo que se pospone.

La verdad es sencilla: la crisis es el estado natural del libro. Es su ecosistema. Es lo que lo mantiene vivo, alerta y en constante reinvención. Incluso como objeto de adorno. Porque, al final, que alguien quiera fingir que tiene libros aunque no los lea es el síntoma más perverso de buena salud: significa que sigue siendo un símbolo de prestigio que todos anhelamos. Es lo que empuja a los lectores; lo que nos hace sentir especiales. Nos define como defensores de causas perdidas.

@mariapombo Respuesta a @ynmabp ♬ [Raw recording] Record playback noise 01 (3 minutes) – Icy Light

Esa perpetua sensación de catástrofe inminente es el motor que nos empuja a lectores, escritores, editores, libreros, bibliotecarios… a tirar del carro con una energía desesperada. ¿Que no se lee? Montemos clubes de lectura. ¿Que las librerías cierran? Hagámoslas espacios culturales. ¿Que una influencer prefiere el lomo vacío? Recordémosle, con humor, el derecho número 6: el de sumergirse en las historias de verdad, que es el viaje más barato y adictivo que existe. ¿Que hay demasiados libros? Organicemos maratones de recomendaciones y fiestas de lectura.

Así que, la próxima vez que un titular anuncie “La muerte del libro”, sonríe tú también. Es un modo de recordarnos que está más vivo que nunca. Que su eterna crisis es, en realidad, la señal de que goza de una salud feroz. La salud de quien sabe que, pase lo que pase, siempre habrá alguien dispuesto a abrir sus páginas y salvarlo, una y otra vez, del olvido.

Porque el libro no está en crisis. Está en constante y glorioso estado de resistencia.

Los diez ‘Derechos del Lector’, de Daniel Pennac
Daniel Pennac. Como una novela

Decálogo escrito por Daniel Pennac en su libro ‘Como una novela‘, que reivindica la libertad y el placer de la lectura, oponiéndose a la lectura obligatoria. Estos derechos incluyen la libertad para no leer, saltarse páginas, no terminar un libro, releer, leer cualquier cosa, leer en cualquier sitio, hojear, leer en voz alta, callarse tras la lectura y el derecho al bovarismo, que es la capacidad de dejarse llevar por la imaginación que el libro provoca.

  1. El derecho a no leer: la lectura es una elección personal, no una obligación.
  2. El derecho a saltarse páginas: si una parte del libro resulta aburrida, es válido dejar de leerla.
  3. El derecho a no terminar un libro: si una obra no agrada, se puede dejar de leer sin remordimientos.
  4. El derecho a releer: es válido volver a leer un libro para disfrutarlo de nuevo o descubrir aspectos nuevos.
  5. El derecho a leer cualquier cosa: cada lector tiene sus preferencias y puede decidir qué leer.
  6. El derecho al bovarismo: la capacidad de identificarse con los personajes y las historias, dejándose llevar por la imaginación y las sensaciones del libro.
  7. El derecho a leer en cualquier parte: la lectura puede ser un acto portátil y personal, sin restricciones de lugar.
  8. El derecho a hojear: se puede abrir un libro por cualquier parte y leer momentáneamente fragmentos, disfrutando de esa experiencia.
  9. El derecho a leer en voz alta: la lectura en voz alta es una forma de disfrutar de un libro, para uno mismo o para otros.
  10. El derecho a callarnos: cada lector es libre de no expresar su opinión sobre un libro, de no sentirse presionado a ser un crítico literario.