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‘Escenas y paisajes en la pintura valenciana. Siglos XIX y XX’
Comisario: Javier Pérez Rojas
Fundación Bancaja
Plaza de Tetuán 23, València
Hasta el 14 de septiembre de 2025
El teólogo alemán Thomas de Kempis dejó dicho: “La costumbre con la costumbre se vence”. Lo que Fundación Bancaja reúne en su exposición ‘Escenas y paisajes en la pintura valenciana. Siglos XIX y XX’ no es más que la confirmación de este aserto. A través de un centenar de obras de cincuenta artistas valencianos, asistimos a la evolución de un costumbrismo de entre siglos sometido a los vaivenes propios de un tiempo que abandonaba el romanticismo más exacerbado –sin olvidarse de ello–, para irse dejando penetrar por cierto realismo social.
Podría decirse, siguiendo al filósofo William James, que la costumbre es como el “enorme volante de inercia que mueve la sociedad”, impulsado, paradójicamente, por la propia costumbre convertida en “su más valioso agente de conservación”.
O, dicho con otras palabras: que las escenas y paisajes costumbristas de la exposición, comisariada por Javier Pérez Rojas, van mudando de piel, por efecto de las distintas sensibilidades artísticas puestas en juego, para reflejar una misma necesidad de abrigo espacial y extemporánea necesidad de trascender los límites impuestos.

Esa dialéctica entre la tradición a conservar y el empuje creativo que tiende a zarandear tan estable visión de la realidad, está muy presente en la muestra, sobre todo en aquellos artistas que, como apuntó el comisario, “son más libres” frente a aquellos que “se aferran a fórmulas”.
Sea como fuere, lo cierto es que la lista de artistas valencianos que integran la exposición es rutilante, destacando, entre los más libérrimos, Antonio Muñoz Degrain, Cecilio Pla, Antonio Fillol, José Pinazo, Manuel Benedito, Bernardo Ferrándiz, Amadeo Roca, Luis Felipe Usabal, Enrique Navas, Luis Dubón, José Manaut –de quien se hace eco ahora mismo el Museo de la Ciudad, en una muestra comisariada por el propio Pérez Rojas– o el ínclito Joaquín Sorolla.
En uno de los apartados de ‘Escenas y paisajes en la pintura valenciana’, se habla de ‘La Arcadia feliz de la huerta’. “Esa visión amable está presente y es dominante”, reconoció el comisario, quien señaló a continuación que el costumbrismo no era “una idea rígida, sino que a veces suponía una oposición al academicismo”.
El tono amable, colorista, alegre e impresionista atraviesa el conjunto expositivo, aunque una mirada más atenta no puede dejar de entrever las sombras que se filtran por entre tanto despliegue lumínico. Un extracto de la novela ‘La barraca’, de Vicente Blasco Ibáñez, que encabeza el dossier de prensa, así lo atestigua.

“Azuleaba la huerta bajo el crepúsculo. En el fondo, sobre las oscuras montañas, coloreábanse las nubes con resplandor de lejano incendio; por la parte del mar temblaban en el infinito las primeras estrellas…”. Y, bajo esta cita, la obra de Muñoz Degrain de ‘La sierra de las Agujas tomada desde la loma del Cavall-Bernat’, a modo de correlato.
La huerta, las oscuras montañas y el infinito del mar dialogando con escenas de labradores y huertanos que tan pronto reflejan el arduo trabajo de la tierra como el placer que desencadena el posterior descanso. “Se entrecruzan diversas líneas: de lo costumbrista a lo regional y lo social, junto a obras más decorativas y sensuales”, subrayó Pérez Rojas, para apostillar que “en las fiestas se puede observar un contenido erótico latente”.
Como apuntó el escritor Manuel Vicent con respecto a la pintura de Sorolla, en su obra traslucía el trabajo al lado del mar y, después de esa realidad tan brillante, “con esas luces amarillas, doradas, blancas”, siempre había lo que el autor de ‘Tranvía a la Malvarrosa’ describe como “un sufrimiento y un furor por vivir”.

Esa mezcla de cierta pesadumbre, emergiendo de un fondo tan colorista, y el goce por la existencia –de un romanticismo diríamos más a pie de tierra, alejado de las altas cúspides montañosas– van de la mano en la exposición, que también aborda, en otros apartados, la modernidad de la cartelería festiva, la mujer valenciana o la fe y la devoción religiosa, amén de las ya señaladas Arcadia feliz o el mar y la Albufera.
De las más de cien obras expuestas, alrededor de veinticuatro “se muestran por primera vez al público y, del resto, muchas hace tiempo que no se exponen”, destacó Rafael Alcón, presidente de la Fundación Bancaja, quien subrayó a su vez ese carácter dialéctico entre la “visión idílica” de algunas de las escenas y paisajes y su “enfoque más social”.
De ahí que, en ese otro contexto sorollista, Manuel Vicent insistiera en la amalgama que se produce en la obra del genio levantino entre el Mediterráneo feliz, alumbrado por una luz placentera –que, en el caso que nos ocupa, baña el conjunto expositivo–, y su otra cara menos amable aflorando, “debajo de su aparente costumbrismo”, el latido de “una filosofía existencial”.
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