‘El pionero’, de Enric Bach
Miniserie de TV | 4 capítulos
HBO España, 2019

En pleno diástole canicular eclosiona, (f)estival y nocturno, el retrato audiovisual de un ser elefantiásico e hiperhidrósico, uniformado con bermudas y guayaberas de impúdica abertura frontal en la que se refugian los ecos de una forma de ser/estar en el procaz orbe patrio, cuyos vestigios de aluminosis y truhanismo prosiguen erigidos en el plúmbeo perfume de verano de perillanes, galopines y soplagaitas, menesterosos émulos de una las figuras indispensables del hediondo y vigente pasado reciente, opulento adalid del vasto y necrosante feudo de la endémica corrupción española: Gregorio Jesús Gil y Gil (El Burgo de Osma, Soria, 1933 – Madrid, 2004).

Precursor, adelantado, ascendiente, tan fundador como un brandi invernal y burgense, su fastuosa y ya onírica remembranza se revelan en suficiente alimento para que la taquilla en casa de HBO haya tenido a bien implementar su primera producción por estos dispares dominios, procurando el sacramento que une al alevoso/insigne con la idiosincrasia pútrida, lega y verbenera de aquellos que fueron, siempre han sido y prosiguen estando.

El pionero, Jesús Gil

De este modo, ‘El pionero‘, del sabadellense Enric Bach, en compañía del brítanico Justin Webster (‘Muerte en León’, 2016), dirige la atención sobre el curso biográfico, carcelario, colchonero y marbellí del primogénito de los Gil y Gil, transitando epidérmicamente por sus gélidos y exiguos orígenes castellanos y edificando la entoldada semblanza bajo las vergonzantes ruinas del vasto y funesto comedor de la urbanización Los Ángeles de San Rafael –luctuoso episodio cuya negligencia se hubo cobrado 58 víctimas en la primavera de 1969 y, a la par, su primera encarcelación (por homicidio involuntario) e indulto ulterior (beneficiándose de una segunda conmutación, preelectoral y socialista, a mediados de los años 90)–.

Igualmente, su atlético y convulso dominio durante varios lustros (1987-2003) del palco del Vicente Calderón –siendo cesado de su cargo durante el invierno de 2000 por decreto de la Audiencia Nacional y repuesto cuatro meses después, tras la crispada administración de Luís Manuel Rubí– y las tres desconcertantes mayorías absolutas que le auparon como regidor del Ayuntamiento de Marbella (1991-2002) bajo el acrónimo ególatra y personalista del GIL (Grupo Independiente Liberal).

Mayorías interrumpidas por su inhabilitación tras ser condenado por malversación y falsedad documental en el célebre caso ‘Camisetas’ y su eximia publicidad de Marbella en las camisetas de diversos equipos de la LFP–, hasta su fallecimiento el 14 de mayo de 2004 a la edad de 71 años.

‘El pionero’ cobra morfología serial –henchida de constantes analepsis y diversas reiteraciones prescindibles– con el rutilante sustento del archivo audiovisual legado por su facundia improvisada y visceral –registrada en innumerables apariciones televisivas y grabaciones particulares– y el refrendo testimonial y decisivo de una nutrida nómina de individuos, próximos por consaguinidad o confrontación profesional y judicial, que auxilian a recomponer los rasgos fundamentales de su estampa, tan ladina y diestra como charanguera y facinerosa.

Así, restauran la parte más afín, amable e hilarante del relato diacrónico de ‘El pionero’, entre otros, las evocaciones de sus hijos Jesús Gil Marín (insólito alcalde de Estepona por el GIL, de 1995 a 1999); Miguel Ángel Gil Marín (consejero delegado del Atlético de Madrid); hermanos y amigos infantes; el productor cinematográfico y presidente del Atlético de Madrid Enrique Cerezo o el inefable e hidrocarbúrico José María García.

Y a ellos debe sumarse el proverbial extremo portugués Paulo la pantera de Montijo Futre y la epicúrea hazaña del doblete del entrenador serbio Ramodir Antic, cuyas respectivas aserciones, si no reveladoras, cuando menos no eluden la ratificación de un modus operandi nebuloso y túrbido, aún cuando (supuestamente) bienintencionado.

Por su parte, amén de otros inquietantes testigos, Isabel García Marcos –otrora obstinado (resignado y tránsfuga en el epílogo) azote del gilismo desde el PSOE marbellí– y el jurista madrileño Carlos Castresana –fiscal del caso ‘Gil’– aportan luz –desde la dubitación (la primera) y la determinación (el segundo)– sobre alguno de los sótanos uliginosos erigidos en los cimientos del hampa del GIL, que operaba en el latifundio de oropeles y golfería en que se había convertido la Costa del Sol Occidental.

Se concitan, por tanto, los suficientes elementos enardecedores como para propugnar de un modo sobresaliente la necesidad de instituir a ‘El pionero’ en una exuberante radiografía que trasciende la propia y crasa figura de Jesús Gil, efímero cenit de un putrefacto trastorno político y económico irresoluble (me temo) y vigente.

Si Gil hubo encarnado los profanos males de la demagogia –discurso simple, efectista y seductor–, la ineptitud y el oscurantismo, el presente nos revela un horizonte uniformado de populismo aventajado y predominante, reduciendo a Gil y Gil –cuestión que Enric Bach y Justin Webster eluden sapientemente– en desdeñadas noches de tal y tal, remedos imperiosos e ignominiosas caricaturas de un tiempo febril, disparatado y estrambótico que, sin duda, fue y, quizás, siga siendo ahora con distintos afeites.

Jesús Gil y Gil en un fotograma de ‘El Pionero’. Fotografía cortesía de HBO España.

Jose Ramón Alarcón