MAKMA ISSUE #04 | Centenario Berlanga
Editorial
MAKMA, Revista de Artes Visuales y Cultura Contemporánea, 2021
Luis García Berlanga, al que MAKMA dedica este número de su revista con motivo de la celebración del centenario de su nacimiento, se definió a sí mismo como un anarquista de derechas. En ‘El último austrohúngaro. Conversaciones con Berlanga’, de Manuel Hidalgo y Juan Hernández Les, lo explica así: “Yo, lúcida y racionalmente, estoy en contra de la sociedad burguesa. Soy un hombre que está absolutamente a favor de la irresponsabilidad, del libertinaje. Un sadiano puro. En cambio, mi subconsciente, mi tripa, es un angelito, una monja de la caridad”.
Y añade: “Efectivamente, en alguna entrevista me he definido como un anarquista de derechas”. Miguel Ángel Villena, durante la presentación en València de su libro ‘Berlanga. Vida y cine de un creador irreverente’, se refirió a esta misma posición en términos de “anarquista burgués”, siguiendo la autodefinición del propio cineasta. Sea como fuere, anarquista de derechas o anarquista burgués, revela, según afirmó Villena, las contradicciones que todos atesoramos.
Según la Real Academia Española (RAE), contradicción, del latín contradictio, viene a ser, en filosofía, el conjunto de proposiciones que al oponerse recíprocamente se invalidan. Revela, por tanto, el antagonismo entre dos elementos como, por ejemplo, valiente y cobarde; alegre y triste; violento y manso; izquierda y derecha; anarquista y burgués. Contradicciones que solemos evitar decantándonos por uno de los términos en detrimento del otro: se es una cosa o la otra, nunca las dos a la vez, porque se invalidan. Aunque Villena, conocedor de Berlanga y, por extensión, de lo humano, viera esa contradicción anidando en cada uno de nosotros.
“Yo siempre hablo de las contradicciones entre mi tripa y mi cabeza”, subraya Berlanga en una de aquellas conversaciones con Hidalgo y Hernández Les. La tripa, es decir, las bajas pasiones, y la cabeza, en tanto supuesto recipiente de la mente racional. Ya saben, el culo y las témporas que, de nuevo, no conviene confundir. Podría decirse, en este sentido, que el anarquismo estaría ligado con esas tripas del sujeto inclinado a la decapitación del poder, con el fin de gozar de una libertad irreprimible, y la derecha burguesa con cierto conservadurismo temeroso de perder una posición segura, firme y estable.
Que Berlanga se manifestara abiertamente, habitado por ambas inclinaciones, no deja de ser una muestra irrefutable de su lucidez. Tras haber vivido el horror de la guerra, alistado en la División Azul para luchar contra la Unión Soviética en la Segunda Guerra Mundial –alistamiento causado al igual por cierto romanticismo y sentido del deber–, Berlanga diríase que volvió con el temperamento ya curtido por la pulsión bélica y su reverso moderado.
Su cine, caracterizado por esa misma mezcla de libertad de movimiento de sus personajes y contención a duras penas mediante el encuadre, podría decirse que expresa las contradicciones de la vida, en el sentido de dar cabida, sin solución de continuidad, su afán por destruirla, al tiempo que la lucha por su preservación.
“En alguna ocasión he dicho que mi cine y yo navegamos en el mismo barco de esta sociedad. Lo que yo hago es, dentro de ese barco, mear en el mismo sitio, de manera que quizá llegue a abrir un agujero que termine hundiendo el barco”, dirá en un momento de las conversaciones con Hidalgo y Hernández Les. Y, en otro, lo siguiente: “Si la ternura forma parte de un intento de comunicación con los demás, entonces sí acepto que pueda ser uno de los componentes de mi cine”.
Destrucción, no exenta de autodestrucción, junto al antídoto de la empatía por el otro, como polos opuestos que habitan en un mismo sujeto: el director Luis García Berlanga y cada uno de nosotros, siempre y cuando nos dejemos llevar por las contradicciones reunidas en su anarquismo burgués o de derechas. Quien pretenda situarse en uno de los extremos de ese espectro ideológico, abrazará el carácter contestatario del cineasta, obviando su conservadurismo, mientras que, quien lo haga en el opuesto, celebrará la ternura hilarante de sus personajes, eludiendo la amargura que emerge en su descarnada visión de una sociedad mezquina.
La articulación de los términos que conforman el núcleo duro de las contradicciones que nos habitan es tarea ímproba, a la que nos anima el cine de Berlanga. Su anarquismo burgués no deja de ser un llamamiento a la cordura revolucionaria o a la revolución contenida, de una vida cuyo sentido radica en la asunción de tamaña contrariedad. “Me interesa lo mágico inmanente, lo que dentro de nosotros no es reconocible ni diagnosticable”, dirá en otro instante. He ahí la incertidumbre del artista que sabe de las contradicciones de la vida, más allá de las ideologías enfrentadas que tienden a quedarse con el Berlanga anarquista o burgués. Y en esas estamos todavía.
Este artículo fue publicado en MAKMA ISSUE #04 | Centenario Berlanga, en junio de 2021.
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