Oriol Alonso

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‘David Cronenberg. Infecciones y mutaciones narrativas’, de Oriol Alonso Cano
Ediciones del Subsuelo, 2024

David Cronenberg (Toronto, 1943) ha dirigido una veintena larga de películas y cortometrajes, siempre explorando los confines de la mente, según él, “un lugar oscuro y extraño”. Lo hemos podido comprobar, por citar algunos de sus trabajos, en ‘Scanners’, ‘Videodrome’, ‘La zona muerte’, ‘La mosca’, ‘Crash’, ‘eXistenZ’, ‘Una historia de violencia’ o ‘Promesas del Este’.

De hecho, toda su filmografía se halla, digámoslo así, poseída por el terror a que puede dar lugar una mente enfebrecida. Como David Lynch, también Cronenberg sabe que el horror “está en todas partes, solo necesitamos mirar más de cerca”, algo que han venido haciendo ambos cineastas, inclinándose sobremanera el canadiense en lo que considera más aterrador: la transformación del cuerpo humano.

Oriol Alonso Cano, profesor de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la Universitat Oberta de Catalunya, se ha zambullido en el turbio universo fílmico de David Cronenberg para arrojar luz –una luz, como no podía ser de otra manera, plagada de inquietantes sombras– en el interior de la cinematografía de un cineasta al que “no le interesa la normalidad”, empieza destacando el autor en su ensayo muy elocuentemente titulado ‘David Cronenberg. Infecciones y mutaciones narrativas’ (Ediciones del Subsuelo).

Cubierta del libro ‘David Cronenberg. Infecciones y mutaciones narrativas’, de Oriol Alonso Cano.

Salvo que esa normalidad, dice a continuación Alonso Cano, se fundamente “en el espacio o el cuerpo que, tarde o temprano, sucumbirá corrompido”. Dado este carácter informe de la realidad y del sujeto que la habita, Cronenberg, además de ir en su búsqueda –extrayendo lo poético que hay en la maldad, la belleza en la mutación y la sutileza en lo aparentemente grotesco, en palabras del autor del ensayo–, también subraya la importancia de la escritura como “una forma de tratar de ordenar la realidad, de dar forma a lo que, por el momento, carece de ella”.

Cronenberg, al poner el foco en esa realidad “atrayente pero también devastadora, repleta de grietas por las que se escurre el submundo de lo instintivo”, invita al espectador a seguirle “en su travesía por lo disruptivo”, compartiendo aquello que a él lo perturba. Y lo hace mediante el arte como transgresión, acompañando a dicho espectador “en su ruptura, en el desprendimiento de los ropajes de lo cotidiano”.

Lo mismo hace Oriol Alonso: acompaña al lector de su ensayo sobre Cronenberg, mostrándole las grietas que atraviesan el cine del director canadiense y ofreciéndole las pistas necesarias para que, abismándose en él, pueda, no obstante, hallar cierto sentido en medio del sinsentido de tan visceral cinematografía.

Visceralidad de la que empieza a dar cuenta el autor del libro, tras la introducción, para que sepamos a qué atenernos: “Cronenberg se aleja de cualquier aleccionamiento que agote el sentido de lo expuesto e impida al espectador abrirse en canal a la experiencia que le proporciona/propone su obra”. Y añade: la mirada del cineasta “apunta hacia las entrañas de la condición humana y, como tal, en esta las certezas son malas compañeras de viaje”.

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Ahondando un poco más en esa incertidumbre, dirá Oriol Alonso que en el cine de Cronenberg “hay una escisión, marcada de antemano por la tragedia del nacimiento, que impide al sujeto recuperar la unidad primigenia. En el amor se intenta suturar esta disolución, pero, pese a la intensidad del vínculo, siempre acaba fracasando, dada la irremediable condición trágica del ser humano”.

En este sentido, el autor se hace eco de las tesis lacanianas para señalar cómo al director canadiense “uno de los temas que más le gusta trabajar es la naturaleza fantasmática del vínculo amoroso”, subrayando la imposibilidad de la relación sexual preconizada por Lacan: “El sexo no se hace con otra persona, con otro cuerpo, sino con la propia fantasía que elabora el sujeto”.

Según el profesor Jesús González Requena, autor, entre otros, de ‘Clásico, manierista, postclásico’, ‘’El club de la lucha’. Apoteosis del psicópata’ o ‘Amor loco en el jardín. La diosa que habita el cine de Buñuel’, el texto lacaniano es “un texto básicamente marcado por la incapacidad absoluta de Lacan de ocupar el lugar del padre”, cuya función simbólica consiste, precisamente, en operar un corte en esa fantasía, estableciendo un horizonte de sentido mediante cierta palabra verdadera.

David Cronenberg
Fotograma de ‘Videodrome’, de David Cronenberg.

La deconstrucción lacaniana, desmontando ese lugar del padre, criticándolo como únicamente fuente de poder, genera, según González Requena, “un discurso de estructura perversa”, que sin duda atraviesa buena parte del cine de Cronenberg, quien, lo que pretende –asegura Alonso Cano– “es ahondar en el abismo de separación irremediable en la que deambulan unos cuerpos enclaustrados en su soledad”, a falta, cabe añadir, de esa mediación simbólica que vendría a articular el vacío existente cuando cae la fantasía imaginaria.

Y es que, a Cronenberg, como señala el autor del ensayo, lo que le interesa realmente es “apuntar a un más allá irrepresentable, a un punto ciego en el que la visión se estraga y la comprensión se desmenuza hasta convertirse en polvo de lodazal”, citando películas como ‘Videodrome’, ‘Dead ringers’ (‘Inseparables’), ‘Naked lunch’ (‘El almuerzo desnudo’), ‘eXistenZ’, ‘Crash’ o ‘Cosmopolis’.

Fotograma de ‘Promesas del Este’, de David Cronenberg.

De esta forma, su cine penetra “en la condición humana para exhumar sus complejidades y dificultades”, al tiempo que permite “mapear al ser humano para realizar un diagnóstico de cuáles son sus (dis)funcionalidades”. Carentes sus películas –aunque algunas, las más tardías, lo logren a duras penas– del relato que inscriba esa palabra verdadera cauterizante, es lógico que sus personajes no evolucionen, al estar “insertados en un cosmos que les impide la evolución, que invalida cualquier catarsis que los haga virar hacia otras dimensiones”, subraya el autor del libro.

Oriol Alonso Cano realiza un pormenorizado trabajo de acercamiento a un director genuino, en tanto habitado por una pulsión de la que no deja de dar cuenta en sus películas y, a través de las cuales, podemos, a su vez, elaborar las nuestras. Como bien concluye su ensayo, “escribir significa abrazar la irresponsabilidad”, implica “erosionar los vestigios de un maniqueísmo que esteriliza la imaginación y ancla la creatividad en el inmovilismo o, a lo sumo, en el servilismo esteticista”.

Aunque solo fuera por eso, merece sin duda la pena seguirle el rastro a David Cronenberg, de la mano de Oriol Alonso Cano, ambos –autor y director– llevando a cabo una tarea solitaria, “una acción en la que el individuo se ensimisma para advertir el abismo que hay en él”. Aunque, si nos fijamos bien –apostillará el responsable de este suculento ensayo–, “nunca estamos plenamente solos. Siempre hay un diálogo más o menos intraducible con la infinidad de espectros que encarnamos”.