La memoria de tu nombre, de Amadeo Laborda
Lletra Impresa (2017)
Los nacidos en la segunda mitad del siglo XX forman parte de la generación que ha vivido mayores cambios en la historia de la Humanidad. En el caso de los españoles habitantes del medio rural estos cambios son extraordinarios abarcando desde transformaciones políticas a tecnológicas de gran envergadura, el paso del mundo analógico al digital, de la mecánica a la electrónica. En ese vertiginoso proceso ciertas parcelas del pasado han sido anuladas por el olvido. Pero el hombre no puede avanzar hacia delante si de vez en cuando no echa la vista atrás.
Por eso se hacen necesarios libros como el del valenciano Amadeo Laborda, que reconstruye en La memoria de tu nombre (Lletra Impresa) un mundo pretérito pero no demasiado lejano que se nos antoja remoto y fascinante. Con prólogo de Alfons Cervera, este homenaje al pasado ya va por la tercera edición. Se trata de un relato intimista escrito en un prosa de hondura poética que exige una lectura reposada. Evoca la infancia del autor en un pueblo que podría ser cualquier pueblo del interior de la península pero que se trata concretamente de Pedralba.
Este título inicia la colección Cambra concebida por Lletra Impresa para “recordar todo aquello que forma parte de nuestro pasado más auténtico y genuino, y sobre todo para reivindicar y hacernos eco de esos pueblos de interior —y de sus gentes—que apenas han tenido oportunidad ni medio donde expresarse”, explican los editores.
“La memoria huele a sardinas con pan frito (…) También a cera caliente de depilar (…) Y a patas de gallinas chamuscadas bajo la llama azul antes de arrancarles despacito la piel”. A lo largo de un centenar de páginas divididas en cinco capítulos Laborda enhebra con fluidez sus reminiscencias impregnadas de olores, sabores y texturas que conectan directamente con un universo ya extinto enraizado en la tierra.
Pese a este carácter evocador el autor afirma que el libro no es sólo fruto directo de la simple añoranza, “y tiene poco o nada de autobiográfico”. Su intención no es contar su niñez, ni retratar una comunidad con afán antropológico, sino “buscar la belleza en las pequeñas cosas cotidianas y manifestar que de ellas se compone nuestra vida. El libro escarba en una memoria doméstica nada domesticada y reivindica la conexión con ciertos estados de ánimo que no hay que perder”.
La libertad que le confiere tal propósito le permite inventar paisajes, nombres de calles y personajes imaginarios, como el tío Patricio “que contaba historias a ratos inventadas y otras veces ciertas, que una vez me habló de aquel año en que llovieron ranas”. O Lorenzo Muedra, que corría como un gamo persiguiendo su sombra, el tío Cucas, Eliseo de la Gabina…
Situarse en ese terreno ambiguo entre la realidad y la ficción dota al relato de un carácter universal por el cual cualquier persona adulta con experiencia en un mundo rural del pasado siglo puede identificarse con tales reminiscencias, y de alguna manera hacerlas propias.
Animalario telúrico
También los animales están muy presentes en el relato. Lagartijas, sargantanas, ranas, ratas, culebras y un gato al que no le gusta la leche. Pero la reina de este animalario que conecta la infancia con un medio rural es la mosca. “Tienen los ojos casi tan grandes como la cabeza. Lo deben de observar muy nítido todo. Seguro que no se les escapa nada”, dice el narrador. “Elegí la mosca como una especie de leiv motiv porque representa lo doméstico y también la reiteración, la dinamicidad, algo que se asocia a lo cotidiano”.
Una singularidad del texto es estar escrito en el castellano que se habla en los pueblos de la Serranía: Pedralba, Bugarra, Gestalgar, Losa del Obispo. “Son palabras telúricas”, afirma Laborda que no tuvo que hacer un trabajo previo de documentación filológica, sino dejarse llevar por las que acudían a su memoria cargadas de historias”.
Ahora ultima las correcciones de su próximo libro más extenso, con elementos nuevos como el amor y la distancia, y con la juventud como referente, que se desarrolla en parte en Francia. Sigue fiel a las características de su estilo intimista, de mirar hacia dentro que para él es algo irrenunciable, aunque suponga una actitud reflexiva y atenta por parte del lector.
Bel Carrasco
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