#MAKMAArte
‘Boris Groys. Pensando en bucle’
Comisario: Manuel Fontán del Junco
Organizan: La Virreina Centre de la Imatge de Barcelona y CBA
Círculo de Bellas Artes
Alcalá 42, Madrid
Hasta el 30 de abril de 2023

El filósofo y artista Boris Groys nos invita a reflexionar sobre el papel del vídeo a partir de tres collages fílmicos reunidos en ‘Pensando en bucle’. ‘Deleites iconoclastas’, ‘La religión como médium’ y ‘Cuerpos inmortales’ son los títulos de esta instalación, fruto, en palabras del curador Manuel Fontán del Junco, del “ejercicio a medias entre el arte conceptual y la ‘filosofía audiovisual’”.

¿Qué sentido tiene la iconoclastia en el cine, la religión en la época de las opiniones, la inmortalidad de los cuerpos en el medio audiovisual? Al hilo de estas cuestiones, el Círculo de Bellas Artes, que acoge dicha instalación, organizó un coloquio junto al departamento de Filosofía y Sociedad de la UCM para ofrecer una serie de ‘Lecturas desde la estética contemporánea’ en torno a la misma.

El vídeo se revela un medio de los medios, las imágenes en movimiento se han convertido en la principal fuente de transmisión de información, un aspecto no libre de problemática, en tanto que se erigen como una herramienta de control ideológico.

Los videocollages aquí presentes ofrecen dos vías discursivas paralelas –imagen y texto– para abordar la ambivalencia de los rituales de la palabra y la imagen que se encuentran en el seno de nuestra cultura y sociedad. La falta de correspondencia entre ambos cuestiona esa relación texto-imagen que se da por supuesta, de manera que más que transmitir información, refleja las dificultades que esto conlleva.

Uno de los fragmentos de película apropiados. Imagen cortesía del CBA.

En ‘Deleites iconoclastas’, el cine se revela iconoclasta en tanto que, a través del movimiento, atenta contra la vida contemplativa que promueven las imágenes sagradas, veneradas, inmóviles. Y es que una visión idólatra no distingue entre imagen ficticia e imagen real, “confunde lo divino con lo humano, lo mortal con lo inmortal, la representación y la realidad”, afirmaba Antonio Rivera en el coloquio celebrado el pasado 14 de marzo.

El cine, así, es entendido como el arte del fluir, sin embargo, entra en conflicto con esta misma idea al posicionar al espectador como un receptor pasivo, atrapándolo física y mentalmente: “El cine transforma al espectador en un autómata espiritual: la película transcurre en la mente del espectador, ocupando el lugar de su propia corriente de conciencia”, afirma Groys remitiendo a Deleuze. La vida activa que el cine predica convierte, paradójicamente, al espectador en el sujeto de la vida contemplativa que trata de destruir en su afán iconoclasta.

Controlar el tiempo a través del equilibrio entre la inmovilización de la imagen en el museo –donde el movimiento reside en el espectador– y la inmovilización del espectador en el cine –donde el movimiento reside en la imagen– es la tarea del videoarte y, según explica Groys, “eso se consigue (…) con películas en las que una determinada imagen va cambiando muy lentamente –si es que lo hace–, aproximándose así a la tradicional presentación museal”.

Es por ello por lo que Groys, en consonancia con Debord, remite al cine iconoclasta como aquello que rompe con la pasividad absoluta, con el aislamiento completo, y lo hace posible eliminando la ilusión de movimiento que el cine produce, permitiendo al espectador reapropiarse del movimiento, “en nombre del movimiento real de la sociedad”. Es así como el videoartista, a partir de fragmentos de películas y documentales temporalmente manipulados, deviene un curador. En palabras de Manuel Fontán, su tarea es “curar las ideas como se hace con las obras de arte [para así] hacerlas hablar”.

Vista de la exposición en el montaje en La Virreina Centre de la Imatge. Imagen cortesía de Ajuntament de Barcelona.

Si la función del videoartista es curar las ideas para hacerlas hablar, ¿qué es lo que nos dicen? Boris Groys plantea en ‘La religión como médium’ la ausencia de verdades en la cultura actual. Groys entiende la religión “como una suma de opiniones determinadas”.

Con la expansión de lo sagrado al ámbito profano, incluso la verdad científica ha adquirido el estatuto de opinión. El ritual, la repetición y la reproducción se han vuelto las principales herramientas para diseminar y legitimar opiniones, en un contexto en el que los medios de comunicación y, en especial, el medio del vídeo se han vuelto un pilar fundamental.

Las religiones, sin embargo, disponen de un espacio sagrado en el que no hay opinión, un espacio que en el mundo profano se cultiva en una heterotopía que, en tanto que lugar fuera del mercado de la opinión, permite percatarse de que las opiniones dadas se anulan entre sí: “La libertad de opinión consiste (…) en el abandono de la opinión”, afirma el filósofo.

Esto no permite sino “celebrar su carácter de puro medio, su capacidad de reproducir y ser reproducido”: los medios de comunicación, al tratar de desenmascarar las verdades ocultas, no hacen sino reproducir el ritual religioso de revelación, de modo que se han convertido en una nueva religión.

Es a esta nueva religión a la que apela Begoña Fernández Cabaleiro, quien recurre al célebre texto lyotardiano al considerar los videocollages de Boris Groys como tres ejemplos paradigmáticos de los microrrelatos posmodernos. Dichos microrrelatos vuelven la vista hacia el gran macrorrelato del cristianismo, de modo que este pensar en bucle que titula la instalación cobra una importante presencia no solo en el propio formato del vídeo, sino también en la sociedad actual.

Precisamente son las religiones las que se consolidaron a través de la metanoia, la anticipación de la propia inmortalidad, una metanoia que en los tiempos actuales parece haber virado hacia una heteronoia: ya no se plantea la inmortalidad del alma, sino la del cuerpo.

Groys plantea esta cuestión en ‘Cuerpos inmortales’: el imaginario cultural está plagado de vampiros, zombies y clones, cuerpos inmortales sin alma que habitan en los archivos y museos de arte, que conservan y exhiben cosas después de su muerte, de su desfuncionalización, que les dan una nueva vida. La instalación supone un espacio-tiempo de acumulación de fragmentos de cuerpos, una forma abierta de curar los cuerpos.

Eduardo Maura lleva esta idea de la instalación al problema de la pérdida del aura que planteó Benjamin. A diferencia de Benjamin, Groys considera que a partir del siglo XX asistimos a una reemergencia del aura a través del arte contemporáneo. Es precisamente la instalación, formada por vídeos fragmentados, esto es, por copias, la que redefine el aura, la que crea una nueva obra a partir de la descontextualización y la reubicación de estos vídeos fragmentados. La instalación se vuelve el original a partir de la copia.

El museo, como el lugar en el que resucitan las obras de arte, es el que acoge la instalación y se convierte, por ello, en el lugar del acontecimiento. Ya no es un lugar en el que se desarrolla la vida contemplativa, sino uno en el que pasan cosas: el visitante se revela parte del evento.

Vista de la exposición en el montaje en La Virreina Centre de la Imatge. Imagen cortesía de Ajuntament de Barcelona.

Maura plantea, así, diferentes cuestiones que quedan abiertas al público: ¿podemos prescindir del aura? ¿es el museo una fortaleza, el contrapeso a la angustia de vida contemporánea o, por el contrario, es una muestra de la debilidad de la cultura?

Los fragmentos que conforman los videocollages de Groys han sido instalados, han dejado de circular libremente, el curador se ha apropiado de ellos y, con ello, les ha ofrecido un tratamiento artístico: convierten al espectador en un público activo, en un público que se mueve, que desarrolla un criterio propio para poder hacer frente a la opinión.

Rescatando las palabras de Rivera, “llevar el cine a la sala de exposiciones es un gesto de iconoclastia radical”. Es así como el tiempo se vuelve incierto y las imágenes devienen cómplices para pensar en vídeo, incitándonos a la reflexión sobre el medio más popular de nuestra actual sociedad.