Gioconda. Sebas Espinazo

#MAKMAArte
‘#derechoalpataleo’
El arte en la era del CTRL+C
De NFT, tokens y coleccionistas 2.0
Ilustraciones de Sebas Espinazo (Argi Arte)

Entro a una galería de arte blockchain y lo veo todo claro: el futuro del lienzo es un código indescifrable que solo entienden brokers con sudaderas de unicornio. En la pared, un NFT de un plátano pegado con cinta americana –versión 5.0, ahora con metadata–. El cartel dice: “Obra única. Propiedad: @CryptoDuchamp2024. Huella ecológica: equivalente a 3 años de duchas calientes en Groenlandia”.

Los NFT son la performance definitiva del capitalismo: pagas millones por una firma digital en un JPG que tu padre habría borrado al confundirlo con un spam. Es el sueño húmedo de Dalí si hubiera nacido en Silicon Valley: “¿Por qué pintar relojes derretidos cuando puedo vender el concepto de derretimiento… y quemar el Amazonas con el servidor?”.

‘Avida Dollars’, de Sebas Espinazo (Argi Arte).

Hablo con un coleccionista 2.0 que me explica, con la solemnidad de un cardenal, que su mono pixelado es “un statement sobre la soledad posdigital”. Le pregunto si también colecciona sellos. Se ofende. “Los sellos son para boomers. Esto es arte líquido, amiga”. Líquido, sí, como el humo que sale de la GPU de su ordenador mientras mina dignidad.

La ironía es sublime: el arte pictórico, que durante siglos luchó para ser algo más que decoración de palacios, ahora es un recibo de propiedad. Goya retrató las pesadillas de la guerra; nosotros retuiteamos “Goyaz_NFT_666” con el hashtag ‘#ArteInmortal’. Y, mientras, los puristas lloran frente al ‘Guernica’, que sigue siendo gratis, copiable y sin contrato inteligente.

La Gioconda CTRL. Arte. CRYPTO. NFT
‘La Gioconda CTRL’, de Sebas Espinazo (Argi Arte).

Propongo un juego: la próxima vez que vean un cuadro en un museo, saquen el móvil y griten: “¡ESTO DEBERÍA SER UN TOKEN!”. Si los guardias no les tiran a la calle, reconsideren su humanidad. Y, si les pica el ansia crypto, dibujen un garabato en una servilleta, cómprense un dominio .art y véndanlo como “la última obra física antes de la singularidad”. Precio base: un riñón y su inocencia.

Al final, el NFT es el heredero natural del urinario de Duchamp: un ready-made que nos escupe la verdad. Solo que, en vez de cuestionar qué es el arte, celebra que todo, hasta este texto, puede convertirse en un activo… o en humo con pretensiones.

Nota para quien, como yo hace doce horas, desconoce el significado del término token: un token es como la ficha de un casino, pero, en lugar de apostarla en la ruleta, la usas para comprar nada con pedigrí digital. Imagina que vas al Louvre, señalas ‘La Gioconda’ y dices: “No quiero el cuadro, quiero el recibo del guardarropa que prueba que estuve aquí”. Pues eso: el token es el recibo –pero en versión blockchain, que suena más fancy y contamina como una vaca transgénica–.

En el mundo real, un token sirve para jugar al arcade; en el metaverso, es el papelito que te hace dueño de un pixel de un meme que tu sobrino de 12 años ya descargó setenta y tres veces. Es el colmo del capitalismo: vender aire con certificado notarial.

La Gioconda CTRL. Arte. CRYPTO. NFT
‘La Gioconda CTRL+filtros’, de Sebas Espinazo (Argi Arte).

Aquí van dos ejemplos terrestres:

Token romántico

Prometes amor eterno a tu pareja con un contrato en Ethereum. Si la rompes, pierdes la custodia del gato (y el 50 % de tus criptomonedas).

Token existencial

Vendes tus pensamientos en la ducha como “arte efímero”. El comprador obtiene un código QR que dice: “Aquí reflexioné sobre la muerte mientras enjabonaba la espalda”.

En resumen: los tokens son la manera de decir “esto es mío” en un mundo donde nada es de nadie y todo es de todos. O, como diría un gurú crypto: “Es la revolución, hermana. ¿No lo pillas? Deja de ser un dinosaurio y pasa el criptomonedero”.

Ahora ve a tokenizar esta explicación. Te dejo la wallet de mi ironía.

–Fin del sermón. Ahora voy a tokenizar esta columna. La puja empieza en 10 ETH (o tres memes de gatitos con corbata, que en el fondo es la misma moneda).