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‘Próspero viento’ (La Esfera de los Libros), de Andrés Trapiello
Presentación del libro junto a Félix Ovejero y Luis Trigo
Organiza: Fundación El Secreto de la Filantropía
Casino de Agricultura de València
Jueves 30 de octubre de 2025
Se dice en la contraportada de ‘Próspero viento’ (La Esfera de los Libros), que Andrés Trapiello, autor del mismo, es “pionero en rescatar las figuras de Chaves Nogales, Clara Campoamor o Elena Fortún, integrantes de esa tercera España que denunció y combatió el fanatismo de las otras dos, de las que ellos tres y otros fueron víctimas durante cincuenta años”.
Es el propio Manuel Chaves Nogales quien, en ‘A sangre y fuego’, lo señala: “En mi deserción pesaba tanto la sangre derramada por las cuadrillas de asesinos que ejercían el terror rojo en Madrid como la que vertían los aviones de Franco, asesinando mujeres y niños inocentes. Y tanto o más miedo tenía a la barbarie de los moros, los bandidos del Tercio y los asesinos de la Falange, que a la de los analfabetos anarquistas o comunistas”.
Andrés Trapiello se propone en ‘Próspero viento’, libro presentado en València junto al profesor y escritor Félix Ovejero y Luis Trigo, presidente de la Fundación El Secreto de la Filantropía, organizadora del acto, narrar sus propios avatares políticos en un ensayo autobiográfico en el que, primando la literatura, va desgranando la actual deriva política caracterizada por el intento de revivir el choque entre esas dos Españas del poema de Antonio Machado.
Y cita, en el prólogo del libro, a “uno de los ideólogos del sanchismo”, Manuel Sánchez-Cuenca, quien en ‘La superioridad moral de la izquierda’ dice: “La paradoja que me fascina en la izquierda es esta: que incluso cuando se cometen los mayores crímenes, cuando se ha hecho en la Unión Soviética o en China, ha sido en nombre del género humano y para que la gente viviera en una sociedad nueva, distinta, igualitaria […] Incluso en los momentos más siniestros de la violencia de izquierdas, incluso ahí es posible detectar una motivación moral muy elevada”.
Andrés Trapiello, tras el prólogo, arranca así su libro: “Entré en la política al mismo tiempo que en el amor. Y la única política que merecía entonces ese noble nombre era la antifranquista. Solo unos pocos años después supe que antifranquista no era necesariamente sinónimo de demócrata”.
Tirando de ese hilo, sin duda enmarañado por tanta pasión encontrada que, a resultas de ello, da lugar a continuos desencuentros, Trapiello, “con la voz apagada”, siguiendo a Bergamín, alza lo justo la voz para quien quiera oírle en medio del griterío reinante. Griterío que excluye al que, pensando al margen de tamaños extremos, es tachado de equidistante.

Quería preguntarte primero por el título del libro, ‘Próspero viento’. O sea, el próspero viento, el viento favorable, propicio. ¿Esto es una declaración de intenciones?
Bueno, es un título que, como muchos títulos en un libro, o se te aparecen al principio o se te aparecen muy al final, por lo menos en mi caso. Y en este se apareció muy al final. Pero, bueno, de una manera, en fin, un poco misteriosa, porque recordé un pasaje del Quijote muy bonito, del capítulo de ‘El cautivo’, cuando cuenta cómo ellos abandonan Argel montándose en un barco y, al irse alejando, dejan el remo, habiendo estado luchando contra las corrientes y los vientos adversos, y, de pronto, vino un próspero viento que los llevó.
Me pareció una bella imagen para representar lo que muchos de nosotros hemos hecho durante toda la vida, que es estar al remo luchando contra las corrientes adversas, contra los vientos adversos.
Eso se me aparece al final de todo el libro y me parece muy bonito, porque, como tú dices, es una declaración de intenciones, pero sobre todo es un propósito. En fin, un deseo de que tal cosa se cumpla alguna vez, porque a veces piensa uno que, como decía Unamuno en su epitafio, ya está cansado de tanto bregar. Y, sí, a veces uno se cansa de tanto bregar y de tanto trabajar y de tanto remar.
Tu vida política ha estado íntimamente ligada a la literatura. ¿Ves en la literatura, en el arte, en la cultura, precisamente ese próspero viento, ese lugar en el que de alguna manera parece que todavía hay posibilidades de salirse del lugar común ahora tan frecuente de los discursos atrincherados en sus respectivas zonas de confort?
Yo soy un escritor y, por tanto, he escrito un libro de literatura. No soy propiamente un ensayista político y un activista tampoco, pero sí me he ocupado de la realidad y en la realidad está implícita también la política. Y he sido no solamente un observador, sino que a veces he intervenido en ella.
Al principio también hay una imagen preciosa del Quijote de la primera parte, cuando Don Quijote sale solo, antes de emparejarse con Sancho, y se encuentra con un labrador que está dando azotes a un muchacho, Andrés.
Y digo en el libro que hay tres clases de personas: los que nunca se detienen, aunque haya un hecho como este; los que se detienen siempre, como Don Quijote, para defenderlo, y quienes unas veces se paran y otras veces no. Yo he sido de estos últimos. Lo que no he sido nunca es nadie que se haya puesto al lado del que da los azotes. Lo que puede hacer una literatura como la que hago yo, de corte realista, es dar testimonio de aquello que estás viendo.
La perplejidad que te producen los hechos políticos, las mentiras de los políticos, te puede llevar, si está en tu mano, a contribuir al restablecimiento de las libertades, a restablecer las injusticias, a repararlas, en la medida de lo posible. Y eso lo haces, lo he hecho siempre, de una manera, no digo a regañadientes, pero sí un poco diciendo, como apunta César Vallejo, “España aparta de mi este cáliz”, porque mi naturaleza no es una naturaleza política.
En el prólogo citas al Marcel Proust de ‘En busca del tiempo perdido’, donde dice que la única salvación del ser humano la encontrará en el arte. Pero sabemos que, en nombre del arte, también se han producido no pocos desvaríos. El que asesina a John Lennon o el que intentó asesinar a Reagan habían leído ‘El guardián entre el centeno’. Con lo que cual, digamos, que el arte no siempre tiene como consecuencia esa salvación, ¿no?
Ya, pero eso es como si dijeras que los cuchillos no solamente han sido un bisturí que ha servido para, en fin, hacer una cirugía precisa que salva la vida del paciente, sino que, en muchos casos, en manos de un psicópata ha servido para cortarle la yugular a un paciente. También es verdad, pero, en general, el arte es lo único que da sentido a la vida. Porque la vida no tiene ningún sentido.
La vida es una sucesión de hechos sin una causalidad. Nadie sabe cuál es la razón por la que se producen las cosas. Está cambiando constantemente y no hay leyes. En cambio, el arte tiene sus propias leyes. Y, digámoslo así, es un recinto donde cuadra todo: el propósito, el conocimiento, el anhelo de belleza. Y esto es lo que justifica muchas veces la vida.
Es decir, que aquello que no encontramos en la realidad, lo encontramos en la lectura, en las películas, en el arte. Y esto es lo que digamos expresa esa definición de Proust y que Ortega recoge también de la salvación por el arte.
Entonces, ¿la cultura no es una ortopedia para mantenernos a resguardo de la cruda realidad?
A veces, es el arte el que te dice, precisamente, cuál es la cruda realidad. Es decir, que el arte tiene esa capacidad de no engañarte. Hay drogas, digamos, que te salvan y otras drogas que te adormecen. Tienes que saber elegir cuáles son las que te mantienen despierto, consciente y sensitivo. El problema no está en la droga, el problema está en ti que no sabes elegir la adecuada.
En el prólogo de ‘Próspero viento’, dices que en el 77 votaste al PCE, luego al PSOE durante 25 años y ahora al PP. Y añades: «A las almas bellas, de izquierdas o derechas, le bastarán los tres primeros párrafos para no seguir leyendo”. ¿Es demasiado optimista, no? Porque hay gente que ni siquiera se acercará al libro, por estar en contra de tu percepción política.
Bueno, se trata justamente de romper los prejuicios y los lugares comunes. Es cierto que yo he votado eso que dices y, entre medias, también a UPyD y luego a Ciudadanos, y he votado también una vez al PP. Pero siempre defendiendo lo mismo, que es la libertad y el combate a la mentira, al fingimiento, a la farsantería.
Siempre esto y, sobre todo, para restablecer la igualdad entre ciudadanos y para defender la libertad. Esa es mi bandera, que es muy pequeña, pero muy nítida. De ahí que haya votado a aquellas formaciones que, en cada momento, me parecía que defendían mejor la libertad y la igualdad de los españoles.
¿Qué les dirías a los que, en aras de esa libertad, piensan que son ellos los cercenados, porque no pueden ejercer su libertad de, por ejemplo, convocar un referéndum que les niega el Estado español?
No, no es el Estado español, se lo impido yo. Yo no soy el Estado, yo soy un hombre, un ciudadano al que le intentan privar de la ciudadanía española en Cataluña. No es que el Estado se lo impida, se lo impido yo y otros 40 millones de españoles. No es un problema de que el Estado desoye, sino que nosotros tenemos una ciudadanía española que incluye también la de Cataluña y que, por tanto, sobre eso tengo yo el mismo derecho a decidir que ellos.
En democracia, los territorios no tienen derechos. Tenemos derecho los ciudadanos. No los territorios. Y aunque yo no viva en Cataluña, tengo derecho a votar en Cataluña de la misma manera que tú, que eres catalán, tienes derecho sobre Sevilla o sobre Huelva. Porque tu ciudadanía es una ciudadanía que comprende a todo el territorio español, a toda la nación española. Y esto es básico.
Además, es muy regresivo y muy reaccionario, porque son las fuerzas, digamos, más acomodadas de esos países, de esas regiones, es decir, la burguesía y la gente rica las que, en el fondo, quieren quedarse con el país, en contra de los que no son ricos, ni catalanes, ni vascos. Se trata, por eso, de restricciones puramente nacionalistas, de los que creen que son exclusiva de ese territorio, discriminando lo que es común a todos.
Todo esto nos lleva al sesgo de confirmación del que ya se ocupó Francis Bacon en el siglo XVII. Ahora, pasado tanto tiempo, estamos en lo mismo: en la enorme dificultad que existe para abrir el campo del pensamiento, de la reflexión, más allá del cerramiento ideológico, que igual lo tenemos todos un poco, no lo sé. En cualquier caso, quienes piensan contrariamente, lo hacen aportando argumentos fundamentados por historiadores y juristas.
Sí, pero bueno, de la misma manera que Al Capone también tenía sus abogados y todo el mundo tiene sus abogados y sus historiadores. El problema no es ese. El problema es una ley común que nos hemos dado todos, que se llama Constitución y que es bien clara. Y yo no voy a hacer dejación de mis derechos constitucionales porque lo quieran un millón de vascos o un millón de catalanes.
El problema más grave que tenemos en este momento en España es que quienes tenían que defender los derechos de la inmensa mayoría de los españoles han hecho dejación de su función y no solamente no los defienden, sino que se han pasado directamente, por seguir en el gobierno de la nación, al nacionalismo concediendo todas las posiciones nacionalistas.
Pero el caso es que, en Cataluña, nos dicen, se ha pacificado el conflicto.
Por supuesto, Cataluña, con Pedro Sánchez, se ha pacificado. Naturalmente, si tú les concedes todo lo que piden, pues están encantados. Han encontrado el modo más seguro y menos expuesto de lograr lo que no consiguieron en octubre de 2017, porque, entonces, el método que emplearon los llevó a todos ellos a la cárcel y a algunos al exilio.
Y ahora, de pronto, tienen un gobierno socialista que dice: «No te preocupes que a los de la cárcel los saco yo y a los que tenían condenas por delitos económicos, es decir, de corrupción, yo los indulto. Y esto que estás pidiendo, no te preocupes que yo lo concedo. Que vas a incumplir las leyes de los tribunales de justicia catalanes, no será ningún problema tampoco, porque yo no te exigiré que cumplas la ley.
Y, puestos a ello, que quieres una financiación singular, también te la daré. Claro, ¿cómo no van a estar pacificados? Han encontrado la horma de su zapato con Sánchez. Es decir, están consiguiendo por la puerta de atrás todo lo que no pudieron conseguir dando una patada a la puerta.

Ya que ha salido el tema de la Constitución, tú no la votaste. Una Constitución de la que se dice que fue amañada por unos y otros. ¿Qué piensas de la Constitución y de la Transición, que algunos llaman ‘transmisión’?
Bueno, el que yo no votara a la Constitución fue uno de esos gestos absurdos y ridículos de la juventud, que considera que tiene derecho a estar por encima de las circunstancias.
Esto es una prueba de la superioridad moral de la izquierda a la que aquel muchacho pertenecía. Por tanto, eso fue abiertamente una estupidez, pensando también que la Constitución saldría; fue una estupidez e irresponsabilidad.
Y la Constitución, sin duda, se puede mejorar, pero, a diferencia de otras constituciones igualmente imperfectas, lo que nadie podía esperar es que las imperfecciones de nuestra Constitución iban a ser aprovechadas de una manera desleal por algunos de los sectores o de las comunidades implicadas.
Nadie pensaba que se iba, digamos, a buscar las fisuras legales que podía tener la Constitución para destruir la Constitución. Eso es la novedad. Eso no ha pasado en Alemania, no ha pasado en Francia, no ha pasado en los Estados Unidos. Y esto es lo denunciable.
Por eso el pacto de Sánchez, que es el garante de la Constitución, el pacto con las gentes que llevan en su programa acabar con la Constitución es un pacto aberrante. Es un pacto que no es que sea anómalo, es que es directamente demencial. Es el mundo al revés.
Hay, por supuesto, cosas que se pueden cambiar en la Constitución; hay que desarrollarla. Pero no es tan sencillo, porque es una Constitución que representa a muchos millones de españoles distintos, diferentes. Y habíamos conseguido una Constitución en la que los diferentes vivían en igualdad y libertad.
¿Y la Transición?
La Transición es esa; de transmisión, nada. Todo eso es una milonga. Es decir, en España hay un corte transversal de arriba a abajo y decisivo, que es la Constitución, que marca un antes y un después.
Había una dictadura y luego hay una democracia. ¿Que algunas instituciones de la dictadura perviven? Sí, la Orquesta Nacional, Renfe o Iberia, por supuesto. Hay muchas instituciones y empresas del franquismo que perviven, pero el sistema político es diametralmente opuesto.
La Transición se hace de una manera ejemplar por quienes podían hacerla, que eran básicamente nuestros padres; los padres de la gente de mi generación que habían hecho la guerra y que decidieron de común acuerdo no volver a tocar el asunto de la Guerra Civil porque sabían que era un asunto en el que estaban implicados muchos.
Muchas víctimas, pero también muchos victimarios, con la complicación de que, en muchos casos, la víctima era también un victimario y, en vista de ello, dijeron: «Mejor esta historia, ni por ti ni por mí, volverla a tratar”. Porque ellos eran conscientes y sabían que, si se abría de nuevo ese asunto, la Guerra Civil se volvería a rearmar porque, digamos, las heridas eran iguales por las dos partes.
¿Qué ocurre? Pues que, de pronto, Rodríguez Zapatero decide que no, que hay que recordar y borrar, como él dice, las heridas de la Transición. Y hay que reparar las heridas de sus víctimas, porque dice que las víctimas de los otros ya están reparadas, cosa que no es verdad. En el fondo, lo que están señalando es que mis víctimas son mejores que tus víctimas.
Dice: «No, es que había gente en las cunetas”. Y con la memoria histórica de hace 80 años vamos a buscar en las cunetas, pero si no los encontramos hoy, volvemos a abrir otra fosa mañana y, si no, otra y otra. Llevamos 20 años abriendo fosas con resultados muy inciertos y muy pequeños por otro lado. Porque hay que recordar también que, entre esas fosas, hay víctimas del otro lado.

En tu libro se recogen los ejemplos de Manuel Chaves Nogales, de Clara Campoamor, de Elena Fortún, que denominas representantes de la ‘Tercera España’, quienes, siendo testigos de la violencia revolucionaria, se desmarcan de comunistas y fascistas. La Ley de Memoria Democrática obvia ese periodo del 31 al 36.
La historia no es una butifarra o un salchichón que vas dando cortes claros en rodajas, del 39 al 75. No, no. Es que en el 39 lo que ocurre es porque hubo un 36 al 39, pero es que el 36 ocurre porque hubo un 34 al 36. Y el 34 ocurre porque hubo un 31 al 34. Estas son las fechas.
Pero, claro, la izquierda dice: «No, no, a mí no me interesa hablar de las víctimas de la guerra. Yo solo quiero hablar de las víctimas del franquismo». Porque se supone que, por el hecho de haber perdido la guerra, yo estoy eximido de toda responsabilidad penal de los crímenes cometidos por la izquierda durante la guerra.
Hombre, tú eres víctima del franquismo y nadie lo duda, pero es que tú del 36 al 39 has cometido muchas tropelías y has dejado en el camino a muchas víctimas que están al lado tuyo del cementerio.
De modo que lo de la Ley de Memoria Democrática lo peor no es ni siquiera que no quieran recordar todo lo que sucedió. Lo peor es cuando empiezan a recordar cosas que nunca sucedieron, como el que la República era un régimen luminoso. Solo hay que tener en cuenta lo sucedido en el periodo del Frente Popular, es decir, desde febrero hasta julio, cuando en España había cuatro asesinatos diarios, decenas de atentados terroristas, decenas de actos vandálicos al día en todas las partes: el 70% por parte de la izquierda y el otro 30%, respuesta a esos actos.
Pues se suele decir que eran actos en defensa de la democracia y que la izquierda lo que siempre hace es, precisamente, salir en su defensa.
Claro, ese es el relato que ha primado durante muchísimos años, pero cuando los investigadores se han sacudido el yugo de la academia, ya podemos pensar libremente. El año pasado salió un libro extraordinario [‘Fuego cruzado’, de Manuel Álvarez Tardío y Fernando del Rey], una investigación de años sobre ese periodo del Frente Popular, en el que establecieron caso por caso todos los muertos y todos los atentados en España. Y, ante esto, ¿la izquierda qué ha hecho? Pues decir que todo es matizable, pero no quieren entrar en eso.

Hablando de violencia indiscriminada, en el prólogo de ‘A sangre y fuego’ Manuel Chaves Nogales ya vaticinaba que, ganara quien ganara la guerra, iba a haber 20 años de represalias.
Y así fue. No 20 años, sino 40.
Dices que, escribiendo de política, procuras no perder los papeles ni la perspectiva, pero ¿no se hace difícil cuando el propio Carl Smith decía que la política siempre es señalar al enemigo, es decir, generar odio para que desaparezca el otro?
Sí, pero esa es la política mala. Es la política populista, la política fascista. Y esto es lo que está volviendo a suceder. Lo que Carl Smith hizo en la Alemania nazi, los ideólogos de Podemos lo han aplicado a este gobierno, que es crear un enemigo.
Es decir, todo el que no piensa como yo, es un facha, la fachosfera, el fango, los bulos, que está embarrando a todo el mundo. El mismo tipo que dice todo eso, está al mismo tiempo acusando de esos bulos al de enfrente. Y cuando lo practica él dice que lo suyo no son bulos, que son cambios de opinión. Eso es lo que está sucediendo.
El libro se lo dedica a Mario Vargas Llosa, un escritor excelente, capaz de crear personajes con muchos matices, que, sin embargo, en el terreno político, resulta luego más previsible, más plano, apoyando incluso a líderes como Fujimori, Abascal, Ayuso…
A ver, Vargas Llosa es el que se enfrenta a Fujimori en las elecciones peruanas, es decir, que era su enemigo político. Pero bueno, Mario Vargas Llosa es el liberal y el demócrata por antonomasia. O sea, lo que no se verá nunca es a Mario Vargas Llosa apoyar, como Rodríguez Zapatero o como Sánchez, a un dictador como Maduro. Eso no lo verás absolutamente. Y plano no, porque es un hombre, digamos, que busca muchísimo los matices. Porque justamente es un demócrata.
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