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‘África no es un país’, de Dipo Faloyin
Capitán Swing, 2024
Las imágenes. El mundo ahí fuera son imágenes. Colores, juicios, evocaciones. Cataratas de imágenes vivas que conforman nuestro ser-en-el-mundo.
A veces, esas imágenes alientan. Son la semilla de algo más grande. Otras, son perniciosas. Ocupan espacio mental y sensorial en forma de prejuicios, como configuraciones cerebrales trilladas, machacadas, generales.
Con ‘África no es un país’ (Capitán Swing, 2024), Dipo Faloyin acomete las imágenes para darles la vuelta. En forma de ensayo (podría ser una verdadera tesis doctoral), Faloyin disecciona la historia de África, sus porqués, sus de dónde y sus desde cuándo. Y nos sugiere observar con atención. Redescubrir cómo una tierra rica y fértil fue vilmente repartida con escuadra y cartabón; repasar cómo las potencias coloniales se arrogaron el derecho (¿divino, patético?) de trastear con un mapa como si el mapa representase una tierra imaginaria, mitológica. Y vacía. Y sin gentes. Y para ellos. Que el hombre tiene tendencia al delirio de grandeza no es algo novedoso.
Con un lenguaje llano que, no obstante, no se permite abandonar ningún tipo de rigor investigativo, el autor nos lleva de viaje por un continente acostumbrado a la frustración de ser considerado un todo uniforme y sin matices.

Faloyin nos acerca a las heridas de África y nos obliga a mirarlas de cerca. Una vez allí, como un guía, nos cuenta muchas cosas. Nos habla de los saqueos fruto de la colonización, y de los botines; de museos occidentales que poseen cientos de tesoros de procedencia africana diversa; nos habla de matanzas, y de racismo, y de trampas que llevaron a pueblos enteros a la muerte, a la desaparición; de borrado cultural, de estafas, de sangre y de heridas que siguen sangrando hasta la actualidad.
Porque África es un continente cosido de cicatrices. También de paternalismo, de ese complejo del salvador blanco que hace que la blanquitud piense (e interiorice) que África es una masa indeterminada necesitada de ayuda. La que sea. Donde sea. Pero no. No es ayuda abstracta lo que necesita, no es un alud de caridad precipitado al azar bajo la premisa del debemos hacer algo.
Disparar paternalismo a discreción no es la solución a los problemas estructurales, a los cimientos flacos y endebles a base de explotación y sometimiento. El camino, el camino efectivo, al menos, es otro diferente. Es que entendamos que todavía hoy tenemos una idea estereotipada e impersonal de África; que seamos capaces de abrir los ojos y el espíritu a un doloroso pasado que explica, en gran medida, un presente roto. Es aprender y aceptar que un daño antiguo no se repara con parches, sino cambiando paradigmas y emprendiendo verdaderas acciones de reparación.

La tesis principal de Faloyin es la insistencia en algo obvio (en que es una locura contemplar África como un mazacote homogéneo) que, sin embargo, aparece demasiadas veces opacada por clichés y lugares comunes: el hambre en África, la violencia en África, la miseria en África. O los safaris kenianos, como mucho, a modo de concesión a la positividad y la belleza. O el horror o el sueño; o la miseria o la más pura voluptuosidad onírica. Sin términos medios, es decir, sin vida real.
Dipo Faloyin nos invita a abrir su ensayo e iniciar un proceso de deconstrucción duro y, no obstante, amable y ameno, escrito no desde la rabia (lo que sería, por cierto, lógico), sino desde la argumentación y una muy potente investigación previa. Poco deja el autor por remover en las conciencias, y lo logra gracias a una elegancia que desarma y reconstruye los esquemas.
‘África no es un país’ es una de esas lecturas que te reconfiguran y te golpean; uno de esos libros que debería leer todo el mundo, desde adolescentes a ancianos, y en cada rincón del planeta. Es un ensayo-lección de historia, política y sociología, en un equilibrio que se lo pone muy difícil a cualquier crítica negativa.
Siempre he pensado que escuchar y leer son los dos verbos más importantes del mundo. De hecho, si lo pensamos bien por un momento, leer es una forma de escuchar; una que te obliga al silencio, a la paciencia, que no permite replicar de manera automática, irreflexiva. Leer es practicar la escucha activa y la autocrítica, y no hacer ruido, y no opacar lo importante con palabras huecas e intervenciones viscerales.
Así es como Dipo Faloyin nos invita a leerle, a escucharle: despacio, atentamente, sin reservas o, al menos, aprendiendo a no tenerlas. Sí, ‘África no es un país’ es un libro que, sin duda, todo el mundo debería leer. Quizá así encontraríamos, al menos, un punto de partida del camino de la reparación, material y moral, de nuestra especie.
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