#MAKMAArte
Homenaje a Ignacio Sánchez Mejías
90 años de ‘Llanto’, el poema que le dedicó Federico García Lorca
100 años de su visita a Valladolid
Patrocinado por Tauroemoción y el Ayuntamiento de Valladolid
Es posible que pocas personas reconocieran hoy el nombre de Ignacio Sánchez Mejías si no hubiera sido el protagonista del estremecedor ‘Llanto’ que le dedicó Federico García Lorca. Y, sin embargo, fue una figura importante, no solo para el mundo de los toros, sino también para la cultura de las primeras décadas del siglo XX, por su estrecho contacto con la generación del 27.
La semana pasada, Valladolid decidió rendirle homenaje aprovechando una doble efeméride: los 100 años de su visita a la ciudad, y a su feria taurina, y los 90 de la publicación del extraordinario poema de Lorca.
“Era un torero muy valiente y amante del riesgo”, recordó el experto Domingo Delgado de la Cámara, quien participó en el acto, patrocinado por el Ayuntamiento de Valladolid y la empresa Tauroemoción, y apoyado por el Ateneo. Fue una de las voces que participaron en el homenaje, que estuvo moderado por el periodista Ignacio Miranda.
Domingo Delgado no dudó en incluirle dentro de la estirpe de los “temerarios” porque su búsqueda del riesgo no conocía límites. “No existe hoy un torero que se le pueda comparar; no había fronteras para su temperamento”, opina el experto.
Ese gusto por el peligro lo cultivó desde el principio, y ya como banderillero destacó por ser uno de los que más se expusieron al toro de toda la historia. Y siguió con esa misma filosofía como torero, incluso cuando ya las facultades personales no eran tan explosivas y cortejaba el desastre.
“Cuenta José María de Cossío –vallisoletano y máxima autoridad de la historia taurina de España– que le gustaba enfadar al público”, recuerda Delgado. Le gustaba provocarlo y tenerlo en su contra para luego seducirlo con su coraje, darle la vuelta a la tortilla y terminar con los millares de asistentes rendidos a sus pies.
Recuerda el experto taurino un episodio especialmente llamativo: su gira por los cosos de México. Sánchez Mejías se dedicó a calentar el ambiente con comentarios despectivos hacia el reputado diestro local Rodolfo Gaona, su gran rival del momento, y otros no menos provocativos, desdeñando a la Virgen de Guadalupe en favor de la Macarena. Sin embargo, “a pesar de la hostilidad que él mismo cultivó cortó un montón de rabos”, explica Delgado.
Podría decirse que, para Sánchez Mejías, el verdadero desafío no estaba en el toro, sino en el público. “Su obsesión era tener a la gente con el corazón en un puño. Practicaba un toreo enervante que dejaba al público lívido”.
Ese temperamento le granjeaba popularidad y reconocimiento en sus mejores tardes. Una de ellas fue la tercera corrida que ofició en Valladolid en 1925. La feria de aquel año estaba resultando anodina, según los cronistas, y también lo fueron sus primeras intervenciones, pero en el último toro de su última tarde se produjo la locura y logró el preciado galardón de las dos orejas y el rabo. “Aquella faena redimió la feria y fue muy recordada”, recuerdan los expertos.

En esa misma visita a Valladolid, Sánchez Mejías, tras abandonar la plaza y despojarse de su traje de luces, se enfundó en un esmoquin y ofreció un retazo de su otra faceta, su vocación intelectual, con la lectura de un capítulo de su novela ‘La amargura del triunfo’. Una obra que no llegó a terminar porque, por el camino, y gracias al contacto con la generación del 27, cambió su visión de la literatura y la cultura y prefirió explorar otros territorios.
Aunque su formación inicial “gira en torno a la calle y al toro”, según recuerda el experto Antonio Fernández Torres, “tiene fama de torero culto, que viaja siempre con libros”. De hecho, él tenía mucho empeño en desterrar la imagen popular que identificaban al torero con un gañán.
Se esforzó mucho en luchar contra este estereotipo y, gracias a su relación con su no menos mítico cuñado Joselito –estaba casado con su hermana Dolores–, entró en contacto con buena parte del mundo cultural más inquieto de la España del momento.
En 1925, inicia una relación afectiva y de colaboración profesional con La Argentinita, y un año después conoce a Rafael Alberti y al resto de la generación del 27, y se impregna de las vanguardias, aunque nunca se identificó del todo con su programa.
“A través de Ignacio Sánchez Mejías, la generación del 27 conoce la tauromaquia y conecta con cierto costumbrismo. Ejercerá como mecenas, pero también como pegamento, como figura cohesionadora del grupo”, explica Fernández Torres. Gracias a él y a otras figuras, el mundo cultural español se reconciliará con los toros durante muchas décadas, algo que quizás cueste comprender hoy, cuando están tan extendidos los prejuicios hacia la fiesta.
En 1927, estrena la obra de teatro ‘Sinrazón’, ambientada en el mundo del psicoanálisis, y en 1928, durante un viaje a Nueva York, concibe el proyecto de ‘Las calles de Cádiz’, un espectáculo a mayor gloria de La Argentinita, en el que contó con la Orquesta Bética de Cámara creada por Manuel de Falla, y dirigida entonces por su discípulo Ernesto Halffter. Sánchez Mejías no solo ejerció de mecenas e impulsor, sino que escribió el libreto, con el pseudónimo Jiménez Chavarri.
La sede de las inquietudes culturales del mítico torero sería la finca sevillana de Pino Montano, en la que reunió al mundo cultural del momento en unas fiestas largas e intensas. El bisnieto del torero, Antonio Ruíz de Alda Sánchez-Mejías, evocó en Valladolid algunos recuerdos familiares en torno a esa finca y a su relación con Joselito y la familia de los Gallo.
El homenaje a Sánchez Mejías no podía eludir el episodio de su trágica muerte, que Lorca convirtió en materia prima de su leyenda. Una muerte que se vio rodeada de unas cuantas circunstancias extraordinarias. La primera de ellas, que el diestro no formaba parte del plantel original de la corrida de Manzanares, en la que entró para suplir a otra figura.

La segunda, la circunstancia completamente inusual de que fuera él mismo quien participara en el sorteo de los toros y el que eligiera a Granaíno, el animal que, a la postre, le daría muerte.
Pero aún hay más, porque al parecer la cogida no era tan grave como para acabar con su vida y fue su decisión de taponarla y trasladarse a Madrid para ser operado allí la que le condenó, pues cuando llegó al hospital ya se había declarado la gangrena. Abundante munición para la leyenda.
Aunque quizás lo más importante fuera su decisión previa de volver a los ruedos, en 1934, tras haberlos abandonado durante unos años. Quienes lo conocían no recibieron ese retorno con agrado, sino con miedo.
Su amigo, el cronista taurino vallisoletano José María de Cossío, no dejó de advertir que regresaba con el mismo afán de peligro y con menos facultades. Aunque quizás fue Lorca el que mejor sentenció el estado de ánimo de sus amigos: “Ignacio me acaba de anunciar su propia muerte. Ha decidido volver a los toros”.
- La pasión de Ignacio Sánchez Mejías por el peligro y su afán por tener al público en un puño - 10 diciembre, 2025
- Jean-Pierre Castellani: “Leer a Yourcenar es una fuente de lucidez y una necesidad frente a las angustias del mundo” - 1 diciembre, 2025
- José Sacristán (‘El hijo de la cómica’): “La gente de la cultura no cambiamos la historia; como mucho, damos motivos para la reflexión” - 21 noviembre, 2025

