Fotomatón

#MAKMAArte
Centenario del fotomatón
Inventado por el siberiano Anatol Josepho
Nueva York, 1925

Cuando el selfi llegó, el fotomatón –hecho hoy un dinosaurio– ya estaba allí. Se cumplen ahora cien años de la aparición de la máquina de fotos instantáneas en las calles de Nueva York, un fenómeno extendido por todo el mundo. Resultó ser un método casi mágico para conseguir una tira fotográfica al momento sin la intermediación de un fotógrafo.

La reproducción en papel de la imagen de una persona encerrada en un espacio minúsculo parecía cosa de encantamiento.  Durante mucho tiempo, y hasta hoy mismo, tuvo una función muy practica: disponer de imágenes de un individuo para aportarlas en documentos sociales, como los carnés o pasaportes. Pero se convertiría también, usando el modelo de las tiras fotográficas, en una formula artística bendecida primero por los surrealistas y más extensamente en los años del pop por artistas como Andy Warhol.

Hubo algunos artilugios que precedieron a la máquina que hoy conocemos como fotomatón y en el mundo anglosajón como photo booth. Pero su puesta a disposición del gran público en plena calle sucedió hace exactamente un siglo junto al centro neurálgico de Nueva York, en Times Square.

En el minúsculo habitáculo, con una cortina haciendo de frágil puerta, se produce el punto de encuentro fotográfico entre lo público y lo íntimo. El sujeto está solo ante un espejo, que esconde una cámara capaz de captar, revelar y finalmente generar la fotografía impresa. Todo en cuestión de segundos.

Lo habitual era ofrecer una tira de varias fotos por lo que el individuo fotografiado podía optar a diferentes poses, en general limitadas por el espacio a su ámbito facial. Primero fueron fotografías en blanco y negro, y hoy en día a todo color y con variedad de tamaños y de número a gusto de lo seleccionado por el consumidor.

Surrealistas con su foto-manifiesto, publicada en el número final de la revista Surrealist Revolution en 1929.

Los surrealistas decidieron hacerse una foto-manifiesto con sus caras, apareciendo con los ojos cerrados, y luego publicarla como un collage general de todos los miembros del grupo. La fotografía de fotomatón entraba ya en el circuito de la obra de arte. Eran los creativos y revolucionarios años veinte.  

Al aire de estos cambios tecnológicos, Walter Benjamin publicaría en los años posteriores su ensayo ‘La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica’. Estamos en el momento de la fotografía, el cine, la música grabada, por lo que ”la reproducción o la copia se coinvierten en ese objeto que se necesita poseer”.

“Acercar las cosas a uno mismo es precisamente –escribía Benjamin– una demanda tan apasionada de las masas actuales como la que presenta su tendencia hacia una superación de la unicidad es precisamente de cada hecho mediante su reproductividad”.

Y añadía: “Día a día se hace valer de manera más ineluctable la necesidad de apropiarse del objeto con la más inmediata proximidad en imagen, más bien en la copia, en la reproducción”. Sin duda, en la autofotografía múltiple se dan estos principios. La reproductibilidad de la obra de arte se llevó a su máxima expresión en este campo con artistas como Warhol y fotógrafos como Cindy Sherman o Ken Matsubara.

Josepho y su esposa en un fotomatón (1927).

El encargado de hacer popular el fotomatón fue un siberiano inmigrante a América. Se llamaba Anatol Josepho, que, en su proyecto para hacer accesible al público la foto al instante, plantó su caja mágica en el centro neoyorquino. Por el módico precio de veinticinco centavos de dólar ofrecía ocho imágenes de la persona fotografiada al instante.

En solo medio año pasaron por taquilla 280.000 personas. La fiebre de la foto inmediata no dejó de crecer en los años sucesivos, animada además por la creciente burocracia estatal, con la necesidad de tener fotos para diferentes documentos.

La estadística norteamericana señala que al final de la Segunda Guerra Mundial existían unos 30.000 habitáculos fotográficos en el país. Extendido por todo el mundo, el fotomatón vivió una etapa de gran negocio, esplendor y hasta pasión artística.

La llegada de la Polaroid –hoy también casi fenecida– supuso un duro golpe a la oferta de magia al instante, aunque su mayor competencia ha sido finalmente la de la era digital, la autofoto, los selfis y la capacidad de enviar archivos fotográficos para aportar la imagen requerida por los organismos de turno.

Fotomatones en Tokio (1987), por cortesía de Javier Martín-Domínguez.

Pero cuando las maquinas del fotomatón parecían quedar obsoletas y destinadas a ser viejos cacharros de almacén han tenido un renacimiento. Esta nueva vida del fotomatón tiene que ver con su uso lúdico, del que es responsable en gran medida una empresa catalana, Autofoto, creada por Rafael Hortalá Vallvé. Su uso como forma de entretenimiento en fiestas, especialmente bodas, se ha convertido en moda, desde que Hortalá la introdujese en este formato hace ya unos quince años. 

La empresa asegura que su utilización no ha dejado de crecer, doblándose su uso cada año.  Enamorado de esta magia tecnológica de base analógica, Rafael empezó a comprar y recuperar para su uso maquinas encontradas en Londres.

Restauró y puso en marcha un nuevo mercado, aunque basado en la misma tecnología, cuyo proceso se describe en su web de esta manera: “Desde fuera, el proceso de la cabina fotográfica parece sencillo: los clientes se sientan, pagan con tarjeta y posan mientras la cámara dispara. Tras cuatro minutos, la tira de fotos se deposita en una unidad de entrega situada en el exterior de la cabina y el cliente satisfecho se marcha.

Andy Warhol protagonizando la portada del Modern Star, en torno al fotomatón.

Sin embargo, en el interior, oculto a la vista, hay un sistema cuidadosamente orquestado de piezas electromecánicas, engranajes, solenoides, relés e interruptores que funcionan en perfecta armonía”.

“Al recibir el pago –se sigue describiendo en la web–, la cámara mecánica del interior de la cabina se pone en marcha y extrae una tira de papel de un gran rollo encerrado en una cámara hermética a la luz. Esta tira de papel fotográfico de gelatina de plata negativo-positivo se coloca delante de un prisma que orienta correctamente la imagen. Un obturador de plano focal gira a medida que el papel se mueve a través de cada flash”.

Y añade: “Cuando se completa el proceso fotográfico, un conjunto de araña situado en la parte superior de una transmisión despliega un brazo. El brazo toma la tira de papel y la mueve a través de una serie de tanques, sumergiéndola y mojándola en baños de agua, revelador, blanqueador, agente limpiador y, finalmente, tóner. Una vez que se ha sumergido en cada tanque, el brazo deja caer la tira terminada en una unidad de entrega fuera de la cabina, donde es recogida por el cliente”.

Hoy día el mayor problema de suministros esta justo al final del proceso y no es de carácter técnico. Se trata de la fabricación y suministro del papel fotográfico, el otro gran derrotado en la suplantación digital.

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