#MAKMAArte
Entrevista a Cristina de Middel
Premio Nacional de Fotografía 2017
‘Gentlemen’s Club’
Centro Nacional de Fotografía
Plaza San Esteban 1, Soria
Alicantina de nacimiento y residente en Brasil desde hace años, Cristina de Middel no solo es Premio Nacional de Fotografía (2017), sino que ha presidido la agencia internacional Magnum durante los últimos tres años. Recientemente, el Centro Nacional de Fotografía de Soria ha comprado para su colección permanente una serie de cien fotografías, lo que la convierte en la fotógrafa más representada cuantitativamente en la institución.
El nuevo Centro Nacional de Fotografía ha adquirido su serie ‘Gentlemen’s Club’. Un trabajo al que creo que le tiene aprecio muy especial.
La verdad es que me llevé una sorpresa y me hizo ilusión que el Centro Nacional de Fotografía escogiese esa obra, que no está entre las más conocidas ni expuestas mías y que me llevó mucho tiempo elaborar. Trata un tema que a algunas personas les puede resultar un poco incómodo, como es la prostitución, o el trabajo sexual, desde el punto de vista de los clientes.
Son cien obras, pero porque son cien retratos que se hicieron a cien clientes de prostitución en distintos lugares del mundo. Pero no es una colección tan voluminosa porque son como fichas que caben en una caja. Son fotografías de tamaño reducido que requirieron mucho trabajo.
¿Cuántos años le llevó hacer esta serie?
Empecé en 2015 y la acabé en 2022, así que siete años.
Y viajando por todo el mundo en busca de testimonios…
Hay diez países diferentes. Empecé en 2015 en Río de Janeiro, luego seguí en Ciudad de México, estuve en Ámsterdam, en Bangkok, en Lagos, en Kabul, Los Ángeles… La cultura de la fotografía en general ha representado la prostitución mostrando siempre a las mujeres.
La motivación de este proyecto es, precisamente, luchar contra eso: explicar el trabajo sexual incluyendo a todos los actores de lo que sucede. Quería hacer un ejercicio de equilibrio visual. Ponerles cara a los clientes, pero sin juzgar, porque este es un trabajo de colaboración entre esas personas y yo, en el que hay mucha confianza entre ambas partes.
Ellos saben perfectamente para qué estoy usando las imágenes y firman un consentimiento y todo lo demás. Por eso es un trabajo que llevó bastante tiempo, porque no se limitaba a llegar a un sitio y hacer fotos. Tienes que pasar un tiempo, conocer a la gente, encontrar a las personas adecuadas, y luego ya ir a la realización. Y en cada cultura es muy diferente la mentalidad.

¿Encontró dificultades especiales en los países islámicos por el hecho de ser mujer y abordar este tema?
La verdad es que no. Es un tema problemático también en los países no islámicos. En España, por ejemplo, no pude hacer la investigación. Lo intenté en la Junquera y me encontré una respuesta inflexible: ningún cliente quería dar la cara. En otros países de Europa fue mucho más fácil. París fue un paseo y Ámsterdam también. No así en España. Es más una cuestión de pudor que religiosa.
En Kabul, por ejemplo, donde, además, están los talibanes, no es un tema del que se hable abiertamente, porque es delito y pueden matar a esas personas. En Río de Janeiro puse un anuncio en el periódico para localizar voluntarios, pero en Kabul era imposible y tuve que optar por otras vías.
En las entrevistas, todos repetían la misma historia: lo hicieron una sola vez –pues era un requisito para poder participar en el proyecto, en el que yo les pagaba por participar–, pero enseguida se dieron cuenta de que era un pecado y no lo volvieron a hacer. Todos exactamente lo mismo.
El valor de los testimonios y las entrevistas me parece innegable. Pero ¿cómo contribuye la fotografía a retratar esa otra parte de realidad de la prostitución? Aparentemente, lo que se ve son fotos de personas normales sentados en una cama.
Claro, es que son personas normales, ese es precisamente el punto: que son normales. Tenemos muy pocas referencias visuales de quién es el cliente de prostitución en el cine o en la cultura popular. Tenemos películas como ‘Pretty Woman’, que ha romantizado el trabajo en la prostitución y en la que aparece un cliente que es un millonario.
Quise llegar a los cien retratos porque me parece que cien es un número simbólico que tiene cierto peso en cuanto a representatividad. Eran hombres normales muy variados: desde chavales de 20 años hasta señores de 80. Los había que trabajaban y otros que no. Quienes lo hacían todos los días y los que solo lo hicieron una vez.
Para mí, el problema es que no hay información sobre esa otra mitad del negocio y el proyecto trataba de paliar eso. Quebrar ese tabú y ofrecer la información y sin juzgar a nadie. Es algo muy cotidiano para mucha gente. Y las motivaciones son muy diferentes. Unos van buscando más bien cariño maternal, otros una experiencia de venganza. Y teniendo en cuenta la historia de cada uno, y de sus motivaciones, yo intentaba hacer un retrato que lo reflejase.
Ha sido presidenta de la Agencia internacional Magnum durante los últimos tres años. ¿Cómo ha sido la experiencia?
Ha sido una experiencia muy intensa porque, aunque llevaba años relacionada con la agencia, entré como miembro de pleno derecho un miércoles y el viernes me hicieron presidenta, con lo que no tenía conocimiento de cómo funcionaba interiormente la agencia a nivel de gestión.
Decidieron que capitaneara un barco en el que me acaba de subir, sin haber navegado, lo que fue un reto, pero un reto muy bonito. También he aprendido un montón de cosas en el terreno de la comunicación y de la representación: debes hablar en nombre de personas muy diferentes. Es como si me hubiesen apuntado a un máster sin querer yo un máster.

La agencia Magnum es un mito en la historia de la fotografía mundial. Cuando se conoce por dentro, ¿se desmitifica un poco?
Como todos los mitos, luego lo tienes que aterrizar en números, cifras, conversaciones, reacciones…; y todos somos muy humanos. Pero yo creo que es un mito justificado porque, realmente, hay muchísima entrega y devoción.
Hay una conciencia muy clara de la responsabilidad que tiene la agencia, a nivel de arquetipo, de mantener la llama de la verdad viva, incluso en un contexto como el actual, en el que parece que todo apunta que nos vamos muy lejos de la verdad. Parece que la verdad, en el futuro, no va a ser un valor añadido a nada. Ellos no permiten que te olvides de las motivaciones iniciales que te llevaron a hacer fotos, porque te las recuerdan.
Magnum es una agencia que se dedica fundamentalmente al fotoperiodismo, si bien entendido de un modo muy amplio. ¿Cómo entiende usted el fotoperiodismo hoy?
Creo que el fotoperiodismo es ahora más necesario que nunca. También es más pequeño que nunca, porque cada vez hay menos periódicos y menos fotógrafos. En España casi no existe la figura del editor gráfico, por ejemplo.
En Magnum, todos los fotógrafos intentar explicar el mundo en el que viven con sus fotografías, de una manera u otra. Unos de una forma más clara y más apuntando el dedo hacia la cosa, hacia el problema, y otros haciendo casi el equivalente a un artículo de reflexión o de opinión en un periódico.
Pero, hoy en día, habría que proteger el fotoperiodismo y la documentación visual verdadera frente a la cultura de las invenciones, que se agrava con la llegada de la inteligencia artificial. Llegará un momento en que no sabremos lo que es verdad o lo que no, ni tendremos siquiera las herramientas para saberlo. Y no sé qué consecuencias pueden tener esas ficciones; es algo que va demasiado lejos para mí.
Usted reconoce que su fotografía es más opinativa que meramente descriptiva.
Para mí, cualquier fotografía es una interpretación. Hay interpretaciones que, por sus formas y por la intención con la que están hechas, explican la realidad de una manera más directa, hacen un retrato visual de lo que está pasando. A mí, eso no me interesa. Creo que hay gente que lo hace mucho mejor que yo.
Me gusta llegar después de que se ha mostrado la realidad y compartir mis preguntas. Porque mi trabajo no es tanto decir que las cosas son así (porque yo no sé cómo son las cosas) como investigar, construir una opinión, compartirla y abrir el debate. O sea, la respuesta a mi trabajo bien podría ser otro trabajo de opinión que me contradijera, y estaría bien.

Y eso ¿cómo se hace en la práctica?
Por ejemplo, mi proyecto sobre la inmigración partía de mi insatisfacción por la manera en la que los medios de información nos explican el problema. Siempre nos presentan al inmigrante como una amenaza, o como alguien por el que hay que tener pena o caridad, como una víctima.
Para mí, en cambio, hay una dimensión heroica de la que no se habla en prensa: el hecho es que esas personas hagan un viaje peligrosísimo solo para poder llegar a un sitio donde nadie los quiere, para poder ganar un poco de dinero y mandarlo a su familia. Entonces, mi proyecto sobre la migración es el viaje de un héroe. Cojo un libro de Julio Verne, ‘Viaje al centro de la tierra’, y lo adapto en imágenes para contar el viaje centroamericano migratorio.
Ha comentado que los medios de información no nos facilitan una versión suficientemente compleja de la realidad. ¿A qué cree que se debe esto?
Ahora mismo estamos polarizados, lo cual lleva a los medios a hacer una selección que construya la verdad que creen que va a funcionar mejor con su audiencia y con las personas que le apoyan.
La solución debería venir de la audiencia, que tendría que ser mucho más crítica, indagar de dónde le viene la información y buscar lo que le falta. Como audiencia, nos hemos vuelto muy vagos, y lo hemos hecho en un momento muy delicado.
¿Qué impacto cree que puede tener la inteligencia artificial en la fotografía?
Desde el punto de vista de la creación, he visto poca cosa que me haya llamado la atención y que pueda ser una amenaza seria para los trabajos comerciales. Parece que todo el mundo tenga los mismos sueños y las mismas fantasías: payasos y globos en el desierto, unicornios y cosas que no tienen mucho interés. No he visto todavía nada que me sorprenda muchísimo con la herramienta.
Pero sí está claro que va a tener unas consecuencias directas en una parte de la industria, como pueden ser los bancos de imágenes. Afectará no solo a las fotografías, sino también a los modelos, a los retocadores, productores…; toda esa industria que se mueve en la creación de campañas publicitarias, el lado de la industria donde se genera el dinero. Por el lado de la documentación, es extremadamente peligrosa, y ahí es donde insisto en que la audiencia tiene que espabilarse para aprender a diferenciar lo falso.
¿Deben las leyes obligar a que se identifique con claridad las creaciones ficticias que no lo parecen?
En eso es donde el Gobierno debería ponerse las pilas, junto con la legislación europea. Del mismo modo que tú vas a un supermercado y compras un producto y puedes mirar si es transgénico, si es biológico, si es orgánico o no, porque hay unos códigos que te lo indican, debería haber unos códigos que te permiten descifrar si una imagen o un contenido lo ha hecho una máquina o lo ha hecho una persona.
Eso sería para mí el objetivo al que hay que llegar. ¿Cómo hacerlo? No lo sé. Pero es difícil estimar el limbo en el que vamos a vivir, la falta de suelo en la que nos vamos a mover como sociedad, el día que la verdad no sea un valor relevante.

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