Sime Llicer

#MAKMAArte
‘Talea’, de Sime Llicer Ferri
Con la colaboración de Chiara Vassalle
Comisariado: Salvador Ortells
Vestíbulo del museo y Sala Alta
Museu Valencià de la Il·lustració i de la Modernitat (MuVIM)
Del 18 de septiembre al 7 de diciembre de 2025

Talea’, la exposición de Sime Llicer (Sueca, 1996), creada en colaboración con Chiara Vassalle, que acoge el MuVIM, gira en torno a dos ideas: la propiamente asociada al título de la muestra, ya que ‘Talea’, según se recoge en el argumentario de la misma, «es una palabra italiana procedente del léxico agrícola que significa “injerto”», y su inspiración en las Wunderkammer o “cuartos de las maravillas”.

De manera que las esculturas de jirafas, cocodrilos, serpientes, caracoles o escarabajos, además de cuadros de gusanos e insectos, junto a un conjunto de flores en madera, alguna manzana e incluso gotas de lluvia simbólicas en telares, son desplegadas por el vestíbulo del museo y su Sala Alta como si fueran, efectivamente, injertos con los que dar lugar a una naturaleza de cuento.

De hecho, diríase que los injertos con los que Llicer crea su gran “cuarto de las maravillas” en el MuVIM rimara con el País de las Maravillas en el que se introduce Alicia en la famosa novela de Lewis Carroll. Tanto es así, que el viaje que nos propone el artista valenciano destila una misma atmósfera de descubrimiento a través del juego o la imaginación, al que sucumbe Alicia una vez despojada de las ataduras que la realidad impone.

Pero hay otra conexión, al menos para quien esto escribe, derivada de esa cámara de las maravillas recreada por Sime Llicer en el MuVIM, que entronca con el ‘Museo de la inocencia’ del escritor turco Orhan Pamuk, título de una de sus novelas, al tiempo que colección de objetos que dan pie a diversas narrativas en su original museo de Estambul.

Vista de la exposición ‘Talea’, de Sime Llicer, en el MuVIM.

“Si un hombre pudiera cruzar las puertas del Paraíso en un sueño y le presentaran una flor como prenda de que su alma ha estado allí realmente, y se encontrara con que tiene la flor en la mano cuando despierta…Sí, entonces, ¿qué?”, señala el poeta romántico Coleridge en una de las citas que abren la novela de Pamuk. Entonces, ¿qué? Es a esta interrogación a la que trata no de dar respuesta Llicer, sino de seguirle el rastro mediante el despliegue de su naturaleza planteada, efectivamente, como un cuento.

“Simplemente, me distraía con la felicidad que me proporcionaban los objetos”, escribe Pamuk y, como si fueran un eco de sus palabras, diríase que Sime Llicer, en colaboración con Chiara Vassalle, lo que hace es mostrar en el MuVIM diversos pasajes de esa naturaleza encantada bajo el influjo de las maravillas allí reunidas. Cámara de las maravillas, también denominada gabinete de curiosidades, que, a fuerza de despertar nuestra imaginación, nos invita –como Lewis Carroll lo hizo con Alicia– a fantasear cómo serían las cosas si, en lugar de contaminarlas, pudiéramos quedarnos con su más inocente belleza.

En ‘La pluja no sap ploure’, instalación de 26 elementos de madera, tela de algodón, hilo de cashmere y botones de madera, el artista hace un juego de palabras –‘La lluvia no sabe llover’– para que emerja, en ese museo de la inocencia, cierta crítica social. Esas ingenuas gotas de lluvia esconden en su interior muy malos humos generados por la industria de la automoción que surca los mares y los cielos.

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De manera que ‘La pluja no sap ploure’ porque, en el fondo, la belleza simbólica que poseen exteriormente esas gotas de lluvia, tiene como contrapunto cierta amenaza interior que, aunque bellamente dibujada, posee los rasgos sombríos de la pesadilla. ‘Talea’ vendría a ser el injerto que, en la exposición, también da pie a elucubrar acerca de la inquietud que genera esa naturaleza cuando la inocencia se pierde.

‘Poma’, realizada con impresión sobre aluminio, bien pudiera ser la manzana bíblica que, de nuevo, posee los caracteres de cierta felicidad primigenia, pronto convertida en amarga expulsión del paraíso. De hecho, junto a esa manzana, reptan por el suelo de la Sala Alta unas grandes serpientes amenazadoras, mientras, unos pasos más allá, un escarabajo se esfuerza por empujar una esfera con siluetas de animales, tratando, quién sabe, de salvarlos o de condenarlos a rodar juntos para siempre.

Vista de la exposición ‘Talea’, de Sime Llicer, en el MuVIM.

Son diversos los injertos realizados por Sime Llicer para conformar su narración al modo de cuartos de maravillas, no exentos de sutiles zonas de penumbra. Así, junto al cocodrilo de color verde, ubicado en el vestíbulo del museo, se yergue una jirafa, no sabiendo del todo quién es amenaza para quién: si lo bajo con respecto a lo alto, o viceversa.

Como tampoco sabemos si el conjunto de frágiles macetas con sus plantas, y las flores que cuelgan de la pared, serán, como la jirafa ahora convertida en esqueleto en la Sala Alta, mirando el cuerpo de la otra jirafa que en su día fue, pasto de la muerte. Y es que ‘Talea’, aunque sin duda muestra la faz luminosa de la naturaleza, no deja de lanzar sutiles señales de cuanto la amenaza, a poco que la observemos como parte de un cuento con sus luces y sus sombras.

Como se apunta en el vinilo que abre la exposición, “Sime Llicer propone un viaje lúdico a través de injertos iconográficos que hacen hincapié en la manera tan epidérmica y racional de relacionarnos habitualmente con nuestro entorno”. Que es tanto como advertirnos, siguiendo el rastro de Alicia en el País de las Maravillas, acerca de lo que sucede cuando damos el mundo por hecho: “¡Qué cosas tan extrañas pasan hoy! Y ayer todo pasaba como de costumbre”. ‘Talea’ nos invita a cruzar esa delgada línea roja.

Sime Llicer
Vista de la exposición ‘Talea’, de Sime Llicer, en el MuVIM. Foto: Raquel Abulaila.