#MAKMAEntrevistas
Desayunos MAKMA
‘La cultura como necesidad’
Con Vilma Dobilaite y Maxime Henri-Rousseau
Entrevista de Jose Ramón Alarcón, Merche Medina y Salva Torres
Fotografías: Fernando Ruiz
Institut Valencià d’Art Modern (IVAM)
Guillem de Castro 118, València
La lituana Vilma Dobilaite (directora artística de València Photo) y Maxime Henri-Rousseau (director del Instituto Francés de València), con quienes inauguramos los Desayunos MAKMA en el IVAM, proceden de contextos diferentes, pero a quienes les une un mismo espíritu: la vocación –inscrita en su forma similar de entender la cultura como necesidad– de establecer puentes entre orillas muchas veces contrapuestas.
Dobilaite, empeñada en acercarnos lo mejor de la cultura de su país lituano, alude al gran pintor y compositor Mikalojus Konstantinas Čiurlionis, del que ahora mismo se celebra el 150 aniversario de su nacimiento, pero también al cineasta Jonas Mekas, quien dijera, precisamente, que el cine es un lenguaje universal que puede conectar a personas de diferentes culturas y épocas, destacando igualmente lo siguiente: “El cine nos enseña que la vida está llena de contradicciones y que no hay respuestas fáciles”.
En este último sentido, Henri-Rousseau, fascinado por la obra de su ilustre compatriota Antoine de Saint-Exupéry, de quien leerá una serie de textos en el Festival dels Horts de Picanya, que se celebra ahora mismo del 16 al 19 de junio, pone igualmente el acento en la cultura como territorio donde cultivarse para ser capaces de aceptar miradas contrapuestas sobre la vida.
Ambos, por tanto, resistiéndose a esa otra faceta de la cultura que, en paralelo con la notable aspiración del ser humano a la comprensión mutua, subraya la violencia que también nos habita poniendo en peligro la convivencia. Ambos, de hecho, haciéndose eco de estas palabras del autor de ‘El principito’: “Lo que embellece el desierto es que en alguna parte esconde un pozo de agua”. Dispuestos siempre a caminar al encuentro de ese insólito caudal, Vilma Dobilaite y Maxime Henri-Rousseau reflexionan sobre esa cultura tan necesaria como difícil de alcanzar.

¿Qué entendéis por cultura?
Vilma Dobilaite (VD): Para mí, la cultura es como el aire, es vital, y el modo perfecto para unir mundos enriqueciéndonos mutuamente a través de nuestras diferentes identidades y tradiciones. De hecho, pienso que en la diversidad está la belleza. La cultura pienso que es, además, un espacio de libertad, de memoria, de resistencia y de futuro. Es lo que nos permite seguir siendo, incluso cuando todo lo demás parece tambalearse.
Maxime Henri-Rousseau (MHR): La etimología de cultura viene de cultivar la tierra, que, en este caso, es el propio ser humano; es cultivar lo que nos hace más humanos. De manera que es como regar una tierra para que dé frutos: cuanto más cultivados somos, más frutos damos.
Pero no hay que caer tampoco en la ingenuidad, porque sabemos, por ejemplo, que los nazis eran gente muy culta: iban mucho a la ópera, al teatro, al cine, de forma que estos frutos también pueden ser venenosos. El ser humano, por tanto, lleva igualmente dentro de sí pasiones negativas. Cuanto más humanos nos hacemos, también más peligrosos podemos a llegar a ser.
La cultura nos permite, además, ser individuos, pero también formar parte de un grupo, y de ahí parte cierta tensión: la que se genera entre el deseo de creatividad individual y el de unirse a otros o separarse de ellos.
¿Cómo observáis la cultura en nuestro país, teniendo como referencia vuestros respectivos países de origen: Lituania y Francia?
VD: Lituania es un país báltico muy pequeño que durante siglos ha sufrido diversas invasiones y que tras cada derrota nos levantábamos y resistíamos. De manera que la cultura es la que ha mantenido nuestra identidad. Tenemos artistas como Mikalojus Konstantinas Čiurlionis, del que se celebra el 150 aniversario de su nacimiento, que dedicó su vida a la libertad del país y, por extensión, a la libertad creativa. Hablamos de un artista que, viviendo en un país ocupado por Rusia, decide dedicar toda su obra a la plasmación de esa libertad.

MHR: En Francia, hay un respaldo institucional a la cultura en general, tanto por parte del Gobierno central como de los gobiernos locales, aunque eso también puede plantear algunos retos o dificultades. Por ejemplo, es cierto que Francia respalda mucho al cine, lo que pasa es que después tenemos muchas películas producidas que no tienen público o muy poco.
Entonces, cuando uno quiere cumplir con todo –la producción, la difusión–, es mucho trabajo el que hay que realizar y te encuentras con el hecho de que, en la situación de sobreproducción que estamos, hay luego películas que no se ven. Las redes de distribución son limitadas. ¿La solución cuál sería: abrir más salas de cine y obligar a la gente a que vaya? No puede ser esto tampoco, porque la gente tiene un tiempo limitado, de manera que, a veces, ayudar demasiado no lo soluciona todo. Ahora estamos en una especie de crisis de lujo.
En este sentido, también hay que respetar el no deseo a la cultura. Yo soy alguien que está a favor de la cultura, porque me ha permitido ser la persona que soy, y estoy agradecido a los autores que he leído, pero hay que respetar igualmente a quien no le interesa. Al ciudadano que tiene interés, la obligación de los poderes públicos es darle acceso a lo que busca –la oferta ha de estar visible–, pero, insisto, respetando al que busca otras cosas.
VD: Francia es un país muy grande, muy rico, mientras que Lituania es todo lo contrario: muy pequeño y nada rico. De manera que no hay tantas ayudas, ni tampoco hay sobreproducción de productos culturales. Estoy de acuerdo con Maxime en que la sobreproducción puede tener como efecto contrario el que a muchas personas le pueda aburrir o crear cierto rechazo: que digan, ¡ya está bien!
MHR: Lo estamos viendo con el tema de las plataformas de cine.
VD: Pero es que hoy en día, con el ritmo de vida tan frenético, no tenemos tiempo de ver tantas películas. Solo tenemos tiempo para ver reels de 30 segundos. Yo creo en la libertad en todos sus aspectos: libertad de participar en la cultura y también la de no hacerlo si no te apetece. La cultura ha de ser voluntaria, no es una obligación; tiene que ser libre.
¿Cómo pensáis, en cualquiera de los casos, que la cultura es o debería ser una necesidad?
MHR: Claro, fíjate que cuando hablamos de una persona cultivada nos referimos a alguien que se ha enfrentado a muchos discursos distintos, a muchos recorridos de vida, que hacen que esa persona pueda adoptar esos diferentes puntos de vista y no caiga en determinados prejuicios. Tenemos que asumir que no se puede reconciliar a todos, porque siempre existirán esas distintas miradas sobre un mismo asunto, en base a las vivencias de cada uno. Ser una persona culta es precisamente esto: la capacidad de entender a los demás.
El escritor Edouard Louis, que procede de una zona rural del norte de Francia, tiene una herida biográfica –joven homosexual en ese entorno familiar rural– y él cuenta cómo la cultura, descubierta como máscara, le permitió contener toda esa parte rústica de la que procedía y superar en cierto modo esa herida. Es decir, la cultura como sanación.
MHR: Es lo que decía al principio, que la cultura es lo que nos permite ser individuos al tiempo que formamos parte de grupos. Ese chico ha reivindicado lo que era él mismo y la cultura le ha ayudado. La reciente Premio Nobel de Literatura Annie Ernaux también tiene un recorrido muy similar.

VD: Es un caso parecido al de Jonas Mekas, un director que tuvo que huir para construir su identidad fuera de Lituania, si bien la mantuvo siendo ejemplo para muchos. A pesar de sus dificultades personales y familiares, siguió creando arte sin menosprecio de su identidad lituana.
Por las diversas circunstancias políticas, en Lituania siempre se ha valorado esa necesidad de la cultura como espacio de libertad para mantener nuestra lengua y tradiciones. De hecho, durante muchos años, hubo gente que hacía contrabando de libros para preservarlos de su desaparición al estar prohibidos, arriesgando su vida y algunos hasta perderla.
MHR: Hay que tener en cuenta que hay una diferencia muy importante, y es que, aparte de las ayudas públicas, en España sigue habiendo una cultura popular muy potente, solo hay que mencionar las Fallas de aquí o la Semana Santa de Andalucía, siendo manifestaciones culturales de un gran protagonismo. Esto no lo tenemos en Francia y pienso que, en este sentido, es una gran pérdida, de ahí que los poderes públicos tengan necesidad de apoyar los museos, los conservatorios, los festivales. Y esto es el resultado de una política muy centralizadora de hace siglos muy negativa.
Mis padres son de Perpignan, y mi padre iba a una escuela pública en una pequeña población que era muy conocida, porque había un cartel en el patio del recreo por encima de las pilas para lavarse las manos los niños, que decía: “Sed limpios, hablad en francés”. La higiene de la lengua era muy importante: no se podía, por ejemplo, hablar catalán. ¿Qué pasa? Pues que 40 años después se intenta reintroducir el catalán a base de jeringuillas y no funciona, y siento decirlo por la gente que se dedica a esto.
VD: En el caso de Lituania, veo muchas similitudes con España, porque la cultura popular está muy viva. En Kaunas, por ejemplo, los soviéticos pusieron en la iglesia una fábrica de televisores, porque estaba prohibido ir a la iglesia. Y después de tantos años de represión rusa, hemos cogido con ganas las tradiciones que en su momento fueron prohibidas. De ahí la importancia, como sucede aquí en España, de todo lo relacionado con la cultura popular.
MHR: En España, hay una habilidad para celebrar que es muy instantánea, muy espontánea, y esto es algo muy bonito, porque une a la gente y la cohesiona. En Francia, en cambio, tenemos una cultura más de aquí, de la cabeza; menos emotiva.
¿Observáis diferencias con respecto a las relaciones entre lo público y lo privado a la hora de fomentar la cultura?
MHR: La potencia pública siempre está muy orgullosa de sí misma y revindica el protagonismo total, pero muchas veces tiene que estar agradecida de que haya otras fuentes de financiación desde lo privado. En Francia, tenemos operadores económicos muy potentes, pero en un escalón más bajo tenemos la fuerza del asociacionismo, que es un poder enorme, porque el voluntariado permite que salgan esos grandes proyectos y esto es algo de lo que estamos muy orgullosos en Francia: son asociaciones que restauran patrimonio local, que organizan festivales y que tienen una conexión muy fuerte con el tejido local.
VD: Yo sí creo en la fuerza del voluntariado, porque aporta pasión y calidez. Además, el voluntariado muestra la necesidad de la cultura…
MHR: Y la garantía de que habrá público.

¿Alguna recomendación acerca de algún autor o autores que os hayan influido y queráis compartir con la gente?
VD: Este año estamos preparando en Valencia Photo una exposición de Fluxus, presentando la figura de su creador, Jurgis Maciunas, porque fue un movimiento de libertad, de pasión sin límites. Y se trata de una iniciativa desde el voluntariado, por iniciativa propia, con el fin de dar protagonismo a quien fue un revolucionario del mundo con sus ideas en los años 60, que siguen siendo de actualidad.
También vamos a celebrar el centenario de Adolfas Mekas, que, aunque haya estado siempre a la sombra de su hermano Jonas, fue un artista muy importante. Sin olvidarnos de Vytautas Landsbergis o de Jacques Lipchitz, escultor lituano-judío y pionero del cubismo en París, a quien dediqué mi tesis de master en museología.
MHR: Una de las referencias culturales más potentes, que ha condicionado mi trabajo, es toda la obra de Antoine de Saint Exupéry, porque se le reduce a ‘El principito’, pero su aportación ha sido doble: fue aviador, piloto postal encargado de traer las cartas de un continente a otro –un aventurero– y quien dijera que su labor era, precisamente, crear puentes entre los hombres, y, además, un escritor que en su obra literaria hace lo mismo, siendo su escritura un acervo para la humanidad. Y lo de crear puentes me parece imprescindible, porque todos estamos separados unos de otros por trabas y limitaciones, y la cultura lo que hace es precisamente crear puentes.
Justamente ahora –del 16 al 19 de junio–, el Instituto Francés de València colabora con el Festival dels Horts de Picanya que se celebra en una antigua masía entre naranjos que se llama Villa Rosita, gestionado por el pianista Antonio Galera, en el que yo leeré textos de Saint Exupéry, siendo mi último acto cultural en València, porque después me volveré a Francia, de manera que estaré muy emocionado.

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