‘No soy yo quien dibuja’, de Felipe Ortega Regalado
Gabinete de dibujos
Literato Azorín 33, València
Hasta el 26 de marzo de 2021
“Era una pasión por la mirada, y en su mirada estaban los ojos antes del tiempo”, afirmó San Juan de la Cruz, cuya mística guarda relación con esa otra mirada, igualmente apasionada, de Felipe Ortega Regalado. Mirada en torno a una naturaleza destilada en 100 dibujos, que no hacen más que ofrecer a esa mirada la oportunidad de aventurarse por los vericuetos de un tiempo que, siguiendo de nuevo al místico español, rezuma melancolía para, una vez detenido, dejar que se vislumbre cierta eternidad.
De ahí lo oportuno del título de la exposición, ‘No soy yo quien dibuja’, apelando en el fondo a ese grado de inconsciencia que aflora durante el acto creativo, para revelar el punto de extrañeza que nos rodea. Extrañeza que se transforma en lo archiconocido, cuando la mirada se torna visión anodina de las cosas. Felipe Ortega lo que hace con sus dibujos, en los que deposita esa mirada perpleja de los ojos antes del tiempo, es mostrar un paisaje floral caracterizado por un hondo sentir.
“En la noche dichosa, en secreto, que nadie me veía ni yo miraba cosa, sin otra luz ni guía, sino la que en el corazón ardía”. Y así, evocando sin querer a San Juan de la Cruz, es como Ortega Regalado conforma la sentida naturaleza que acoge Gabinete de Dibujos en su sala de Valencia. Naturaleza en blanco y negro y en color, aunque, como señala Luis Urdampilleta, responsable del espacio junto a Consuelo Vento y Gustavo Sandoval, nosotros veamos ese blanco y negro “sabiendo que hay siempre detrás un mundo de color”.
Lo sabemos, pero el artista trabaja con ambas tonalidades para subrayar quizás esa dualidad del ser, igualmente naturaleza, pero humana, agitado por las luces y las sombras que constituyen su interioridad. Por eso Felipe Ortega transita del blanco y negro al color, sin solución de continuidad, atravesado como se halla por esa mirada perpleja que, dejada de la mano de dios, va alcanzando la plétora de cierta visión atemporal.
Sus flores, orgánicas, vegetales, minerales, en ocasiones antropomórficas (deténganse en la que se ofrece a modo de máscara), delatan un paisaje al que pertenecen de forma extraña. “Se puede dibujar algo que nunca se ha visto”, dice el propio artista en una de sus piezas poemas, para rematarlo en el libro que acompaña a la exposición: “Me siento como un retratista de la policía, sin saber a quién o a qué debemos apresar”.
Esa perplejidad del artista, que anima al espectador a seguir sus pasos dubitativos por esa naturaleza inquietante, atraviesa el conjunto expositivo. Porque, sin duda, no es él quien dibuja, tal y como recoge el título de la muestra, sino alguien que, poseído (“las obras le salen en estado de trance”, subraya Urdampilleta) por el acto furibundo de la creación, se limita a dejar constancia de su propio extrañamiento ante lo que ve. Mirada, por tanto, excesiva, que raya con esa percepción del místico cuya visión exige, para ser comprendida, adentrarse en los confines del lenguaje.
“Es toda nuestra especie quien lo hace”, explica Ortega Regalado como continuación de la obra precisamente titulada ‘No soy yo quien dibuja’, “mucho antes incluso de saber que lo hacíamos. Incluso mucho antes de sabernos”, remacha. Es un tiempo otro, al cotidiano y físico de los relojes y las horas, el que evoca el artista en sus dibujos. De ahí que las flores, sobrecogidas por ese tiempo inmemorial, se presenten ante nuestros ojos de forma insólita, sorprendente y extraordinaria, en este último caso, literalmente: más allá de lo ordinario, lo común, lo reconocido con facilidad acomodaticia.
El paisaje floral de Felipe Ortega es puro espectáculo, si al concepto le quitamos esa pátina de frivolidad que lo reduce al más superficial impacto visual, para detenernos en su carrusel de imprevistas y más hondas sensaciones. Lo dice el propio artista en ‘Qué se yo sobre lo que dibujo o amo’, “si cuando lo hago me limito a observar desde el sentir y el sentir, entonces, se vuelve el único espectáculo”. Un sentir, por tanto, ligado de nuevo a esa luz que aparece vinculada al corazón que ardía.
Las 100 obras que Gabinete de Dibujos acoge hasta el 26 de marzo, dispuestas en hileras a la altura de la vista para entrar en ellas directamente, cara a cara, aluden a la naturaleza cuando ésta pierde su faz más reconocible, para mostrarnos su lado misterioso, inquietante, desconocido. “Somos lo que queda dentro de la máscara cuando nos la retiramos”, dice el artista, con relación a la pieza que, precisamente, evoca ese antifaz protector de una intimidad alejada de los focos del espectáculo.
Por eso Ortega Regalado apela al “coraje de permanecer atento a esta flor”, porque sabe que su tiempo nada sabe de la productividad asociada al carácter mercantil, sino a ese otro tiempo evocado por Thoreau, que no era más que la corriente en la que estaba pescando; en este caso, la corriente del artista dejándose llevar por el flujo de sus dibujos, “durante el tiempo suficiente para trascender la basura conceptual, que llega en aluvión arrastrando toda la riqueza de su presente, que es el tuyo igualmente”, resalta quien ha convertido la naturaleza en paisaje floral de un corazón ardiente.
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