Cine sin fin 

La programación del festival resulta tan voluminosa que el público apenas dispone del tiempo suficiente para atender otras cuestiones ajenas al visionado. El espectador agradecería al menos una hora de descanso entre la mañana y la tarde para reponerse ante el aluvión de imágenes, música, voces, gritos, risas, sustos y lágrimas –estas últimas a veces no buscadas por el argumento− acaecidas dentro y fuera de la pantalla, más aún si, como sucedió este año, tres proyecciones sufrieron problemas que retrasaron los pases siguientes. Sin embargo, el auditorio perdonó estos contratiempos, los cuales sólo desmerecieron el festival en pequeño grado, siendo otros inconvenientes relacionados con la prensa y la organización los que afearon el evento. Pese a ello, Sitges continúa a la cabeza de los festivales españoles por ofrecer un vigoroso plantel de obras capaces de agradar todo tipo de retinas, comenzando por Grand Piano (Eugenio Mira), película que inauguró el festival, y concluyendo con The Sacrament (Ti West) en la gala de clausura.

The World’s End de Edgar Wright resultó una de las películas que más risas y aplausos espontáneos generó en la sala. El director de la divertidísima Shaun of the Dead (2004) y Hot Fuzz (2007) volvió a escribir un desternillante guión junto a Simon Pegg completando así la llamada trilogía del Cornetto. En los noventa, cinco amigos deciden celebrar el último día de instituto recorriendo la milla dorada: los doce pubs de su pueblo natal. Sin embargo, el exceso de cerveza jamás les permitirá concluir su travesía, por lo que, quien fuera su líder, decide reunirlos veinte años después para terminar aquello que empezaron. La colisión entre la inmadurez del personaje principal y el escepticismo del resto produce multitud de conversaciones y situaciones hilarantes, pero en absoluto banales o estúpidas. The World’s End vuelve a citar el cine anterior ofreciendo una visión fresca y renovada además de ensalzar el derecho a equivocarse, la amistad y las pintas de cerveza.

Fotograma de "The World's End" de
Fotograma de The World’s End de Edgar Wright

The Call, en cambio, despertó risas no programadas. La película de Brad Anderson −conocido por El Maquinista (2004)− resulta un excelente thriller al uso, pero excesivamente ingenuo para un público de festival demasiado experimentando. Aún así, The call posee una impoluta puesta en escena en donde diversos caminos se entrecruzan: carreteras, escaleras mecánicas, líneas telefónicas y vidas. Halle Berry interpreta a una policía que atiende el teléfono de emergencias, sin embargo, su vida da un vuelco con el secuestro y asesinato de una adolescente. Cuando una situación similar vuelve a repetirse, hará todo lo que esté en su mano para evitar un fatal desenlace. The call mantiene la tensión y el dinamismo hasta prácticamente el final, pero los tópicos del género y el patriotismo barato restan mérito a una película de cierto toque feminista en donde el psicópata de turno podría engrosar la larga lista de perversos coleccionistas de mujeres.

El remake de Patrick (Richard Franklin, 1978) por parte de Mark Hartley supuso una pequeña decepción para los asistentes. Kathy es una enfermera que acepta un nuevo trabajo en un recóndito hospital tras una relación amorosa algo traumática –imposible no pensar en la muy superior Frágiles (Jaume Balagueró, 2005)−. Sin embargo, la rutina de su nuevo empleo será interrumpida por el secreto que esconde Patrick, un paciente comatoso sólo en apariencia. Lo que se preveía como una cinta de terror clásico acabó convertida en una infinidad de sustos musicales y fotografías de Instagram.

Fotograma de la película "Patrick"
Fotograma de la película  Patrick de Mark Hartley

Para aquellos nostálgicos del cine artesanal, The Demon’s Rook resulta una cinta ejemplar. James Sizemore escribe, dirige, produce e interpreta esta película sobre fuerzas telúricas y mesías encargados de restituir el orden tras la llegada del caos. De regusto setentero y claro hippismo, la obra de Sizemore rezuma una entrañable cutredad que, curiosamente, la salva de algunas inconexiones del guión.

Los directores de Amer (2009), Hélène Cattet y Bruno Forzani, presentaron su largometraje L’etrange couleur des larmes de ton corps, un inusual neogiallo de poderosa belleza visual y sonora únicamente mermada por la extensión de un relato ya de por sí tortuoso. El argumento relata la desaparición de una mujer y la búsqueda desesperada por parte de su marido, quien se verá enredado en una trama tan sinuosa como los latiguillos que pueblan los cabellos de las mujeres modernistas y la arquitectura Art Nouveau. Su mayor virtud radica en abstraer e hipnotizar al espectador con un dilatado onirismo en donde Héctor Guimard, Víctor Horta y Alphonse Mucha inspiran la escenografía.

Hooked Up, anunciada como la primera película rodada íntegramente con un Iphone 5, se mostró como la producción estrella –para algunos estrellada− del Phonetastic Sitges Mobile Film Festival. Su postizamente inadaptado director, Pablo Larcuen, presentó este nuevo found footage sobre el hipotético divertido viaje a Barcelona de dos amigos estadounidenses. Sin embargo, lo que en un principio se preveía como unas vacaciones llenas de sexo y alcohol acabará en una sangrienta orgía que, aunque al comienzo funciona en pantalla, no se hilvana convenientemente en la parte final. Pese a ello, la cinta posee algunas buenas ideas, en especial las cómicas, que llevan a preguntarse por qué su director no continuó por esa senda aprovechando las posibilidades del actor Jonah Ehrenreich.

Con respecto a la sección Seven Chances, cabe destacar su veinteavo aniversario. En ella, las películas proyectadas son elegidas por la crítica, no resultando imprescindible su adscripción al género fantástico. Much Ado about Nothing de Josh Whedon fue una las seleccionadas, obteniendo como The World’s End (Edgar Wright) y Cheap Thrills (E. L. Katz) carcajadas y aplausos en abundancia. El director de Los vengadores (The Avengers, 2009) filmó en menos de un mes esta nueva adaptación del texto de Shakespeare rodeado de amigos en su residencia californiana. El resultado fue este pequeño dulce totalmente alejado de la obra de Kenneth Branagh por su traslado al blanco y negro y la época contemporánea. Daiquiris, margaritas y otros deliciosos cócteles se mezclan con el jazz y los trajes italianos de unos protagonistas casi extraídos del clásico screwball y de un Faces (John Cassavetes, 1968) mudado en comedia. Whedon ofrece una masterclass sobre cómo realizar una película solvente con escasos medios, recordándonos que Shakespeare aún puede hacernos reír, y lo que es más, ser altamente cool.

Víctor García presentó Gallows Hill, relato bastante repetido en la historia del cine sobre un ser maligno que se traslada de cuerpo a cuerpo buscando el más fuerte –recuerden La llave del mal (The Skeleton Key, Iain Softley, 2005) como una de las más recientes−. La abundancia de personajes en una película de ochenta y seis minutos impide un desarrollo más amplio de los caracteres y su drama personal, resultando una narración algo manida y repleta −como la ya comentada Patrick (Mark Hartley, 2013)− de sobresaltos musicales. Sin embargo, su bilingüismo, la correcta fotografía y un final bastante redondo, consiguen redimir la flojedad de todo lo anterior.

Cheap Thrills, ópera prima de E. L. Katz con guión de Trent Haaga y David Chirchirillo, se ofrece como una original comedia negra en donde subyace un drama tristemente contemporáneo. Las virtudes del guión estriban en tratar la áspera realidad con un humor ácido capaz de corroer hasta la médula. Craig es un tipo corriente. Alguna vez quiso ser escritor pero ahora trabaja como mecánico. Ama a su mujer y a su bebé de pocos meses. Apenas puede pagar la hipoteca y va a ser desahuciado próximamente si no abona la cantidad estipulada. Una tarde, parece haber llegado el fin cuando le despiden del taller, sin embargo, unas copas en un bar le acarrearán unas consecuencias mayores a la simple resaca. El épico último plano de la película arrebató innumerables aplausos y elogios, demostrando, una vez más, la deferencia del público de Sitges hacia las historias sencillas pero bien hilvanadas, con garra, sangre y mucho humor negro. 

Fotograma de "Cheap Thrills" de
Fotograma de Cheap Thrills de E.L Katz

No sólo de cine vive el hombre

El festival de Sitges ofrece otras alternativas que si bien se relacionan con el cine, no incluyen sentarse frente a una pantalla. Existen actividades paralelas. No sólo pudieron verse algunos carteles de las películas de Jesús Franco en el auditorio, sino también todos aquellos affiches que anunciaron cada una de las ediciones del festival. Asimismo, el mitómano podía escudriñar el piano de la película de Eugenio Mira para posteriormente visitar una pequeña instalación que conmemoraba el 75 aniversario de la emisión radiofónica de La guerra de los mundos (H. G. Wells, 1898) por Orson Welles. Igualmente, las presentaciones de libros son actividades frecuentes del festival, un ejemplo lo ofreció Rubén Higueras Flores con Lucio Fulci, epifanías del horror publicado por Scifiworld; otro, la prosa de Julio Ángel Olivares Merino en Sonambulia, texto publicado por Bandaàparte Editores.

Nueva época dorada para las series

Puesto que los seriales han retornado a la palestra con un claro protagonismo, Sitges dedicó un espacio para ellas en la sala Tramuntana del hotel Melià. Se ofrecieron capítulos piloto de nuevas temporadas y material adicional de Juego de tronos, The Walking DeadHemlock GroveLos asesinatos de Fjällbacka, Bates MotelHannibal Sleepy Hollow.

En definitiva, el Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Catalunya regresó con fuerza un año más pese a los problemas pecuniarios. A la espera de una nueva etapa de bonanza económica, tal vez debiéramos recrearnos en lo fantástico y dejarnos seducir por una imaginación ilimitada e insondable exenta de cualquier amago de amputación, cercenadura o recorte; en el deleite de lo ficticio por oposición a una rancia realidad que ahoga.

NOTA: Lee la primera parte de este artículo pinchando aquí:
Sitges 2013: Semillas de maldad (I)

Teresa Cabello