Ibán Ramón
Pièce de résistance/The landscape in his mind
Pièce de résistance /El paisaje en su mente

Set Espai d’Art en Arte Santander 2013

Ibán Ramón. Bounded Land #25. Imagen por cortesía de Set Espai d'Art
Ibán Ramón. Bounded Land #25. Imagen por cortesía de Set Espai d’Art

De la nada apareció la luz, se dice, y de ahí la imagen. Antes quizás nada o nadie para verla. En nuestra mente la imagen surge de las tinieblas, una mañana cualquiera, como en aquellos primeros calotipos de mediados del siglo XIX en los que la naturaleza se desdibuja, obnubilada, en precarias pruebas técnicas con las que se ensayaba el retrato del paisaje: las hojas se mueven llevadas por la brisa, los contornos se difuminan porque la luz ha penetrado demasiado la emulsión, todo es un tanto borroso porque no se controló el tiempo de exposición o porque se utilizó agua del río o nieve derretida para el proceso de revelado…

Tomo estas notas mientras viajo en automóvil a un punto remoto del interior y caigo en la cuenta —después de mi primer sueño de cómodo pasajero— de que todos hemos jugado de pequeños a hacer fotos a través de la ventanilla del coche familiar, del tren que nos llevaba lejos, del avión en el que nos escapábamos. Sí, también nos hemos quedado quietos ante un detalle del mundo y hemos cerrado los ojos como tomando una fotografía cuya imagen se guardara dentro de nosotros para revelarse a su antojo en la memoria de los días[1].

Me llevan por la carretera, devoramos kilómetros y pienso en estas cosas mientras recuerdo las palabras con las que el escultor Tony Smith trataba de explicar, a mediados de los años sesenta, cómo la conducción por la autopista inacabada de New Jersey, de noche, junto a tres de sus alumnos de la Cooper Union, fue algo revelador: «La carretera y gran parte del paisaje eran artificiales, pero no se podían considerar como obra de arte. Sin embargo, sentí algo que jamás había sentido con el arte. Primero no sabía de qué se trataba, pero produjo el efecto de liberarme de muchos de los puntos de vista que yo tenía acerca del arte. Parecía como si hubiese allí una realidad que nunca había tenido una expresión artística. […] La experiencia en la carretera fue algo planeado, pero no reconocido socialmente. Pensé que sería el fin del arte. Muchos cuadros parecen muy pictóricos después de esto. No hay posibilidad de que lo enmarques, sólo tienes que experimentarlo.»[2]

Pensaba en estas declaraciones que por fin podría citar en un texto y en lo difícil que resulta enmarcar una experiencia. Pensaba en esto y en la sensación como de estar siempre encuadrando y tomando fotos de lo que nos rodea a través de la ventanilla… ¿Podría ser —me pregunté— que Tony Smith no reparara mientras sujetaba el volante en que el parabrisas y las ventanillas del coche ya le estaban enmarcando suficientemente la experiencia? Bueno, sin duda para él la cuestión estaba en el recorrido atravesando la noche, en el sonido de los neumáticos rodando sobre el asfalto nuevo, en la progresión del viaje.

Lo que diferencia aquella experiencia de Tony Smith con los posteriores paseos de Hamish Fulton son el coche y la fotografía. Creo que nadie ha visto nunca discutir realmente a dos amigos como Richard Long y Hamish Fulton. El primero modifica los elementos del paisaje, los transporta y reordena, el segundo sólo lo transita, lo contempla; ambos toman fotos de su estar en la naturaleza, sólo el primero de las huellas que deja. Hamish Fulton reivindica el paseo como forma de arte por derecho propio: cuando no se anda no hay obra, vino a decir Fulton. Y mientras camina, completando la experiencia, o para fijarla mejor, enmarcándola, toma fotografías[3].

Lo primero que llama la atención en las fotografías de Ibán Ramón es esa niebla que parece que está en todos los lugares, una niebla que matiza la luz y las sombras de los objetos como un filtro difusor, para nada mortecina. Anoté en el cuaderno: una niebla como de todos los días. Sí, me extrañó la claridad de las cosas en la niebla de todos los días, su apariencia para nada fantasmagórica. Luego supe que las imágenes están tomadas siempre a una determinada hora del día —mejor no saber cuál, no lo preguntaré— lo que le da al conjunto una unidad doble: niebla y calidad de la luz. Y aun esa neblina que hace de fondo y nos oculta el cielo, estas fotos son tan elocuentes como la pintura holandesa: definidas al detalle, su foco, no cuentan una historia (como la pintura italiana) sino que la historia que debería haber en la imagen se recrea en nosotros, somos nosotros quienes la contamos. Detrás de la cámara siempre hay alguien, delante de la foto también: hemos estado allí.

Y ahí hay carreteras cortadas, vallas publicitarias en desuso, caminos con rodadas, estructuras metálicas industriales, cercados de campos, postes, canastas… rastros todos de la acción del ser humano sobre un paisaje que resiste y que, en ocasiones, lucha por reconquistar su espacio natural en los márgenes de lo urbanizado.

El sábado 30 de septiembre de 1967, Robert Smithson viajó hasta Passaic (también en New Jersey) con el objeto de realizar un recorrido por su localidad natal en el que señalará sobre el plano una serie de puntos del paisaje industrial, marcas que esgrime como monumentos modernos —con su Instamatic 400 fotografía un puente de hierro, una tubería, unos cañones de desagüe al río, una caja de arena en un parque— que son metáforas de una sociedad urbana e industrial, degradada y entrópica, claves de lo que denominará “paisajes de perfil bajo”[4]. Pero la imagen que quisiera subrayar —anoto de memoria desde el asiento de atrás— es la de Smithson sintiendo cómo al fotografiar el primer enclave monumental, el puente, se ve él mismo dentro de una fotografía por la fuerza del sol de mediodía que actúa como un proyector de cine, dentro de la película del puente y el río que el sol proyecta a través del visor de su Instamatic 400 sobre su ojo.

Quizás es a esta sensación a la que queríamos llegar: a la transferencia entre unos paisajes determinados y nuestra mirada de espectadores, a través del posible encuadre de la experiencia primera en las fotos de Ibán Ramón, a través del visor de su cámara. El fotógrafo enmarca la experiencia de un lugar, al menos una parte de la experiencia que es la que nos transmiten las formas, la luz en la fotografía, mientras ésta detiene el instante, lo define para nosotros. Y quedamos ante esos paisajes de rastros, con restos clarividentes de niebla y frío, paisajes alterados que resisten a nuestras acciones de manera natural. ¿Resistiremos nosotros?

Pero ya llegamos al interior, más al Norte. Pronto dejaré mi cómodo asiento no sin antes hacer una foto a través de la ventanilla de esa señal oxidada que convertiré así en monumento, y al menos otra foto de la montaña que vamos a ascender por senderos retorcidos haciendo del desplazamiento si acaso un arte.
Ricardo Forriols


[1] «¿Qué hacía las veces de la fotografía antes de la invención de la cámara fotográfica? La respuesta que uno espera es: el grabado, el dibujo, la pintura. Pero la respuesta más reveladora sería: la memoria. Lo que hacen las fotografías allí fuera en el espacio exterior a nosotros, se realizaba anteriormente en la interioridad del pensamiento.» John Berger, Mirar. Barcelona: Gustavo Gili, 1980, p. 56.

[2] Samuel Wagstaff, “Talking with Tony Smith”, Artforum, New York, December 1966, p. 14-19.

[3] Carl Seelig también tomaba fotografías durante sus largos paseos con Robert Walser, pero su objetivo fue siempre el escritor que había dejado de escribir y se hallaba internado por voluntad en el sanatorio de Herisau… Ver Robert Walser, El paseo. Madrid: Siruela, 2001; y Carl Seelig, Paseos con Robert Walser. Madrid: Siruela, 2000.

[4] «El monumento era un puente que cruzaba el Río Passaic, conectando el condado del mismo nombre con el de Bergen. El sol de mediodía le daba un toque cinematográfico al lugar: el Puente y el río parecían una imagen sobreexpuesta. Capturarlos con mi Instamatic 400 fue como fotografiar una fotografía. El sol se convirtió en un monstruoso reflector que proyectaba una serie dispersa de ‘fotogramas’ desde mi Instamatic hasta mi ojo. Caminar por el Puente fue como entrar a una enorme fotografía hecha de Madera y de acero; por debajo, el río existía como una gigantesca película que lo único que mostraba era un vacío continuo.» Robert Smithson, “The Monuments of Passaic. Has Passaic replaced Rome as Eternal City”, Artforum, New York, December 1967, p. 48-51. En castellano en el catálogo Robert Smithson. Valencia: IVAM Centre Julio González, 1993, p. 74-77.

Ibán Ramón. Altered Land #12. Imagen por cortesía de Set Espai d'Art
Ibán Ramón. Altered Land #12. Imagen por cortesía de Set Espai d’Art