La Biblia continúa siendo una fuente inagotable para la industria cinematográfica. Prueba de ello es Noé (Noah, 2014) la última cinta de Darren Aronofsky (1969), inspirada en la novela gráfica Noé: Pour la cruauté des hommes (2011) en la cual colaboró como guionista. Queda patente a lo largo de la filmografía del director una cierta predilección por narrar historias de dramas personales que inciden en temas capitales como la vida y la muerte, el bien y el mal o el destino. Réquiem por un sueño (2000), La fuente de la vida (2006), El luchador (2008), y la más reciente, Cisne negro (2010) versan en mayor o menor medida sobre ello. Son relatos vertebrados en torno al sufrimiento haciendo de este aspecto universal de la condición humana su gran baza a la hora de conectar con el espectador.

Noé (Russell Crowe) y Tubal (Ray Winstone) dos caras de una misma moneda.
Noé (Russell Crowe) y Tubal (Ray Winstone) dos caras de una misma moneda.

Noah es la historia de la lucha del hombre contra su destino y contra sí mismo. En esta epopeya, Noé (Russell Crowe), encarna al buen salvaje viviendo en comunión con la Creación junto a su mujer Naameh (Jennifer Connelly) y sus hijos Sem, Cam y el pequeño Jafet. A través de un pasaje onírico, el fin del Hombre, se le es revelado a Noé en forma de diluvio. En su periplo en busca de respuestas Noé y su familia rescatan a la pequeña Ila (Emma Watson) − futura mujer de Sem − y conocen a los Vigilantes; ángeles caídos atrapados en roca, castigados cual Prometeo al proporcionar a los hombres conocimiento sobre la Creación. Los Vigilantes, una clara alusión a la tradición judaica del golem, o la presencia de Matusalén (Anthony Hopkins), serán algunos deus ex machina de los que Aronofsky se valga para suplir lagunas del relato bíblico. En contraposición a Noé se encuentra la figura de Tubal (Ray Winstone). Éste abomina del Creador y su obra al haberle dado la espalda al hombre, destruyendo todo a su paso impelido por la propia inercia de garantizar la supervivencia de su pueblo y la sociedad industrial fagocitaria que rige.

Aronofsky representa la pugna entre el ser humano y su dualidad mediante el descenso al abismo que experimenta un Russell Crowe que no se veía desde Gladiator (Ridley Scott, 2000), interpretando a un Noé atormentado por la culpa fruto de su abnegación para con los designios del Creador. El personaje de Noé aparece naturalizado alejándose del estereotipo de personaje bíblico de integridad y moral absolutas siendo un espejo en que se reflejan las flaquezas del ser humano. El amor, el deber y la esperanza son otros grandes temas presentes en el film que dotan al mismo de buenas interpretaciones que, sin embargo, quedan empañadas por el irregular ritmo de la cinta.

Noah se trata de una visión personal del relato bíblico, no pretende ser fiel al mismo sino que sirve de escenario para la tragedia humana. Existe una crítica a la sociedad actual que se deja entrever en las diferencias entre la forma de vida de Noé y de Tubal, mientras que uno ejemplifica una forma de vida sostenible, Tubal, representa una sociedad despiadada con el entorno y consigo misma, en donde el hombre es un lobo para el hombre. En conclusión Noah es un alegato a favor de la redención del ser humano que a pesar de sus taras merece ser salvado por sus virtudes.

Diego Tur

Noé junto a su familia atravesando el yermo.
Noé junto a su familia atravesando el yermo.