MAKMA ISSUE #01
Opinión | Marc Borràs (jefe de investigación y gestión cultural del MuVIM)
MAKMA, Revista de Artes Visuales y Cultura Contemporánea, 2018

El MuVIM es un museo que se avanzó a su tiempo. Una declaración tan pomposa puede resultar presuntuosa, sin duda, pero en este caso es rigurosamente cierta. Porque el Museu Valencià de la Il·lustració i de la Modernitat se definió, desde su inauguración en 2001, como un museo de ideas (consagrado, por tanto, a preservar, proteger y transmitir un bien intangible) y, sin embargo, no fue hasta 2007 —seis años después— que el ICOM modificó su definición de museo para amparar bajo ese concepto a aquellas instituciones que se ocupaban exclusivamente de conservar patrimonio inmaterial.

Es evidente que la particular naturaleza incorpórea del objeto museográfico del MuVIM le obligaba a modificar las estrategias discursivas empleadas hasta entonces en los museos cuyo cometido era almacenar, catalogar y exponer objetos materiales: un retrato, un resto arqueológico, una herramienta de labranza tradicional. Eso explica que la exposición permanente del MuVIM prescinda de objetos y textos explicativos y se vehicule a través de la palabra y las nuevas tecnologías de comunicación.

Página inicial del artículo publicado en MAKMA ISSUE #01.

Contra la univocidad del objeto museográfico

Los museos son entidades expertas en tratar con objetos. Pero no sólo eso. En el museo tradicional la relación entre el museo y el objeto es tan estrecha que la naturaleza del segundo determina el carácter del primero. Parece obligado pensar que un retrato al óleo solo puede ser expuesto en un museo de arte, el resto arqueológico en un museo de Prehistoria o la herramienta tradicional de labranza en un museo etnológico. Porque según parece, cada objeto solo puede ser interpretado de una —y solo una— manera.

A finales del siglo XIX, el matemático y filósofo alemán Gottlob Frege —fundador de la moderna filosofía del lenguaje— estableció una diferencia entre referencia (bedeutung) y sentido (sinn) que puede resultarnos especialmente útil ahora. Un mismo referente — Cervantes, por ejemplo— puede ser aludido a través de diferentes expresiones o descripciones definidas —“el manco de Lepanto”, “el autor de El Quijote”— que, a pesar de tener un mismo significado, tienen distinto sentido, porque nos aportan distinta información: puede ser que yo supiera que Cervantes escribió ‘El Quijote’, pero desconociera que quedó manco como desafortunada consecuencia de una batalla.

Esa —sutil— distinción fregeana permite combatir la tradicional univocidad del objeto museográfico, porque un mismo objeto —o referente— puede servirnos para distintos propósitos expositivos, es decir, que puede ser interpretado de distintas maneras que aportan también distinta información sobre él: nada impide que una obra de arte pueda ser utilizada para reflejar una idea o representar una época, ni que podamos valorar un resto arqueológico o cualquier objeto etnográfico tan solo por sus cualidades estéticas. El MuVIM apuesta, precisamente, por romper esa disciplina del sentido único proponiendo, en cambio, una lectura transversal: los objetos que aparecen en sus exposiciones no sólo se exhiben por sus (supuestas) características intrínsecas, sino porque sirven como acicate y excusa para reflexionar sobre un tema de más amplio calado intelectual o interés sociológico. Distintos retratos regios permiten explicitar cómo ha cambiado la imagen del poder. Fotografías de personajes mediáticos ilustran hasta qué punto se ha modificado el ideal de belleza.

Portada de MAKMA ISSUE #01, a partir de una de las obras del proyecto ‘Caminos del deseo’, del artista y miembro de MAKMA Ismael Teira.

La herida siempre abierta de la modernidad

Sin embargo, alguien podría pensar que hablamos de preservar ideas muertas, que han perdido la utilidad que un día tuvieron —como el bifaz de sílex o el molino manual de piedra— y que, precisamente por eso, se conservan en un museo: como residuos históricos que ya no tienen función social. Nada más lejos de la realidad. La Ilustración fue, en efecto, un movimiento intelectual que quiso reorganizar la (vida en) sociedad a partir de premisas racionales con un claro propósito emancipador: el de liberar al individuo de las numerosas trabas que impedían su pleno desarrollo. La liberación es —como dice Alain Finkielkraut— el gesto moderno por excelencia: libertad de conciencia y de pensamiento, libertad de expresión, libertad de reunión e incluso libertad para elegir quién y cómo nos gobierna.

La Ilustración propició una auténtica revolución de la mente que sentó las bases intelectuales y políticas de nuestro mundo, es cierto. Pero no fue la única partera de la modernidad: la industrialización, la expansión —también colonial— del capitalismo y, en general, la progresiva implantación de una racionalidad eminentemente instrumental han desembocado en una situación paradójica. Por una parte, la veta ilustrada ha permitido que el individuo atesore ahora una serie de derechos y libertades políticas inalienables. Pero, por otro lado, la racionalidad tecnocientífica ha reducido a ese mismo individuo a la impotencia: puede ejercer democráticamente sus derechos políticos pero difícilmente podrá cambiar el statu quo económico, por ejemplo, dado que la economía se presenta como una ciencia contra cuyas leyes poco o nada se puede hacer.

Esa ambivalente situación estructural genera conflictos, tensiones y disfunciones que se expresan social y, sobre todo, culturalmente. Y son precisamente esas manifestaciones culturales —en sus múltiples variantes expresivas (pensamiento, palabra, acción, perfomance, artes plásticas, audiovisuales, etc.)— la materia prima con la que trabaja un museo como el MuVIM, dado que son exteriorizaciones de ese permanente hiato entre promesa de plenitud e impotencia efectiva que caracteriza la vida del individuo moderno. En el siglo XVIII tanto como en el XXI.

Eso quiere decir que aquel ideal emancipador sigue vigente y no deja de desplegar nuevas estrategias discursivas ni de actualizar aquel caudal de ideas primigenio, con la esperanza de cerrar definitivamente la herida siempre abierta de la modernidad, aspirando, así, a completar la tarea inacabada de la Ilustración. Una Ilustración que no es tanto un corpus doctrinal como una actitud siempre crítica hacia el presente que nos ha tocado vivir, como dijo en su día Foucault. Y por todo eso —tanto por la particular naturaleza como por la permanente actualidad del objeto que custodia— el MuVIM es un museo diferente que no quiere dejar indiferente a nadie.

Imagen del hall del MuVIM. Fotografía de Jesús Granada cortesía del museo.

Marc Borràs