‘De Viajes (2008-2018)’, de Calo Carratalá
Comisaria: Marisa Giménez Soler
Castell d’Alaquàs
Sala La nova
Pare Guillem 2, Alaquàs (València)
Hasta el 17 de noviembre de 2018

Llegar hasta el Castillo de Alaquàs, subir las escaleras, y adentrarse en sus salas nobles va a suponer, durante el tiempo que se prolongue la exposición ‘De Viajes (2008-2018)’, de Calo Carratalá un ejercicio para los sentidos; un recorrido en el que la contemplación, alentada por el ritmo que marcan sensibilidad y emoción, avanzará por senderos de introspección y búsqueda.

Paisajes traídos de lejos y de no tan lejos, pinturas sobre las que la mirada se fija y permanece, se eleva, busca escondite, refugio, o halla al fin paraísos íntimos perdidos en el tiempo y la memoria. Visitar esta muestra supone una oportunidad para poder acercarse a la obra realizada en los diez últimos años por este artista coherente, inconformista y perseverante, de oficio demostrado y talento infinito; un viaje que nos llevará a atravesar sus selvas inhóspitas, frondosas, las vegetaciones misteriosas reflejadas en sus ríos; nos hará sentir el silencio que transmiten imponentes montañas, el frío y la soledad que irradia su nieve blanquísima, pisar sus tierras y cubrirnos con sus cielos.

Es también un buen momento para hacer un repaso a su trayectoria, charlar con él sobre su vida; sus inicios en el ámbito artístico, los viajes, sus referentes en la pintura, la manera de enfocar su trabajo, sus preocupaciones presentes y futuras; en definitiva, conocerle un poco más para poder, así, entender y valorar mejor su obra.

¿Cómo fueron tus inicios en el mundo del arte?

Empiezo a pintar en el taller del escultor Vicente Pallardó, al que todos por entonces llamábamos “el mestre”. En esa época en Torrent, después del colegio, o bien ibas al gimnasio Herca, a música… o al estudio de don Vicente. Como me gustaba pintar, siempre estaba con libretas, con lápices… me apuntó mi madre a las clases del mestre y es allí donde comienzo, copiando láminas, que es lo que hacíamos como iniciación, para después, paulatinamente, ir aprendiendo otras disciplinas como escultura o pintura. Continué yendo hasta que me matriculé en la Facultad de Bellas Artes, bastantes años después.

¿Cómo viviste tu paso por la Facultad de Bellas Artes?

La Facultad de San Carlos a principios de los 80 era muy divertida. Me lo pasé muy bien esos años, éramos jóvenes, había compañeros de distintas partes de España, teníamos ganas de compartir experiencias; fue muy enriquecedor. Valencia dejaba de ser una capital de provincias, empezaba a ser algo mucho más vivo y por aquella época, culturalmente hablando, pasaron muchas cosas. En la facultad, además, se trabajaba muchísimo y yo era de los que llegaban a las ocho de la mañana y estaba hasta el final, todo el día. A mí me gustaba ir a clase, sobre todo a las clases prácticas, que como pintor eran las que más me interesaban.

Son mediados de los 80 cuando acabas la carrera. ¿Cómo recuerdas el ambiente artístico en la Valencia de esa época?

Yo acabo en el 86 y en esa época había pocas galerías de arte contemporáneo en Valencia; estaban Val i Trenta, Theo, Punto… Más tarde abrieron Temple, Ray Gun –en la que expuse–, La Nave, donde también trabajé, My Name´s Lolita Art… Tampoco estaba el IVAM, que abrió poco después, en 1989. Luego sí, poco a poco fueron inaugurando una galería tras otra hasta crear un circuito importante. Nosotros, recién licenciados, exponíamos más en bares; en el barrio de El Carmen había espacios alternativos como La Marxa, el Café Lisboa o Cavallers de Neu, que daban a la gente joven la oportunidad de mostrar su trabajo.

Imagen de algunas de las obras que forman parte de la exposición 'De Viajes (2008-2018)'. Fotografía: Salva Álvaro Nebot.
Imagen de algunas de las obras que forman parte de la exposición ‘De Viajes (2008-2018)’. Fotografía: Salva Álvaro Nebot.

¿Cómo era tu obra en aquellos años?

Mi primera exposición en una galería fue en Postpos, que también abrió sus puertas por entonces y consistió en una videoinstalación que hicimos Pamen Pereira y yo -éramos compañeros de promoción-, en colaboración con una empresa que se llamaba Drop Out. La titulamos “Ventanas”. Sí, en esos años hice videoinstalaciones, también me interesaba experimentar en el campo de la abstracción; era donde nos movíamos los que en esos años salíamos de la Facultad de Bellas Artes: el vídeo, la abstracción, el pop, un pop más o menos Crónica, un pop un poco más o menos americano, abstracción americana…, casi todos dábamos los mismos pasos. Luego, cada uno tomaba su derrotero personal y yo, poco a poco, me fui metiendo en el terreno de la figuración.

Entre otros, fuiste merecedor del Premio Bancaja, que durante años fue un certamen muy reconocido, el premio que todos los artistas jóvenes querían ganar porque situaba tu nombre en el mapa artístico del momento.

Sí, lo gano en 1998. Ese mismo año también gano el premio del Ateneo de Valencia, que se vuelve a convocar después de diez años. Son unos premios muy importantes en Valencia y a los que se presenta todo el mundo. Para que te hagas una idea: el año que gano el Primer Premio Bancaja concurrieron más de 500 obras, una verdadera locura; en aquella época era una de las pocas formas que había de conseguir vender obra. Con el dinero del premio me fui a Madrid, no con la intención de quedarme -a mí me gusta vivir en Valencia-, sino para ver exposiciones en galerías, museos y…pintar. Me alquilé un estudio y estuve allí viviendo seis meses.

Unos años después, también disfrutaste de la Beca de la Academia Española en Roma. ¿Qué recuerdos tienes de esa estancia?

La Beca de la Academia de España en Roma fue todo un lujo. Éramos becarios de distintas disciplinas, no solo de Bellas Artes; había escritores, músicos, arqueólogos, arquitectos, poetas…, sí, fue bonito compartir un curso con tantos y buenos becarios. Además tuve la suerte de tener como director a Felipe Garín, a quien le gustaba organizar muchas actividades para mantener viva la academia: conferencias y conciertos en el salón de actos, exposiciones… Siempre había importantes personalidades invitadas con las que charlábamos de forma distendida a la hora del desayuno o la comida. Felipe animaba a los becarios a salir a descubrir y vivir Roma e Italia como parte de nuestra formación.

¿Cuándo empiezas a interesarte por el tema del paisaje?

A principios de los 90 comienzo a pintar paisajes de Torrent, que es lo que tengo más próximo, de L´horta. Cada vez más me meto en el tema y empiezo a leer sobre ello. No me centro en los impresionistas, me interesa más la pintura de naturaleza del siglo XVII. En esa época voy mucho al Museo del Prado, hago apuntes sobre Goya y visito una gran exposición del romántico alemán del XIX, Caspar David Friedrich. Poco después viajo a ver la muestra ‘El siglo de oro del paisaje holandés’, y todos ellos empiezan a ser mis referentes en el mundo del paisaje: Van de Velde, Van Goyen, Van Ruysdael… -aún consulto el catálogo de esa exposición magnífica que se hizo en Barcelona-. También me interesan algunos paisajistas italianos, como Salvatore Rosa, del XVII, y la Escuela de Barbizon -precedente del impresionismo-, que me parece fundamental.

En muchos de tus paisajes no hay presencia humana; son las pequeñas construcciones, casas, cabañas…las que sugieren las proporciones, las medidas.

Frente al concepto neoclásico del siglo XVIII, en el que el paisaje gira alrededor del hombre, en el romanticismo la naturaleza cobra todo el protagonismo, todo el peso, la figura humana apenas aparece, son paisajes “cultos”, sublimes que se llaman. Es curioso cómo va cambiando la percepción del paisaje a lo largo de la historia. Cuando comienzas a estudiar, a leer sobre el tema, vas descubriendo las distintas corrientes, los diferentes enfoques que se dan desde la Edad Media, el Renacimiento….; el campo de brujas, su relación con lo misterioso, lo peligroso, hasta llegar al concepto actual que valora, ensalza, los paisajes vírgenes como espacios a proteger.

Ahora prevalece una mirada proteccionista respecto al paisaje que antes no se tenía.

Sí, antes no se tenía para nada. En el Romanticismo son paisajes a descubrir, en el siglo XXI son paisajes a proteger. Ha cambiado totalmente el concepto, la visión y la mirada que se tiene sobre el territorio, sobre la naturaleza.

Imagen de algunas de las obras de la serie 'Amazonas', que forman parte de la exposición 'De Viajes (2008-2018)'. Fotografía: Salva Álvaro Nebot.
Imagen de algunas de las obras de la serie ‘Amazonas’, que forman parte de la exposición ‘De Viajes (2008-2018)’. Fotografía: Salva Álvaro Nebot.

Eres un pintor viajero, al que le gusta desplazarse, conocer, pisar el terreno que vas a pintar…

A mí me gusta ir a los sitios, estar una temporada disfrutándolos para después recrearlos en el estudio. Durante mis estancias hago apuntes del natural, bocetos, fotografías y, depende de dónde esté, empleo óleos o acuarelas. El proceso de trabajo de los paisajes siempre parte de apuntes tomados del natural, suelo llevar un bloc de dibujo formato A4 y voy haciendo dibujos y acuarelas, anotaciones sobre los lugares, reseñas que me puedan interesar. Normalmente voy con la cámara y hago fotos de esos mismos espacios que he dibujado.

Lo que también me gusta es volver al mismo sitio donde he elaborado este trabajo previo en días distintos. A lo mejor cuatro o cinco días después, una semana. A veces realizo pequeños apuntes al óleo o acuarelas, pequeñas tablitas más que nada, porque son rápidas de ejecutar y te permiten tener al momento una primera sensación, bosquejo e idea de lo que luego será el cuadro. Es un método que a mí me resulta muy cómodo y muy útil. Ese viene a ser el sistema del trabajo de campo.

Y luego, con todo ese trabajo, ese material, comienzas en el estudio a pintar los cuadros.

Cuando viajo fuera de España mis estancias suelen durar en torno a un mes, que es un tiempo que te permite involucrarte dentro del paisaje, encontrar localizaciones, lidiar con cosas inesperadas que a lo mejor no habías planteado que te pudieran surgir. Más tarde, cuando regreso, todo el material de trabajo acumulado en el viaje lo almaceno en mi estudio y me olvido, no lo vuelvo a abrir hasta que transcurre medio año por lo menos, entonces lo recupero y empiezo a pintar.

¿Por qué te gusta esperar que el tiempo pase para comenzar a trabajar sobre el viaje?

Porque las sensaciones creo que hay que madurarlas, tienes que revivir el viaje de forma mental también. Durante ese tiempo aprovecho para revisar documentación, libros sobre el lugar o para buscar datos que me interesan en Internet. Después de mi estancia en Tanzania, por ejemplo, he acabado un libro que compré allí sobre la localidad de Bagamoyo, una pequeña ciudad cerca de Dar es Salam, que en su momento fue clave en el tráfico de esclavos; también he leído alguna cosa sobre las colonizaciones de África, sobre la zona y todo ese material lo voy reteniendo; al cabo de unos meses o un año, depende, empiezo una nueva serie. Me gusta que pase tiempo para revivir el viaje, para no quedarme solo con lo anecdótico. Creo que adquiere más peso la experiencia.

Has viajado a las montañas de Noruega, al Amazonas, al Cañón del Colorado….¿qué viaje te ha impactado más?

Me han gustado todos. El Amazonas, a donde he viajado en dos ocasiones, impresiona. La Amazonía es muy salvaje y más haciendo el tipo de viaje que hago yo, que voy solo, buscándome un poco la vida por ahí, con guías locales. Es un viaje fuerte en emociones. Este último viaje a Tanzania también ha sido peligroso de alguna forma; supone un cambio cultural muy fuerte, es el tercer mundo y es un gran impacto el que recibes, te tienes que acostumbrar a su gente, a su manera de hacer las cosas.

¿En esos viajes tan largos pasas mucho tiempo solo, pintando?

Tienen algo de viajes espirituales también. Me paso el día yo solo, pintando, paso mucho tiempo pensando en mis cosas, viajando, observando. Si no espirituales, que suena muy religioso, sí tienen algo de viaje introspectivo.

El crítico y comisario Martí Domínguez te llamó “el último paisajista”. ¿Te sientes identificado con esa definición?

Esa frase, más que de Martí Domínguez, es de Esteve Adam, el pintor de Algemesí, un buen amigo y un gran artista. Un día se ve que Martí le dijo que era el último paisajista y Esteve le respondió: “No, no, el último paisajista es Calo” (risas). Él también sigue saliendo al campo, a los alrededores de la Albufera, la zona que le gusta pintar. Yo soy un paisajista más viajero, que voy a otras partes del mundo; igual estoy en Tanzania que en Alarcón.

¿Eres un artista metódico?, ¿te gusta seguir siempre las mismas pautas, los mismos horarios de trabajo?

Yo soy un pintor diurno. La vida del pintor es muy aburrida. Yo me levanto por la mañana, voy a comprar el pan, preparo el desayuno para los de casa y me voy al estudio a trabajar y me paso allí todo el día. Es el horario que me gusta. Prefiero trabajar por el día, por la noche me resulta más pesado. Un día, un colega pintor me decía que había que pintar por la noche, me intentaba convencer de que por la noche… la inspiración… tal y tal y… “bueno, pues por la noche pintas tú y ya está”. Yo no te digo ni que sea peor ni mejor, sino que a mí me va bien pintar por el día.

Eres también un pintor muy ordenado, que rompe con el tópico de pintor caótico.

Me gusta tener las cosas ordenadas, no me gusta tener el estudio sucio. Al estar ahora en una nave muy amplia, te apetece tener más obra a la vista para que no quede desangelada, pero mi forma de funcionar es por la costumbre de haber estado durante años en un estudio pequeño, en un piso. La zona donde pintaba en Valencia medía 40 metros y, claro, todas las paredes se ocupaban con lo que estaba haciendo en ese momento, así que guardaba las series, los cuadros anteriores ordenados en el pequeño almacén que tenía. Eso es lo que sigo haciendo ahora, la metodología de trabajo me viene de esa época, porque si no hubiera sido un caos tenerlo todo mezclado. Entonces pintaba por series o por temas y así sigo, es una forma más productiva, porque los pinceles se manchan de colores, los lápices… todo va cogiendo el tono, hasta el estudio se va vistiendo del mismo color, del mismo tema.

A veces dejas la soledad del estudio para embarcarte en proyectos colectivos. ¿Qué te aporta trabajar con otros artistas?

La pintura, en mi caso, tiene su faceta creativa, que es la que llevo a cabo de forma individual en el estudio y luego está la cara más social, las colaboraciones con artistas, con amigos poetas ilustrando poesías, libros… También, desde hace cinco años, formo parte del colectivo Cazadoras Asociados, con el que hacemos exposiciones exprés, de escasa duración -incluso alguna ha durado tan solo unas horas-. En la primera edición de Abierto Valencia invité a una artista inglesa de Bristol, Helen Jones, que conocí en una feria para exponer juntos. Sí, participar en estas iniciativas me gusta, aprovecho para hacer cosas diferentes y tocar otros temas alejados del paisaje.

Imagen de algunas de las obras de la serie 'Amazonas', que forman parte de la exposición 'De Viajes (2008-2018)'. Fotografía: Salva Álvaro Nebot.
Imagen de algunas de las obras de la serie ‘Amazonas’, que forman parte de la exposición ‘De Viajes (2008-2018)’. Fotografía: Salva Álvaro Nebot.

Hoy, también en el ámbito artístico, vivimos en una era virtual en que ya todo el mundo se relaciona por Internet. ¿Consideras que el papel que juegan las galerías de arte sigue siendo importante?

Yo creo que es fundamental. Por supuesto que el mundo digital está creciendo y hoy hay muchas galerías en Internet. Yo trabajo con algunas, pero a mí me sigue pareciendo importantísimo su papel. Además, como artista no puedes hacerlo todo, no puedes ser pintor, diseñador, galerista, vendedor… y la galería realiza esa función de enlace entre el cliente y el productor de cuadros -esa sería la forma más prosaica de contarlo-. Sí, la función de galerista va mucho más allá de vender y comprar cuadros, es importante a la hora de organizar y realizar exposiciones, hacer el seguimiento de la obra, aconsejar y opinar; es mucho más que una simple intermediación, es una de las cuatro patas de la mesa. Tú puedes estar en el estudio trabajando, pero sabes que hay un galerista en otro espacio defendiendo tu obra, mostrándola y, bueno, luego se entabla una relación, tienes ahí un asesor, una persona con la que encaras proyectos, con la que colaboras en muchas cosas.

A lo largo de estos años tu obra ha estado presente en muchas ferias internacionales. ¿Crees que siguen siendo un escaparate importante?

Las ferias son una oportunidad de que vea tu trabajo un público nuevo y amplio. Es una forma de que más gente, entendidos en arte o no, se acerquen a tu obra. He participado en muchas, por ejemplo en ARCO o Art Madrid, que son las dos más importantes en España. Hace poco hemos estado en JUST Lisboa. La verdad es que a mí me han funcionado bien.

Eres de los pocos artistas en Valencia que vive exclusivamente de su pintura. ¿Es difícil, teniendo familia, vivir solo de tus cuadros en una ciudad en la que el coleccionismo es tan escaso?

En mi caso trabajamos los dos y ha habido momentos en los que a uno le ha ido mejor que al otro y viceversa, de esta forma ha sido más fácil. Si dependiéramos solo de un sueldo o de lo que yo pinto iríamos, como cualquier familia en esas circunstancias, más agobiados, y no hubiésemos podido hacer tantas cosas, nos tendríamos que haber planteado las cosas de forma distinta.

Hoy se habla mucho del artista comprometido. Parece que los creadores deben impregnar su trabajo de consignas sociales o políticas para ser más valorados. ¿Qué opinas tú de este tema?

A mí no me interesa desarrollar tanto esos aspectos ideológicos sobre las obras, dar una explicación excesiva de aquello que realizo. Yo creo que la pintura es un lenguaje y como lenguaje debe hablar. Tenerte que leer un manual para ver una obra o descubrir las pretensiones filosóficas y humanistas que persiguen ciertos artistas –que a veces parecen postularse como salvadores de la humanidad, queriendo dar lecciones de todo tipo- me deja bastante perplejo, pero, bueno, el que lo quiera hacer que lo haga. Para mí la pintura tiene que comunicar. ¿Y detrás de mi pintura? Detrás de mi pintura hay un bagaje tan importante como otros muchos, vivimos en una época muy definida, hacemos arte contemporáneo, compartimos muchas cosas. Tenemos una visión del mundo, una perspectiva de nuestro tiempo, vemos las cosas, no como se veían en el siglo XIII, ni como las van a ver en el XXIII, pero las contemplas con los ojos de la gente del siglo XXI y eso es lo que plasmas y eso es lo que pintas. Mi planteamiento dentro del mundo de la pintura es que mi obra llegue sin artificios al espectador, que produzca sensaciones, reflexiones…, más allá de eso no creo que tenga otra función. Las modas, los mensajes panfletarios, los discursos pasajeros me interesan muy poco.

Un artista comprometido también es el que vive dedicado a su trabajo, en tu caso con la pintura. En el momento en que inviertes todos tus esfuerzos en mejorar tu destreza y tu técnica ya demuestras un compromiso fuerte con el arte.

Bueno, es que a mí realmente me gusta que me llamen pintor. Yo es que no me considero artista, me considero pintor. Yo creo que los artistas son otros, los comprometidos, los que hacen panfletos sobre la naturaleza y cuelgan, como una vez vi en el IVAM, un olivo del techo boca abajo, que poco a poco se iba secando, y no pude evitar pensar: “La gracia que le has hecho al olivo…”. Bueno, esos son los artistas que hacen esas cosas y les gusta. Yo soy pintor, yo hablo de pintura, yo pinto cuadros.

¿Cómo afrontas esta exposición de Alaquás? ¿Qué series de obras has elegido?

La exposición comienza con la serie ‘Selvas’, que es un tema importante en mi obra y sobre el que llevo trabajando prácticamente diez años. En los últimos meses ando cerrando esta colección y empezando a abrir la de Tanzania. ‘Selvas’ comenzó su andadura expositiva en Alicante, con una serie de dibujos para la estación Metromercado. En la primera sala colgarán estos dibujos de Selvas de distintas épocas, cuadros negros, verdes, y luego pasamos en la otra sala a cuadros blancos de Noruega, del Pirineo… Tras estos irán algunos cuadros de Alarcón, de la serie de Castilla-La Mancha, y al final la serie más reciente, la de Tanzania. En una de las últimas instancias me gustaría incluir una especie de gabinete de dibujo, de estudio, de ideas… con cuadros de distintas épocas. Creo que es una parte esencial de mi método de trabajo; no solo parto de los bocetos, sino que hay un proceso creativo previo hasta llegar a los cuadros grandes que puede resultar interesante de conocer para el público que visite la exposición –pequeñas tablas, apuntes–. A mí estos cuadros no me gusta venderlos, me cuesta más deshacerme de ellos que de los que ya están acabados.

¿En qué momento te encuentras?

Creo que estoy en un momento creativo muy bueno, llevo muchos años y, como decía antes, pienso que a partir de ahora sí que me van a salir mucho mejor los cuadros, estoy disfrutando mucho, tengo ilusión, me levanto todos los días con ganas de ir al estudio a trabajar, los proyectos que he realizado con la galería, las ferias, las exposiciones en otros espacios, las colaboraciones… han funcionado muy bien, y prueba de ello es esta exposición en el Castillo de Alaquàs, organizada por su Ayuntamiento.

* Este es un extracto de la entrevista que forma parte del catálago ‘De Viajes (2008-2018)’

El artista Calo Carratalá posa a algunas de las obras que forman parte de la exposición 'De Viajes (2008-2018)'. Fotografía: Salva Álvaro Nebot.
El artista Calo Carratalá posa a algunas de las obras que forman parte de la exposición ‘De Viajes (2008-2018)’. Fotografía: Salva Álvaro Nebot.

Marisa Giménez Soler