El abismo, de Javier Calvo
Galería Cuatro
C / La Nave, 25. Valencia
Hasta finales de abril de 2017

No uno, ni dos, ni tres, sino casi medio centenar de abismos son los que muestra Javier Calvo en la Galería Cuatro. Abismos en forma de cráteres, cenotes y simas que parecen abrir su universo geométrico, pleno de color en diversas gradaciones, como se abre la tierra sacudida por un terremoto. En su caso, el terremoto es místico (“entre comillas”, dice), provocado por cierta experiencia nacida de un viaje a Perú y de la propia madurez: “Es que hay muchos amigos que se van yendo últimamente”.

De esa edad madura, conformada por una dilatada trayectoria profesional, habla en dos sentidos: el que le ha llevado a tener oficio (“de haber estado pintando todos los días e investigando”) y el que recusa el paso del tiempo como sinónimo de un temprana caducidad: “Esta sociedad está pensada para alcanzar el éxito rápido y a los 40 años ya te consideran caduco”. La demostración de su falsedad está en El abismo, un total de 45 piezas de pequeño formato (“una exposición de gabinete”) en la que Javier Calvo sigue mostrando su enorme vitalidad plástica.

El silencio del abismo, de Javier Calvo. Imagen cortesía de Galería Cuatro.
El silencio del abismo, de Javier Calvo. Imagen cortesía de Galería Cuatro.

“Aquí me tiro al abismo”, señala. Y al tiempo que él se arroja por esas aberturas en blanco, anima al propio espectador a que lo haga. “El blanco, logrado simplemente respetando el del propio papel Arches, es casi metafísico; también el blanco de cuando hablas de quedarte en blanco o del que dicen que ves al final del túnel”. Un blanco puro por el que entra el abismo en su obra, realizada principalmente en los dos últimos años. El artista apunta que son continuación del Itinerario hacia la vacuidad que expuso en la Fundación Chirivella Soriano y en la que ya entonces habló del vacío en tonos místicos. “No da miedo, sino que resulta inquietante”, subrayó allí.

Esa inquietud, no exenta de riesgo y provocación, es la que pretende evocar en la Galería Cuatro, para que los jóvenes perciban la dificultad del oficio de pintar y el público en general la fragilidad de que está hecha la vida. “Me gusta el enigma, cuestionarme en todo momento acerco de lo que hago y no hago; no ser pasivo”. Se explica a borbotones, como animado por la actividad volcánica que parecen a punto de desprender sus cuadros. “Quiero sacudir al espectador”. Y cuando lo dice vuelve a meterse en la obra, describiendo las gamas de colores, sus gradaciones y delicados perfiles, al tiempo que subraya la contradicción entre la racionalidad geométrica y el instinto que amenaza con destruirlo todo.

La soledad del abismo, de Javier Calvo. Imagen cortesía de Galería Cuatro.
La soledad del abismo, de Javier Calvo. Imagen cortesía de Galería Cuatro.

“La armonía es fundamental, aunque sea arrítmica”. Y entonces se reivindica como pintor: “Estos cuadros me cuestan mucho”. Como cuesta mantener equilibrada toda esa geometría a punto de estallar por efecto de tanto cráter y tanto rayo abismal. Javier Calvo se vuelca en ella, como queriendo atrapar la esencia del vació y el misterio que dice atravesar el conjunto: “Es la búsqueda de algo”. Búsqueda que ya le está llevando en la dirección “de la ausencia y la presencia”; de la “poesía pura”.

Para que el espectador le acompañe en esa búsqueda, el artista ha dispuesto una exposición “minimalista, que se escape, que respire”, al tiempo que está montada para sea “silenciosa, mística”. Una mística nada religiosa, en el sentido institucional e ideológico del término, pero muy religiosa, en el sentido de sacra o que hurga en los contornos del lenguaje allí donde éste se abre presionado por nuevas y constantes interrogaciones. “Es una exposición en la que hablo muy bajito para soltar cosas muy fuertes”. Ninguna seguridad de por medio: “No me interesa, porque me puede la curiosidad”. En ese espacio repleto de incertidumbres es al que quiere llevar al espectador: “Que entre y se cuestione”.

Las dimensiones reducidas de sus abismos, a modo de bocetos preparatorios o escuetos prólogos de un libro, ayudan a asomarse a esos blancos inquietantes sin necesidad de grandes alardes. Y aludiendo a la “obra abierta” de Umberto Eco, anima a que sea el espectador quien complete sus diferentes trabajos. Javier Calvo dispone el itinerario, pero el encuentro con los sucesivos abismos es algo ya muy personal. Cada cual tiene los suyos.

Rayo abismal, de Javier Calvo. Imagen cortesía de Galería Cuatro.
Rayo abismal, de Javier Calvo. Imagen cortesía de Galería Cuatro.

Salva Torres