Crònica de l’òpera representada a València (1936-1959): la Guerra Civil i la Postguerra, de Ernest González
Institut Alfons el Magànim

¿Existía la ópera en Valencia antes del Palau de les Arts? Algunos melómanos mal informados creen que no, pero se equivocan. A pesar de la miseria cultural del franquismo el bel canto vivió grandes momentos alentados por un público variopinto que acudía no sólo a los auditorios, sino también a representaciones al aire libre en la plaza de toros o en los Jardines de Viveros.

Un extenso estudio de Ernesto González publicado en valenciano por el Institut Alfons el Magnànim demuestra que durante la primera mitad del siglo XX la relación de los valencianos con la música lírica fue intensa, apasionada y también muy cambiante. “No es exacto que la evolución de la ópera desde el inicio de la guerra civil decayera hasta casi desaparecer como se ha dicho”, afirma González.

La soprano valenciana Ana María Olaria.
La soprano valenciana Ana María Olaria.

Su libro, ‘Crònica de l’òpera representada a València (1936-1959): la Guerra Civil i la Postguerra’ es el fruto de más de seis años de trabajo y de una rigurosa documentación. Sus páginas hacen un repaso a estas décadas, a lo largo de las cuales se produjeron picos de excelencia y puntos muertos en lo que la ópera se refiere siendo ésta un fiel reflejo de los acontecimientos políticos como, por ejemplo, el auge y caída del régimen de Mussolini. ¿Cuáles fueron sus mejores y peores etapas?

“Desde 1939 hasta la caída del régimen de Mussolini vinieron a Valencia excelentes cantantes de ese país”, explica González. “Si se suman las representaciones de la compañías del Liceo barcelonés, en una sola de aquellas temporada se escuchaba en Valencia tanta ópera como en el periodo republicano anterior a la guerra civil. Los momentos más brillantes fueron la temporada 1946-47 y las comprendidas entre 1952 y 1955. A finales de los cincuenta se vivieron los años más oscuros, incluso peores que en la guerra civil. En todo caso, la evolución de la ópera, tanto en calidad como cantidad no es lineal sino accidentada, con subidas y bajadas. Incluso en las temporadas más negras se podía disfrutar alguna actuación interesante”.

El tenor Carlo Bergonzi de Radamès.
El tenor Carlo Bergonzi de Radamès.

En la etapa que cubre el libro las representaciones de ópera no se concentraba en un sólo auditorio, sino que se difundían por toda la ciudad. “Desde el modesto teatro del Patronato (ahora Sala Escalante)  hasta el Principal o el Apolo. Lírico, Ruzafa y Alkázar también ofrecían sesiones de ópera y en primavera y verano se celebraban al aire libre en Viveros y la plaza de toros.

Aunque el público de la ópera se asocia a la aristocracia y burguesía, esta visión “sólo es una parte de la realidad”, matiza González. “La ópera ha gustado a toda clase de público en todas las épocas. En la Valencia de la posguerra la burguesía la usó para alardear de su poderío, pero también incluía diferentes tipos de público”.

Del estudio exhaustivo realizado por González se desprende el amor de los valencianos por la ópera italiana, especialmente, por Puccini. También la reiteración obsesiva de títulos. “Marina de Arrieta se representó 126 veces y Madame Butterfly nada menos que 42 en 20 años. “Los amantes del bel canto valencianos  han sido siempre italianófilos y me atrevería a decir que lo siguen siendo, sobre todo admiradores de Puccini”

González considera que “la inauguración del Palau de les Arts, en 2005,  supuso un impulso a la ópera equivalente a la creación del Teatro Principal, en 1832, pero con un acceso más democrático. Gracias a la continuidad de la programación se ha consolidado un público estable y entendido. Su mayor virtud es combinar títulos del repertorio habitual con otros de estilos y procedencias más desconocidas, algo que en la época que trata mi libro no solía hacer, pues los empresarios no se arriesgaban”, concluye Ernest González.

Ernest González. Imagen cortesía del autor.
Ernest González. Imagen cortesía del autor.

Bel Carrasco