#MAKMAEntrevistas | José Antonio Marina
Sábado 16 de mayo de 2020

En medio de la cascada de noticias que afloran en tiempos pandemia, filtradas por el sesgo ideológico de cada cual, de manera que la veracidad o falsedad de las mismas depende más de las respectivas militancias políticas que de una reflexión objetiva de los acontecimientos, pensadores como José Antonio Marina se hacen más que nunca necesarios. Sus reflexiones, lejos de avivar fuegos, los apagan, lo cual es un valor de primera magnitud en cualquier tiempo y lugar, pero especialmente en el nuestro tan convulso por la irrupción de un virus que nos tiene a todos confinados. Incluso mentalmente, a tenor del escaso nivel de las argumentaciones. Marina, en esta entrevista, vuelve a elevar ese nivel, para que su voz se oiga por encima de tanto ruido de sables.

¿Qué desafíos le está planteando a la filosofía la actual pandemia?

Conviene distinguir entre Filosofía subjetiva, que es el conjunto de opiniones conceptualmente elaboradas sobre un tema, y Filosofía como saber estricto, que tiene un objetivo preciso: estudiar el funcionamiento, las posibilidades y los límites de la inteligencia, y comprender sus creaciones (ciencia, derecho, religión, arte, política, moral, etc.). Esto ultimo da lugar a conocimientos de segundo nivel: Filosofía de la Ciencia, de la Religión, del derecho, etc.). La Filosofía subjetiva es autobiografía conceptual, lo que una persona piensa sobre un tema, que puede ser interesante, inteligente, sugestivo, pero es tan solo su modo de ver el mundo. La Filosofía tiende en cambio a conocimientos objetivos. La pandemia debe ser estudiada por la medicina, la sociología, la psicología, el derecho y la economía. A la Filosofía le corresponde evaluar esos estudios y como Filosofía de la Ética o de la Política estudiar los posibles conflictos y las posibles soluciones desde un punto de vista crítico. Por ejemplo, las tensiones entre Libertad y Seguridad pertenecen a la Filosofía del Derecho, y esas se han planteado.

José Antonio Marina. Imagen cortesía del autor.

“¿Vamos a aprender algo de esta crisis?”, se preguntaba usted mismo en un artículo en El Mundo del sábado 2 de mayo. Y respondía: “Tendremos que aprender a mejorar nuestro sistema sanitario y asistencial, nuestro sistema educativo, judicial y económico”. ¿Y el cultural? Porque ministros de países como Francia o Alemania catalogan la cultura como bien de primera necesidad. ¿Por qué no cala esa misma idea en nuestro país de forma efectiva?

Plantea usted un tema muy interesante que podría zanjar con gran facilidad. ¡En España no valoramos la cultura, no la apoyamos, el Estado no la protege, los creadores están desprotegidos! Las respuestas tópicas o políticamente correctas son siempre cómodas. Pero por respeto a sus lectores -y a mí mismo- voy a sacudirme la pereza mental y pensar un poco. ¿De qué ‘cultura’ estamos hablando al decir que es un bien de primera necesidad? He criticado mucho un concepto de ‘cultura’ que la reduce a la literatura y demás artes o, como mucho, a las humanidades. Es lo que hacen, por ejemplo, los suplementos culturales de los periódicos. O lo que hacemos al hablar de ‘industrias culturales’. Y, sobre todo, lo que sugiere la aparición administrativa de un Ministerio de Cultura. Fomentar la creación y la industria cultural me parece importante, sin duda, pero más importante me parece ayudar a que el nivel cultural de la ciudadanía mejore. La gran creación de esa cultura es aumentar lo que denomino ‘capital social’, el conjunto de valores, de modos de convivencia, de forma de resolver los conflictos, de tratar las desigualdades que una sociedad tiene. En ese sentido es, sin duda, un bien esencial y hay que protegerlo.

¿Cree, como apunta el filósofo Slavoj Zizek, que el Covid19 está anunciando el fin del capitalismo? ¿O es otra de las tantas muertes anunciadas por filósofos e historiadores en las últimas décadas?

El marxismo anunció que el capitalismo se autodestruiría. Cuando la crisis económica del 2008 también se predijo que el capitalismo estaba agonizando. No creo que el capitalismo desaparezca porque no tenemos otro sistema económico, político y social que lo sustituya. El sistema capitalista está basado en tres columnas: la propiedad privada de los medios de producción, la importancia del capital como generador de riqueza, y el mercado como sistema de asignación de recursos. ¿De cuál de ellos se podría prescindir? Creo que es más útil intentar reformas en el sistema. Por ejemplo, reducir el peso del ‘capitalismo financiero’, regular su funcionamiento, dar mayor peso a las rentas del trabajo, reducir las externalidades negativas, etc.

Usted en ‘El misterio de la voluntad perdida’ habla de control, por medio de una cita de William Powers, como “la producción de resultados estables frente a factores que deberían producir inestabilidad”. ¿Anhelamos de los gobiernos este control, al que nos sometemos gustosos como barrera protectora ante el peligro de esa inestabilidad provocada por el virus? 

El Estado surgió para promover la seguridad. Lo acaban de explicar muy bien Acemoglu y Robinson en un libro espléndido de título anodino: El pasillo estrecho. Sin el Estado reina la anarquía, pero el Estado puede tener excesivo poder y degenerar en tiranía. Lo que necesitamos es un Estado fuerte controlado por una Sociedad civil fuerte también. Con motivo de las quejas acerca del excesivo control estatal durante el confinamiento he escrito en varias ocasiones que necesitamos tener presente una característica básica de los sistemas democráticos: hay derechos fundamentales que pueden entrar en colisión, y que la solución no es nunca la eliminación de uno de ellos, sino la ponderación, es decir, saber en qué momento debe prevalecer uno u otro. Mientras la seguridad exija medidas de control, la defensa de la libertad exige que se impongan. Mas que la injerencia tiránica del Estado me preocupa un desencanto por la libertad que veo en mucha gente, y que está fomentando la aparición de ‘democracias no-liberales’, y el desdén por el pensamiento crítico.

José Antonio Marina. Imagen cortesía del autor.

Una reciente encuesta del CIS formulaba precisamente la idea de otro tipo de control, el de la información, en la pregunta acerca de si estaríamos de acuerdo con que hubiera una sola fuente de información para acabar con los bulos, las informaciones engañosas o poco fundamentadas. ¿Los gobiernos aprovechan las crisis para aumentar su poder hasta ese punto totalitario?

Periódicamente se plantea el tema de si se deben censurar los medios de comunicación para evitar que difundan informaciones falsas. La experiencia nos dice que la solución puede ser peor que el problema. Hay medios legales para proteger el derecho a la información veraz. Lo que ocurre es que en este momento la sociedad no está muy interesada en tener buena información, sino en tener aquella información que le da la razón, que protege a su grupo o a sus intereses, que denigra al contrario. La sociedad es la que tiene que desprestigiar a los que difunden noticias falsas.  Me resulta escandalosa la poca influencia que tienen los esfuerzos para deshacer las fake news, como son las organizaciones que se dedican a evaluar la veracidad de las noticias. Un ejemplo claro fue el éxito de Trump o de los defensores del Brexit, a pesar de que la ciudadanía tenía medios para saber que estaban mintiendo.

En su ‘Tratado de Filosofía Zoom’ dice que la querencia por lo irreal está en nuestro ADN. ¿El Covid19 trastoca esta querencia por lo irreal, con ese deseo de vuelta a la realidad, a la nueva normalidad?

La tesis de ese libro es que la inteligencia humana maneja la realidad a través de sistemas simbólicos, que son irreales. También dirigimos nuestra acción mediante proyectos que son también irrealidades. El Coronavirus es una realidad a la que intentamos conocer mediante nuestras teorías científicas, y a eliminar mediante nuestros métodos científicos y técnicos. El desconfinamiento no significa la vuelta a la realidad, sino la vuelta al modo de vida al que estamos acostumbrados.

Ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio. ¿Lo mismo cabe decir de las redes sociales, que nos permiten conectarnos con otras personas en estos tiempos de confinamiento, al tiempo que nos mantiene cada vez más aislados y dependientes de esa realidad virtual?

La historia de la humanidad puede interpretarse como el establecimiento de redes sociales cada vez mas intensas y extensas. Las redes digitales son el último paso en esa tendencia. Nos proporcionan grandes posibilidades y plantean algunos problemas. Para mí el mayor es que olvidemos que una red tiene dos elementos: los enlaces y los nodos. En las redes sociales, los nodos son las personas. Si sólo nos fijamos en los enlaces y en lo que transita por ellos, si decimos que el conocimiento está en la red, devaluamos la importancia de los nodos, es decir de las personas. Para que la red no nos maneje, debemos fortalecer la inteligencia de los nodos.

Asustan las pandemias, pero también el avance de la inteligencia artificial que usted se plantea en su ‘Historia Visual de la Inteligencia’. ¿Dónde queda el alma a estas alturas del poshumanismo? 

El “poshumanismo”, la singularidad, el desembarco de sistemas de inteligencia artificial potentísimos, baratos y fáciles de manejar lo que plantea es si vamos a un rediseño de la naturaleza humana o al menos de su inteligencia. El tema central es si la toma de decisiones va a seguir dependiendo de la inteligencia natural o se la encargaremos a los sistemas de IA que van a disponer de mas datos y de eficientes algoritmos para utilizarlos. El Proyecto Centauro en el que trabajo intenta resolver el problema defendiendo que la memoria humana -núcleo de la inteligencia- va a configurarse en dos formatos que colaboraran desde su inicio, es decir, desde la infancia. Una memoria estará en formato neuronal, la otra en formato digital. El nuevo diseño tiene que precisar qué debe haber en cada una de ellas. En la neuronal tienen que estar (1) los conceptos claves para comprender la información guardada en el ordenador, (2) las rutinas necesarias para aprovechar esta información y (3) la capacidad de establecer metas y criterios de evaluación. Los sistemas de Inteligencia Artificial son muy eficientes para resolver problemas, pero los problemas, su selección y prioridades debe fijarlos la inteligencia humana.

José Antonio Marina. Imagen cortesía del autor.

Salva Torres