MAKMA ISSUE #01
Opinión | Meritxell Barberá (codirectora de Taiat Dansa y del Festival 10 Sentidos)
MAKMA, Revista de Artes Visuales y Cultura Contemporánea, 2018

En los inicios del siglo XX la que hoy conocemos como Danza Moderna aparece gracias a coreógrafas y bailarinas como Isadora Duncan, que se enfrenta a los cánones clásicos del Ballet Romántico, o Loïe Fuller, que experimenta con la luz y el movimiento. En los años veinte Josephine Baker explosiona, ante el estupor de muchos, con su danza sensual, una actitud feminista y un decidido estilo que defiende el nuevo rol que quiere ocupar la mujer en el mundo. Un poco más avanzados en el siglo XX, figuras como Mary Wigman, Martha Graham o Doris Humphrey irrumpen con un nuevo estilo de danza que apela al sentimiento, la necesidad de expresar diferentes estados de ánimo a través del cuerpo, en íntima relación con los acontecimientos que convulsionan al mundo entero ante la Segunda Guerra Mundial.

La aparición, a principios de los años 60 en la Judson Church de Nueva York, de una generación de bailarines –tales como Lucinda Childs, Trisha Brown, Steve Paxton o Yvonne Rainer–, conocida como Nueva Danza, propone un rechazo total a la formación dancística clásica. Utilizan movimientos cotidianos para realizar coreografías, diferencian la presentación de la representación y apuestan más por obras inacabadas, por mostrarlas en proceso de creación. Se trata de una generación que comienza a trabajar con artistas de otras disciplinas. Todas las experimentaciones entre cuerpo, espacio y tiempo que tuvieron lugar en la Judson Church de Nueva York constituyen una nueva estética de danza, nuevas motivaciones, nuevos objetivos donde, a partir de ahora, la danza empieza una carrera, desde nuestro punto de vista, por querer formar parte de eso llamado arte, de la historia del arte.

Página inicial del artículo publicado en MAKMA ISSUE #01.

Esta generación de la Judson Church apuesta por lo no espectacular, por el no al virtuosismo, no a la representación y no a la emoción. A partir de aquí, coreógrafos como Anne Teresa De Keersmaeker o Wim Vandekeybus crean otra revolución en los años ochenta. Su danza parte de un movimiento no académico y en sus obras la relación entre danza y otras disciplinas como el cine, la música… es fundamental. Pero ellos, de manera muy original, apuestan por un estilo más sofisticado en relación a la generación anterior, conjugan la plasticidad de la escena y una cuidada estética, sin perder de vista lo cotidiano y humano.

En los últimos veinticinco años Ohad Naharin ha supuesto un nuevo paradigma, el nuevo escenario de movimiento y composición coreográfica a partir del cual trabajan (y trabajamos) una gran mayoría de coreógrafos y coreógrafas en la actualidad, aunque desde lugares, intereses, inquietudes y universos muy diferentes. La habilidad física, la formación en danza clásica se recupera para luego cada creador transformar el cuerpo con cualidades diferentes y extremas que puedan poner en relación a la danza y el discurso de una obra, a la necesidad de comunicar diferentes estados o situaciones.

La relación entre placer y esfuerzo son importantes para Naharin. “Se trata sobre todo del porqué, por qué se baila. He visto bailarines que tienen una gran habilidad física pero que no escuchan a su cuerpo, sino que se mueven solo en pos de la forma”, apunta. Y añade: “lo importante es escuchar la gama de sensaciones del cuerpo para poder danzar. La danza es una escucha del cuerpo”, afirma el coreógrafo.

Portada de MAKMA ISSUE #01, a partir de una de las obras del proyecto ‘Caminos del deseo’, del artista y miembro de MAKMA Ismael Teira.

La magia reside, en los últimos años, en buscar universos coreográficos que propongan algo diferente, una estructura corporal nueva, códigos de movimiento diferentes que sorprendan pero que, sobre todo, no estén solo al servicio de la forma y la virtuosidad, sino más bien en estrecha relación con el discurso de la obra. El intercambio con otras disciplinas ofrece un juego más colectivo de expresión y, con el protagonismo sabido que ofrece la danza y el movimiento, es una manera interesante de trabajar en la creación coreográfica actual para compartir ideas, opiniones y emociones a través del cuerpo.

El riesgo actual puede estar en la excesiva importancia que está tomando el movimiento virtuoso, una imponente técnica dancística, que pueda poner en peligro la relación entre una obra de danza y su contexto. Es decir, que el soporte expresivo que supone la danza para reproducir el mundo que le rodea esté más atento a la forma.

El arte es la llave para abrir fronteras y fusionar culturas. La danza, una forma de expresión ancestral, natural en el ser humano desde la infancia, parece que sea la disciplina menos comprometida, pero no es así, la expresión corporal tiene mucha fuerza y su lenguaje no tiene en cuenta las fronteras. En los últimos años la transmisión de los significados culturales que nos construyen como seres humanos, utilizando el cuerpo como herramienta fundamental para cuestionar o proponer nuevos valores, como la diferencia, conceptos nuevos de belleza y perfección, diferentes capacidades o temas de denuncia que afectan a nuestra sociedad, son fundamentales en la creación coreográfica actual.

‘Canvas of bodies’, de Taiat Dansa.

Meritxell Barberá