Componer no resulta fácil para Jon (Domhnall Gleeson), un joven músico en ciernes de cuestionable talento y existencia soporífera. El encuentro con un grupo de músicos bastante singulares supone un drástico giro en su rutina, especialmente tras conocer al líder de la banda: Frank (Michael Fassbender), quien, desde hace años, oculta su verdadero rostro tras una cabeza falsa con aires de dibujo animado.

La última producción del dublinés Lenny Abrahamson, director de Garage (2007) y Adam & Paul (2004), parte de la historia del cabezudo Frank Sidebottom, personaje creado por el músico y cómico inglés Chris Sievey a mediados de los ochenta. Aunque la película no resulta completamente biográfica, sí se basa, de manera libre, en las experiencias vividas por Jon Ronson –autor del libro sobre Frank y responsable del guión con Peter Straughan− junto al verdadero Sidebottom en la Oh Blimey Big Band, donde Ronson tocaba los teclados.

Frank comienza como una alocada aventura musical para el atolondrado Jon, nuevo y ambicioso componente de The Soronprfbs, una banda en absoluto al uso: la fría e iracunda Clara (excelente Maggie Gyllenhaal) únicamente posee corazón para Frank y su theremín, Don (Scoot McNairy) elogia la quietud femenina hasta límites insospechados, Baraque (François Civil) tan sólo habla en francés y jamás atusa su cabello, mientras que Nana (Carla Azar, batería real del grupo Autolux) apenas habla para comunicarse. No poseen un nombre comercial de fácil pronunciación ni se rigen por las redes sociales o las visitas de Youtube, sólo la investigación artística les guía. Jon, sin embargo, vive la música a velocidad de megabyte, ansiando una rápida fama online que resulta tan falsa como la cabeza de Frank. Sólo tras varias tribulaciones descubre que su locura es mayor que la del resto, que la celebridad no es la meta, sino el arte en sí y el proceso creativo que desemboca en él.

Inicialmente construida como comedia juvenil de cierto toque hipster con tuits impresos en pantalla y planos cortos y dinámicos, sorprende un final mutado en drama, siendo las últimas escenas de Fassbender una nueva demostración de su talento interpretativo. El espectador, desubicado por ese desenlace impredecible y amargo aunque esperanzador, comprende entonces que la película se vertebra en dos partes y en dos argumentos, que además de narrar las vicisitudes de un grupo de música alternativa y experimental en clave de humor, la película versa sobre los límites entre lo verdadero y lo falso, la genialidad y el delirio, la excentricidad y la enfermedad. Frank se define como una película sobre la aceptación propia y ajena, una historia agridulce en donde la máscara resulta imprescindible para la supervivencia, y el arte, en este caso musical, es –como afirmase Louise Bourgeois− la única garantía de cordura.

Tere Cabello