El trabajo de Fermín Jiménez podría interpretarse como el logro de quien ha superado el miedo a la libertad, no porque él lo haya padecido sino porque en realidad en el campo de la creación artística se respira –más allá de lo razonable- un temor a hacer lo que uno quiere hacer y a decir lo que uno desea decir. Moeller van der Bruck, uno de los padres ideológicos del nazismo expresó con claridad que “Los conservadores prefieren creer en la catástrofe, en la impotencia del hombre para evitarla, en su necesidad y en el terrible desengaño que sufrirá el iluso optimista”, como cimiento sobre el que elevar una mentalidad que invita al individuo al inmovilismo, a la obediencia, la resignación y la autocensura. De eso hay mucho en los tiempos que corren.

El mundo es inaprensible, es imposible llegar a todo. La realidad es demasiado complicada, se compone de tal multitud de capas que hincarle el diente puede ser tan apetecible e indigesto como uno de esos enormes sándwiches que mezclan varios pisos de alimentos. Mientras una persona se angustia porque su ordenador no arranca, a muchos kilómetros sucede una catástrofe que acaba con la vida de cientos o miles. Los términos absolutos se sostienen con dificultad, porque se fundamentan en la deshumanización de la realidad, en el anonimato opaco de la cifra, en la construcción de relatos genéricos a la medida del narrador. Fermín Jiménez Landa (Pamplona, 1979) huye de las consignas con vehemencia, no necesita recursos de estilo ni recurre al abigarramiento del arte sobreintelectualizado. Lo que no quiere decir que el público vaya a encontrar con facilidad, a la primera, las claves que permiten el disfrute de sus trabajos. En sus planteamientos subyace una base de ironía y humor que no va dirigido a arrebatar carcajadas al espectador, pero seguramente sí logra esa especie de regocijo interno que acaba con unos labios que se curvan hacia arriba, entre el desconcierto y la sensación de haber conectado. Porque incredulidad es, con frecuencia, la primera impresión que provocan sus obras. Es inteligente en su manera de establecer nuevos resortes de pensamiento para poner en contacto asuntos aparentemente ajenos entre sí, como sucede con su proyecto centrado en el peso de personajes famosos utilizando objetos no famosos, realizado en 2006. De ese proyecto resultan instalaciones como El peso aproximado de Glenn Medeiros en limpiasuelos, El peso aproximado de Kirk Cameron en placas de granito o El peso aproximado de Brian de Palma en champú, que se resuelven depositando sobre una mesa un determinado número de productos corrientes hasta completar el peso aproximado del famoso en cuestión, invitando a relativizar el peso de la fama en nuestra sociedad.

El artista indaga con su obra en las relaciones entre lo científico, lo fenomenológico y lo cotidiano, generando intentos imposibles de poner en contacto esos elementos, con resultados de dudosa ciencia pero de eficaz relato artístico. También en esa línea, la ley de la gravedad centra la atención del vídeo Todo es imposible (2008), en él se suceden escenas de equilibrio inverosímil con alimentos y artículos domésticos como una cacerola, una barra de pan, una mesilla de noche, un zapato o una silla.

Una parte importante de su atención se vuelca hacia el espacio público, mediante intervenciones que no tienen la menor posibilidad de pervivir ni de cobrar una presencia más allá del gesto, de la intención y de su registro a través de la fotografía y el vídeo. Su conocido proyecto Desempatar las torres más altas de Barcelona (2008) es un ejemplo del tipo de cruzada inútil en las que se embarca el autor, logrando todos los permisos necesarios para poder coronar la torre de MAPFRE con un árbol de Navidad y, por unos instantes, conseguir que gane dos metros de altura. Acciones como Rellenar todos los huecos con nata montada representa ese punto de encuentro que hace del trabajo de Jiménez Landa algo sublime, instalado conscientemente en la categoría de lo cutre, liberado de los servilismos del gusto, que habla con sencillez de nuestro mundo, de lo insignificante que sucede en la calle, sin los aspavientos ni la monotonía adoctrinadora de la publicidad o la política. En su afición por la nata montada, por ese milagro que convierte el líquido en sólido, Adelgazamiento por corte es una serie de dibujos creados exclusivamente mediante esta técnica espontánea, con una presencia principal de texto. Con Unir todos los chicles del suelo (2007) se documenta al artista, provisto de un potente rotulador, lanzando líneas sobre el suelo en una calle cualquiera, uniendo el residuo dejado por chicles fundidos en el pavimento, creando el trazado de una relación esquemática que podría estar sintetizando un árbol genealógico, una red viaria o la estructura de una trama de corrupción.

Uno de sus últimos trabajos, Ahora todos los chicos están llorando (2009), aborda una investigación sobre la cultura griega tomando la rebétika –música considerada vulgarmente como el blues griego- como hilo conductor de una realidad que Jiménez Landa conoce bien debido a sus numerosos viajes al país. El componente vital, la deriva, la búsqueda y el encuentro casual son factores que enriquecen e incluso gestan los proyectos. ¿Cómo calificar Calma chicha (2010)? Se trata de una instalación compuesta de una fila de garrafas y botellas de plástico con agua hasta una misma altura, creando una serena línea de horizonte. En el líquido, disueltos, hay una gran cantidad de comprimidos de myolastan para asegurar que las aguas no anden revueltas, que la tensa calma se mantenga.

Jose Luis Pérez Pont

Fermín Jiménez Landa ha inspirado la obra teatral «Jo de major vull ser Fermín Jiménez». Pincha aquí para saber más.