#MAKMAExposiciones | ‘Fantasma ’77. Iconoclastia española’
Centre del Carme Cultura Contemporània (CCCC)
Museo 2, València
Hasta el 31 de agosto
Jueves 2 de julio de 2020

Franco murió en la cama y no, como sucedió con otros dictadores, derrocado por la acción, más o menos revolucionaria, del pueblo acicateado por la oposición política. Se dice que ahí puede estar el malestar de tantos demócratas enojados con la pervivencia de su fantasma aún hoy en día. Hubo antifranquistas cuando el dictador vivía, pero no pudieron con él, de manera que luego se multiplicaron, una vez muerto, para salvaguardar la conciencia de todos los demócratas que lamentaron tan larga supervivencia rigiendo, durante 40 años, los destinos de España.

Obra de la exposición ‘Fantasma ’77. Iconoclastia española’. Foto de Manuel Molines por cortesía del Centre del Carme.

Es un hecho que duele. Como duele que la ley de Amnistía de 1977 se promulgara para extender ese griterío cómplice, en el que participaron no solo los partidos de derechas, sino los de izquierdas. “¿Cómo podríamos reconciliarnos los que nos habíamos estando matando los unos a los otros, si no borrábamos ese pasado de una vez para siempre?”, dijo Blas Camacho Zancada, del Grupo Parlamentario Comunista, en su intervención con motivo de dicha ley. “La amnistía liquida lo que ha sido considerado delito político por el anterior régimen. […] es el inicio de una nueva era de confianza”, aseguró Josep Maria Triginer Fernández, del Grupo Parlamentario Socialistes de Catalunya. Hasta Xavier Arzallus, como representante de la minorías catalana y vasca, aludió a ello: “Es simplemente un olvido, como decía el preámbulo de nuestra ley, una amnistía de todos para todos, un olvido de todos para todos”.

Obra de la exposición ‘Fantasma ’77. Iconoclastia española’. Foto de José Aleixandre por cortesía del Centre del Carme.

Con esos mimbres, es lógico que las imágenes ecuestres de Franco –de las que Jorge Luis Marzo, Matteo Guidi y Rebeca Mutell, del grupo de estudio GREDITS, se hacen cargo en la exposición ‘Fantasma ’77. Iconoclastia española’– sigan relinchando con fuerza, para escarnio de unos (los iconoclastas) y orgullo de otros (los iconódulos o veneradores de esas imágenes). Felipe González, presidente del Gobierno socialista, lo remató en 1985 con esta declaración contraria a la retirada de las efigies de Franco: “Hay gente que se ha propuesto intentar hacer desaparecer los rastros de 40 años de historia de dictadura: a mí eso me parece inútil y estúpido. Algunos han cometido el error de derribar una estatua de Franco; yo siempre he pensado que si alguien hubiera creído que era un mérito tirar a Franco del caballo tenía que haberlo hecho cuando estaba vivo”.

Todas estas declaraciones y muchas otras forman parte del libro que, a modo de catálogo, completa la exposición que el Centre del Carme acoge hasta el 30 de agosto. Una exposición en la que participan los fotógrafos José Aleixandre y Manuel Molines, aportando imágenes de esa iconoclastia vivida en València, la primera ciudad que retiró, en 1983, una de las nueve estatuas ecuestres de Franco repartidas por toda la geografía española. La de Barcelona, en 2016, fue la última, aunque todavía pervive la de Melilla.

Vista de la exposición ‘Fantasma ’77. Iconoclastia española’. Imagen cortesía del Centre del Carme.

“’Fantasma ’77′ explora la imagen monumental de Franco después de la muerte del modelo y la forma en que el Estado ha lidiado con ella. Si no podemos pedirle cuentas a Franco, ¿hay que pedírselas a sus imágenes?”, explicó Marzo, quien recordó una elocuente frase del director del Museu d’Història de Barcelona, Joan Roca: “No toquéis a Franco, porque tiene la facultad de despertar”. Quizás, como llevan apuntando algunos, porque en realidad murió plácidamente, sin que su muerte simbólica por efecto de la pugna política llegara a producirse nunca.

Los responsables de GREDITS (Grup de Recerca en Disseny i Transformació Social) apuntan, en uno de los textos del libro, que la iconoclastia y la iconodulia son las dos caras de una misma moneda. “Ambos fenómenos tiene que ver con la convicción de que la imagen ha asumido ciertas emociones procedentes, sobre todo, del modelo representado. Ese empoderamiento de la imagen puede considerarse intolerable, y por lo tanto se la ataca, o por el contrario, deseable”.

Vista de la exposición ‘Fantasma ’77. Iconoclastia española’. Imagen cortesía del Centre del Carme.

Y apuntan algo más que conviene tener muy en cuenta: “De cualquier modo, se nos presenta un problema de límites, de fronteras entre la realidad y la imagen, y de las funciones políticas de ambas en nuestra vida social. Pero existe una tercera vía donde las pasiones se relajan: el patrimonio”. “En nombre del patrimonio capamos el poder de las imágenes”, subrayó Marzo, advirtiendo del peligro que conlleva esa supuesta igualación de todas las imágenes, por cuanto se hace “desaparecer el horror en el océano del patrimonio”.

El interés de GREDITS por las políticas iconoclastas o iconófilas promovidas por la Administración tiene que ver a su vez con la “exploración del papel de las imágenes en la constitución de la memoria histórica y de su función política”, al tiempo que se preguntan: “¿Son las imágenes la memoria histórica? Y si es así, ¿qué implicaciones tienen? ¿Cómo la construyen?”. Y añaden, como no menos relevante, el hecho de que “esos fenómenos contribuyen a confirmar una suerte de patrón en la forma en que se gestionan: su fantasmización, la conversión de las imágenes supervivientes del franquismo en espectros hipócritas”.

La hipocresía aquí aludida es de nuevo, finalmente, referida por los responsables de ‘Fantasma ‘77’ cuando subrayan los poderes del modelo ecuestre mantenidos por la amnistía. “Toda política que esto instigue es una política hipócrita, que solo beneficia al modelo, al fantasma, que así puede pulular tranquilamente por el castillo sin temor a ser reconocido. Y un día, sin saber cómo, está comiendo con nosotros en la misma mesa”. Sin saber cómo o incluso sabiéndolo.

Obra de la exposición ‘Fantasma ’77. Iconoclastia española’. Foto de José Aleixandre por cortesía del Centre del Carme.

Salva Torres