Libia Posada, de la serie "Signos Caedinales", 2008. Imagen cortesía de Galería Magda Bellotti.

Soporte(s) de resistencia. Maria José Argenzio, Libia Posada y Paula Usuga.
Galería Magda Bellotti
Fúcar 22, Madrid
Inauguración: 6 de abril a las 12:00 h.
Hasta el 21 de mayo de 2013

Exposición comisariada por María Antonia De Castro, en el marco del proyecto Jugada a 3 Bandas.

Las obras de la exposición confluyen en el tema del cuerpo frente a las demandas, usos y presiones que el cuerpo social y político, le imponen. Soporte de tensiones en los límites que ponen en juego su resistencia. No importa si las tres artistas proceden y trabajan en diferentes lugares del mundo, Medellín, Guayaquil o Londres, idénticas transgresiones convergen en él: las debidas al género, a la apariencia, a la desafección, a la salud, a la supervivencia, a la destrucción de su memoria…

Soporte(s) de resistencia articula el tema del cuerpo como soporte sobre el que confluyen exigencias y demandas culturales, sociales y políticas que ponen a prueba su facultad de resistencia y visibiliza el cruce de conflictos no resueltos que le obligan a desafiar los límites de su naturaleza.

A partir de estos datos comunes, el punto de vista y el protagonismo que el cuerpo adquiere en las creaciones de las tres artistas son diferentes y complementarios. En la obra de Libia Posada (Medellín, 1959) el cuerpo es punto de partida para analizar, definir, relatar y delatar los fenómenos y circunstancias sociales hostiles que concurren sobre él. Para Paula Usuga (Medellín, 1975) el propio cuerpo y su identidad, como categorías en continuo cuestionamiento, asumen el centro de su atención en base a las propias vivencias personales. Dentro de su habitual trabajo sobre la antinaturaleza, Mª José Argenzio (Guayaquil, 1977) muestra aquí una de las crueles transgresiones a las que se somete el cuerpo femenino como soporte de un ideal cultural que aspira a su desmaterialización y sublimación.

Objeto receptivo y sujeto activo, el cuerpo sigue siendo aquel campo de batalla en el que convergen varias direcciones del conflicto entre la capacidad de soportar y la facultad de resistir, la fragilidad individual y la violencia pública, cultural y política, la libertad de elegir y la necesidad de sobrevivir, la belleza del artificio y el dolor, el desprecio a la identidad y la necesaria preservación de la memoria…

El punto de vista que Libia Posada tiene sobre el cuerpo parte de sus conocimientos como médica y de su vivencia como curadora de enfermedades, heridas y daños. Una experiencia que se desarrolla entre la despersonalización que como científica ha de aplicar en su ejercicio profesional y la intensidad emocional del contacto con la fragilidad humana en situaciones límite. “La enfermedad y la muerte constituyen un borde una frontera o un espacio límite donde lo humano se pone en juego, donde el cuerpo es más cuerpo, lo humano más humano, y lo animal e instintivo es más animal. Allí todas nuestras definiciones sobre la humanidad y otros asuntos quedan en entredicho.”

Aprovechando su conocimiento de las anomalías que presenta el cuerpo, Libia Posada pone en evidencia los problemas sociales y políticos que confluyen sobre él. El tratamiento que hace de ello es el de una científica que evalúa y emite un diagnóstico de las causas, a partir de un análisis los efectos. En “Signos cardinales” (2008) Posada dibuja sobre piernas de mujeres y hombres el mapa de los desplazamientos que han realizado a lo largo de su vida. La demarcación del recorrido hace visible la topografía del dolor que acompaña a cada individuo obligado a abandonar el territorio referencial a causa de conflictos políticos y económicos que le son ajenos. La concreción gráfica de los lugares de donde viene y por dónde pasa, cumple también la importante misión de mantener vivo el recuerdo. El trazado topográfico actúa pues como agente activador de la memoria, elemento referencial imprescindible de la identidad, amenazada por la ausencia de pasado y el anonimato en el nuevo territorio extraño.

En la creación de Paula Usuga su propio cuerpo es el material de trabajo. Artista que cuenta con obras de gran plasticidad en su fecunda trayectoria, lo táctil es una clave de su proceso creativo. De aquí que el cuerpo como carne, además de como soporte de una identidad mediatizada por el contacto con los demás, sea también el soporte de su actividad performativa. Un componente ritual aparece en la mayoría de sus obras, como medio para identificar y solemnizar un hecho cuya “re-presentación” fuera de contexto ejerce un efecto catártico y curativo sobre el miedo y el trauma.

En la obra que se presenta aquí, “ser/res” (2012), su cuerpo es puesto a prueba a través de un ritual doloroso que convoca una pluralidad de lecturas. De todas ellas menciono aquí el sentido que las marcas sobre el cuerpo tenían y siguen teniendo en ciertos pueblos que mantienen la memoria de lo que el ser humano es entre el resto de las especies animales. En tales culturas indígenas, las marcas son signos que identifican al ser humano como especie distinta en tanto creadora de cultura, inventora de artificios, facultada para transformar la materia y para ofrecerse voluntariamente al dolor como señal de fuerza psíquica, valor físico y libertad de elección. De manera que una persona no marcada por signos que le signifiquen es poco más que un animal.

Paula Usuga, actualizando ahora y aquí el ritual del marcado vuelve del revés el sentido y el significado que tal gesto tiene en otros contextos. Al trasladar de tiempo y lugar un determinado acto, que en nuestro marco cultural se reserva sólo a los animales, replantea un cúmulo de asuntos sobre la identidad de lo humano. La palabra ser/res que se hace grabar sobre la piel incide en su cuestionamiento del “cuerpo que soporta las problemáticas asociadas” al hecho de ser mujer y a su consideración cultural. (La palabra res, aparte de su referencia al animal cuadrúpedo, en la lengua latina tenía significados ambivalentes: si el contexto era afirmativo, significaba algo, pero cuando era negativo significaba nada, ese mismo uso aparece en la lengua catalana actualmente hablada en el levante español.)

El trabajo de María José Argenzio gira en torno a la transgresión de la naturaleza de las cosas, para lo que activa un variado juego de suplantaciones, consistente, a veces, en revestir la apariencia natural con envolturas artificiosas. Otras, mediante el desplazamiento de elementos que, descontextualizados de su medio y manipulados, re-presenta desposeídos de sus atributos naturales y revestidos de nuevas apariencias, usos y significados. En esta obra, “7.1 kilos” (2009), fija la atención sobre las piernas de una bailarina de ballet clásico que realiza sus ejercicios de puntas llevando adheridas a sus zapatillas 7.1 kilos de pesas metálicas. En nuestra cultura occidental el ballet clásico es considerado como un adiestramiento virtuoso del cuerpo que sublima la imagen física de hombres y, particularmente, mujeres al elevarla sobre la superficie del suelo y obligarla a realizar acrobacias que desafían la gravedad natural de su cuerpo. El vídeo de María José Argenzio incide sobre el género de violencia que el cuerpo soporta y su capacidad de resistencia al dolor. Potenciando el estruendo de sonido que las pesas emiten al golpearse contra el suelo, la artista plantea la contradicción entre la naturalidad con la que nuestra civilizada cultura celebra lo etéreo como una de las culminaciones más elevadas del ser femenino y la cruel transgresión de las condiciones naturales del cuerpo que eso significa.

Como soporte de lo político y de los usos culturales, diversos grados de violencia aparecen en la revisión crítica del cuerpo realizada por estas tres artistas, como agresiva es también la exigencia en los límites a la que se ve expuesto.

Libia Posada, de la serie "Signos Caedinales", 2008. Imagen cortesía de Galería Magda Bellotti.
Libia Posada, de la serie «Signos Caedinales», 2008. Imagen cortesía de Galería Magda Bellotti.