Miquel Navarro
Galería Shiras
C / Vilaragut, 15. Valencia
Hasta el 15 de mayo de 2017

A Miquel Navarro (Mislata, 1945) le delata su sonrisa imprevista cada vez que se extiende en alguna explicación. Como si al artista reconocido internacionalmente, al que el Kursaal de San Sebastián le dedica en estos momentos una amplia retrospectiva, le saliera siempre por lo bajini el niño que cogía barro de las acequias para ensayar lo que después ha logrado ser. “Aunque no lo parezca soy muy divertido”. Lo dice como justificando la seriedad que, al explicar su obra, le va llevando por caminos insólitos, surcados de verticales fálicas de cuyo poder emanan sombras telúricas diríase femeninas.

“Mi obra tiene un tono metafísico ligado al vacío”, señala justo delante de una de esas ciudades despobladas que le caracterizan y que forma parte, junto a otra serie de piezas, de la selección que muestra en la galería Shiras. Selección que viene a ser un sutil reflejo de las diferentes facetas de su trabajo. Algunas, como las dos fotografías con modelos desnudos, inéditas. “Tengo muchas fotografías que ya han sido expuestas en otros sitios, pero estas dos en concreto, no”. Se trata de cuerpos que Navarro fotografía como si fueran “elementos arquitectónicos”.

Incluso allí donde cierto cactus espinoso se asocia con el sexo femenino, corriendo el peligro de ligarlo con una sexualidad siniestra, el artista le da una vuelta: “No es un tema de sadismo, sino algo más lírico. Por ejemplo, la pena dentro de cierta tradición pagana, junto a lo religioso más próximo a la corona de espinas”.  Esa mezcla de dureza y fragilidad, de contundencia altiva y humilde soledad atraviesa su obra.

“Mis esculturas son muy de los orígenes de la tierra”. Una tierra que le devuelve otra vez a esa infancia de la que dice mama todo artista. De hecho, cita el título de su discurso de ingreso en la Academia de Bellas Artes de San Fernando como crisol de lo dicho: Juegos de infancia donde se fragua el arte. Y del arte explica que tiene también mucho que ver con esa “necesidad de irse aclarando uno por dentro”. “El ejercicio diario, la práctica artística, es lo que hace que llegues a aclarar ciertos pensamientos”, aquellos que le persiguen, precisamente, desde su más tierna infancia, cuando cogía el tranvía que le llevaba de Mislata a Valencia.

Miquel Navarro recuerda esa vinculación entre la huerta y la ciudad, entre la madre tierra y la autoritaria urbe de los grandes edificios, para resumirlo todo en la mirada: “El arte ha de ser visual; es visual. La explicación entra ya en el mundo de lo literario”. Por eso dice que la imagen “se expresa por sí misma”, aunque él ayude a desentrañar lo que lleva dentro. “No me gusta mucho hablar de mi obra, pero mira por dónde en San Sebastián tuve que atender 40 entrevistas en una mañana”.

En Shiras hay dibujos, acuarelas, serigrafías, esculturas, tanto autónomas como exhibidas en montaje, y fotografías, quizás la faceta menos conocida del artista valenciano, a pesar de señalar que tiene muchas. Eso sí, aclara que para él la fotografía “es continuidad de la escultura”. Las dos en blanco y negro y de gran formato, que acaparan una de las paredes de la galería, dan fe de ese carácter escultórico perfilado con una sola luz: “Puse un lienzo, tiré pigmento y lo iluminé con un solo foco”, logrando ese efecto de extrañeza que produce la rugosa materia.

Como extrañas son sus ciudades. “Son de ciencia ficción; no son realistas, ni para vivir, sino para contemplarlas de manera poética”. Ese “toque sensual” que a su juicio desprenden, termina envolviendo por igual el cuerpo y la ciudad: “Es que hablamos del cuerpo humano y de la ciudad utilizando palabras como circulación fluida, arterias principales, el centro o corazón de una urbe”. Palabras que transmiten cierta racionalidad estructural, pero también emociones. “Lo conceptual por sí solo no me interesa, ha de estar unido a lo objetual”. “Con las ciudades hago poemas”, subraya. ¿El arte comprometido no le interesa? “Mi arte es más lírico que poético y, en todo caso, mi compromiso está con la belleza”. En Shiras hay una buena muestra.

Salva Torres