No es cierto que el poder corrompa. El poder, sencillamente, produce amnesia. Del mismo modo que la melancolía, hoy tipificada como depresión, fue una enfermedad corriente a  finales del siglo XIX, la no menos dañina amnesia política, o el olvido sistemático del que ciertos políticos hacen gala  será, con seguridad, una de las patologías características de finales del siglo XX y comienzos de éste. Un olvido selectivo y una falta de pigmentación sanguínea, que impide el rubor en situaciones vergonzantes, en las que un ciudadano normal parecería un crustáceo cocido, son los síntomas más evidentes de esta dolencia. Bajo esta óptica, por tanto, podemos comprender no solamente el sistemático incumplimiento de programas electorales por parte de los dos partidos que se alternan en el poder, sino las recientes declaraciones de Felipe Garín, director del Consorcio de Museos de la Comunidad Valenciana, el pasado 24 de junio en este mismo medio, las cuales son el motivo por el que se escribe este artículo.

Pero vayamos por partes. Sería terriblemente indecoroso señalar con un dedo acusatorio a cualquier persona cuyas acciones, palabras o sentimientos son producto de una enfermedad. Por no mencionar que olvidos, sean pequeños o grandes, tenemos todos: ¿quién no se ha visto nunca en la situación de apelar al donde dije digo, digo Diego? Sin embargo, lo que sí se puede hacer es argumentar y razonar, lo cual, si el sentido común imperara en las instituciones culturales  valencianas, tendría que ser la constante dentro del marco de una democracia plena y saludable, pero como ya se ha dicho en alguna otra ocasión recientemente, tenemos la cultura que tenemos (sic), y punto. Y si dicen las malas lenguas que falta comunicación entre las instituciones valencianas y los profesionales del sector del arte, habrá que hacer oídos sordos porque en realidad no hace falta, y es que ya hay una comisión científico-técnica que lo resuelve todo. Para mí, particularmente, el mero hecho de calificar de científica a una comisión encargada de dar el visto bueno a las exposiciones del Consorcio podría aparecer en una antología del dislate, pero nos estamos desviando del tema. El tema es que a estas alturas la comisión científico-técnica todavía no le ha explicado a don Felipe Garín cual es la diferencia entre pagar la producción de una pieza y ponerle un marco, y de que no hay argumento científico que sostenga que el único profesional que no debe cobrar por trabajar en un proyecto expositivo es el artista, como de hecho sucede, de modo que al parecer no sólo no hay comunicación entre el Consorcio y los profesionales del arte, sino que ni tan siquiera hay comunicación entre los propios integrantes de tan magna institución. A ver si un día de estos le explican que en la producción van incluidos todo tipo de gastos, honorarios del artista incluidos.

Porque el artista, y este es otro tema, no es exactamente un trabajador (sic). Al artista las obras le crecen en el estudio por generación espontánea. No son fruto de años de estudio y dedicación, las más de las veces pasando por la Universidad, y el alquiler del taller, los materiales frecuentemente costosos y las horas de trabajo físico y mental son pequeñas bagatelas que corren a cuenta de esa tía ricachona que cualquier artista que se precie tiene a la vuelta de la esquina, encantada de resucitar la antigua costumbre del mecenazgo. De modo que si cede para una exposición alguna de esas obrillas de poca monta que nada le han costado de realizar, pues que no se le suba el ego a la parra que todavía no ha llegado a la categoría de pintor normal. Los cuales habrá que suponer que son los que pintan las paredes de blanco, es decir, los auténticos profesionales.

Esto viene a cuento de que todavía recuerdo la alegría, no exenta de cierto escepticismo, con la que Nacho París, el anterior presidente de AVVAC, tras una reunión con Felipe Garín hará ya más de año y medio, nos transmitió a algunas personas la firme convicción que había mostrado el director del Consorcio respecto a la obvia obligación moral del pago a los artistas en las exposiciones, ejemplificando que a él mismo, tras dar una conferencia, le habían pagado con un libro, a lo que él se había preguntado dónde estaba el libro para pagar al electricista que fuera a su casa. Pero ya se sabe la epidemia que está asolando la política, haciendo estragos en los más inopinados recuerdos de nuestros dirigentes. Algunos de ellos olvidan incluso que su labor consiste en servir a la ciudadanía, y hay que recordarles que la tarea principal del Consorcio de Museos consiste en promover una política museística sostenible y de calidad, que para eso cuentan con un presupuesto de más de dos millones de euros, como se dijo en una rueda de prensa a principios de año. Por tanto, sostenible significa que apoyan y enriquecen el tejido cultural de la región, pagando a los profesionales por su trabajo y ofreciendo una programación expositiva de calidad, que es la única forma de que ese dinero público, de todos los ciudadanos, revierta en la sociedad.  Puesto que si priorizan la financiación privada de las exposiciones y no pagan a los artistas, la gran pregunta que a todos nos gustaría que nos respondieran es a qué pesebres van a parar tantos dineros, y en qué medida ese reparto beneficia a nuestra sociedad. Puesto que con unos presupuestos tan jugosos, y unos resultados tan magros, resulta como mínimo chocante la comparativa con el EACC de Castellón, el cual ha mantenido una política expositiva con unos estándares de calidad muy superiores a la del Consorcio, con una quinta parte de ese dinero y pagando a los artistas, por supuesto. Por no hablar de las maravillas que harían con ese mismo dinero al norte de los Pirineos.

Por otro lado, tengo que aclarar que jamás he puesto en duda la caballerosidad y gentileza, de la que puedo dar fe, de don Felipe Garín: con lo que tengo problemas es con su memoria. Es por eso que creo oportuno repetir, una vez más,  este tema hace tiempo superado, y es que el hecho de que los artistas cobren por su trabajo ya no es un tema de debate. Trabajar y no cobrar tiene un nombre, y es algo que, tras la Revolución francesa y la declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, se abolió, en Francia, en 1794, y no hay mucho más que decir al respecto. Quizás tan sólo haya que recordarlo.

Ernesto Casero es artista y miembro de la junta directiva de AVVAC