Figues i naps, de Rafael Solaz
Rom Editors

Cada generación cree que ha inventado la pólvora, sobre todo en lo que al sexo se refiere. Los jóvenes piensan que lo hacen más y mejor que sus viejos, pero a veces se equivocan. El caso de España es único, pues tras varias décadas de vivir con el cinturón de castidad del nacionalcatolicismo, llegó bruscamente el destape y la gente descubrió que tenía algo entre sus piernas. Desde los hierofantes en cueros que trepaban a la estatua de los héroes en la mítica plaza del 2 de Mayo, a la teta de Susana Estrada, icono erótico de la Transición, junto a Nadiuska o Ágata Lys,  o el desnudo de Marisol embarazada, fotografiada por César Lucas en la portada de Interviu.

Los tiempos cambian, y cada vez más rápido, pero la búsqueda del placer sexual perdura, aunque se disfrace bajo distintas máscaras y utilice soportes cada vez más sofisticados. La pervivencia histórica del erotismo se plasma en un libro del bibliófilo e historiador  Rafael Solaz que se presentó recientemente en la Universitat de València con el sustancioso título de ‘Figues i naps’ (Rom Editors).

Portada y contraportada del libro 'Figues i naps' de Rafael Solaz. Rom Editors.
Portada y contraportada del libro ‘Figues i naps’ de Rafael Solaz. Rom Editors.

Este diccionario erótico valenciano está plagado de términos que hacen referencia al mundo hortofrutícola y a la alegría de la huerta: Nap, figa, bacora, cotorra, pardal, piu, parrús. Es uno de los rasgos distintivos de la sexualidad mediterránea, que se practica entre naranjos y a la orilla del mar. Con  257 páginas y unas 300 ilustraciones, el libro incluye fragmentos de literatura erótica popular, canciones, refranes, poesías, sátira fallera, obras prohibidas, ocultas, etcétera.

“La literatura y el pensamiento popular van unidos a nuestras tareas cotidianas”, dice Solaz. “Un pueblo agrícola relaciona los productos que le rodean para aplicarlos al universo erótico. El glosario verde que acompaña la obra incluye muchos de ellos”.

El texto abarca desde el siglo XV a nuestros días, un recorrido por el erotismo cambiante según épocas, salpicado de prohibiciones y críticas moralistas. Recupera una parte de la literatura oculta, en ocasiones basada en la memoria oral, recuerdos transmitidos de generación en generación.

Una de las ilustraciones recogidas en el libro 'Figues i naps' de Rafael Solaz. Imagen cortesía del autor.
Una de las ilustraciones recogidas en el libro ‘Figues i naps’ de Rafael Solaz. Imagen cortesía del autor.

Revistas eróticas y burdeles

Las revistas eróticas nacieron en el siglo XIX y en el XX este tipo de publicaciones experimentó una eclosión, sobre todo a partir de la segunda década. “Es muy conocido el libro de finales del siglo XIX titulado La Mancebía de Valencia, de Manuel Carboneres”, cuenta Solaz. “Otro libro que trató la historia y recorrido de la prostitución en Valencia fue La Valencia Prohibida, que publiqué en 2004. En los locales de la calle de Quevedo se vieron los primeros cabarets muy concurridos  y  se vendían revistas y postales eróticas y algunas pornográficas de importación”.

También en los locos años veinte se abrieron locales como Salón El Dorado, La Rosa, Bataclán o Edén Concert. “Eran cabarets unidos a salas de baile y a bares servidos por señoritas, o sea prostitutas, centros erótico festivos, con sesiones artísticas, frívolas y entretenidas. Un servicio carnal corriente costaba entre diez y veinte pesetas. Se editaron algunos folletos para preservar la salud, sobre todo orientados a evitar las enfermedades venéreas”.

Durante un bombardeo en plena guerra civil, en un local de la calle de Ribera se apagaron las luces. Al finalizar se iluminó de nuevo la sala de baile como si nada hubiera pasado. Una corista cantaba: ‘Tengo una casa con dos entradas, a la que se accede con facilidad, bien por delante, bien por detrás’. A buen entendedor pocas palabras bastan.

Una de las fotografías incluidas en el libro 'Figues i naps', de Rafael Solaz. Imagen cortesía del autor.
Una de las fotografías incluidas en el libro ‘Figues i naps’, de Rafael Solaz. Imagen cortesía del autor.

Callejero de la prostitución

Los orígenes del Barrio Chino de Valencia se remontan al siglo XIV con la instalación del Partit, situado en la actual Beneficencia, un lugar regulado, cercado por muros, con pequeñas casitas donde se ejercía la prostitución. Cuando a principios del siglo XVII se elimina el Partit, la prostitución se extiende por el llamado Bordellet dels Negres, entre la Universitat y el Teatro Principal.

En el siglo XIX al final de la calle de La Nave y área del Parterre existían callejuelas que también contaban con la presencia de prostitutas. Poco a poco el tráfico sexual se fue desplazando hacia el céntrico barrio de Pescadores, entre las actuales calles de las Barcas y Roger de Lauria. Con el derribo del citado barrio, a principios del siglo XX, la prostitución se desplaza hacia la calle de Quevedo y adyacentes, hasta que la apertura de la avenida del Oeste traslada el comercio carnal hacia una zona inmediata, el barrio del Pilar o de Velluters.

Es entonces cuando a este lugar se le da el título de Barrio Chino. Tuvo su apogeo entre los años cuarenta al sesenta, y decayó en los ochenta. En la actualidad el barrio de Velluters y sus calles se han regenerado, lo que ha provocado que tan sólo quede una calle como recuerdo: la de Viana, con contados locales, un lugar considerado como la última frontera del Chino, un recuerdo que languidece.

Solapa del libro 'Diccionario erótico' de Rafael Solaz. Imagen cortesía del autor.
Solapa del libro ‘Diccionario erótico’ de Rafael Solaz. Imagen cortesía del autor.

Bel Carrasco