Dalí putrefacto: guía personal de la exposición del verano

Dalí putrefacto (Parte 1)
Dalí putrefacto (Parte 2)

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–        Salas 8, 9 y 10: En estas salas todo aparece mezclado y confuso, quizás por una cuestión arquitectónica, quizás por cansancio, quizás porque ese líquido viscoso que formamos los y las visitantes se derrama como un queso camembert bajo el sol o como un reloj blando por todas las direcciones. Lo primero que nos encontramos es la proyección de un anuncio de Dalí para una marca de chocolate. Estamos frente al Dalí norteamericano que va desde 1940  a 1948, la famosa “Ávida Dollars” que le llamó Bretón, el Dalí escaparatista, figurinista, pintor, ilustrador, diseñador de joyas e incluso fabricante de personas como Amanda Lear, el Dalí que se diluye en la sociedad masas a la que accede con su huída a EE.UU. y con el estallido de la Segunda Guerra Mundial llegando a parar a una sociedad con suficiente energía, juventud y dinero “para contentar mi hipertrofia del yo”. De esa sala lo más curioso es el dibujo para el pabellón de la Exposición Universal de Nueva York de 1939 que pretendía sellar los años de la Gran Depresión con una demostración de pabellones rectilíneos y modernos en los que destacaba el edificio uterino firmado por Dalí con entrada realizada con dos piernas de mujer gigante y gran depósito de agua interior.  A través de esa sala se puede acceder a una exposición de los dibujos que iban a acompañar el libro “La vida secreta de Salvador Dalí” escrito entre 1941 y 1942 y a la sala dedicada a sus trabajos en el cine comercial y donde se juntan Walt Disney con el corto “Destino”, con Alfred Hitchcock quien contrató al pintor porque quería sueños no nebulosos sino claros y cortantes para “Recuerda”, y nada menos que San Antonio en un famoso cuadro sobre las tentaciones humanas presidido por la fama y el triunfo como un caballo encabritado con los cascos desgastados.

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Esa sala de trabajos escenográficos da paso a una estancia dedicada a sus últimas obras norteamericanas y donde Dalí empieza a trabajar bajo el misticismo nuclear provocado por las bombas atómicas lanzadas en Hiroshima y Nagasaki y donde el pintor hace notar la influencia de sus lecturas científicas. El “Idilio atómico y uránico melancólico” de 1945  marca el inicio de esa etapa con un especie de Guernica daliniano marcado por aviones que sueltan bombas atómicas y que conviven con fantasmagóricos jugadores de beisbol. Cerca de éste se encuentra el “Niño geopolítico observando el nacimiento del hombre nuevo” donde de un huevo-mapa-mundi surge un hombre por EE.UU. que se agarra y aplasta a Inglaterra ante una figura vieja y atemorizada que representaría a Europa.

–        Sala 11: El enigma estético. Dalí ahonda en el cientificismo de sus obras convirtiendo en moléculas viejos temas de la historia del arte (“Máxima velocidad de la Madonna de Rafael”) y recuperando la técnica de los maestros del Renacimiento. Dalí ha vuelto a España porque dice quiere visitar a sus dos caudillos “Franco y Velázquez”, se ha vuelto cristiano y combina las lecturas de física cuántica con el evangelio, diseña el logo de chupa-chups al tiempo que se obsesiona con las formas cuadradas de El Escorial. Los visitantes nos emocionamos ante esa “Ascensión de Cristo” donde Cristo es representado por un chaval de Cadaqués y la Virgen María/María Magdalena por Gala. Cristo sobrevuela un matemático girasol cuyo movimiento sigue al sol como el pensamiento de un cristiano sigue a Dios durante el rezo. Frente a éste encontramos a “Dalí de espaldas pintando a Gala de espaldas eternizada por dos corneas” donde el gusto por las formas renacentistas y los gustos barrocos se plasma en una multiplicación de planos y donde el único espacio donde Dalí aparece completo es en el reflejo del arte. Al fondo de la sala su último lienzo en vida, una pintura sobre una golondrina y un violonchelo que parece ser pintada bajo la influencia de la Teoría de las catrastofes de Rene Thom basada en calcular los cambios repentinos de comportamiento y resultados de los sistemas estructurales y que se puede aplicar tanto a terremotos como a revueltas civiles (alguno lo ha aplicado a motines carcelarios).

Tras esto un silencio de pasillos en blanco destinados a manejar las masas dalinianas que se agolpan en las salas y unos breves momentos para reflexionar y encomendarse a nuestro santo patrón San Walter Benjamin quien no sólo expuso que la idolatría al artista genial predispone a la idolatría al caudillo sino que tendría mucho que decir de este delirio expositivo en el que parece que el valor de las obras dependan de su reproducción en las miles de córneas de sus visitantes (valor de exposición). Lo importante no es pues Dalí que ha perdido todo valor de culto convertido en una star, un dictador y un campeón del gusto burgués, lo importante es lo que nos dice esta exhibición de estos tiempos terriblemente reaccionarios que estamos viviendo donde las instituciones proyectan su aburrimiento de miembros podridos y museos osificados. En definitiva el triunfo de esta macro exposición reside en que crea una experiencia estética muy próxima a la obra del autor: la blandura comestible y fácilmente dirigible del arte de Dalí se combina a la perfección con la dureza represiva y la erección política de estos tiempos.

Nacho Palomitas