Dalí putrefacto: guía personal de la exposición del verano

La primera crítica que me ha encargado MAKMA tiene algo de mitológico, como de descenso a los infiernos ya que ha consistido en una visita a la exposición del verano, la macro exhibición que sobre la obra de Salvador Dalí que se está realizando en el Reina Sofía hasta el 2 de septiembre bajo el aparatoso título de “Todas las sugestiones poéticas y todas las posibilidades plásticas”. El mismo día que visité el Reina en esa arriesgada misión, Madrid había decidido abrir sus carnes y soltar todo el calor que llevaba acumulando durante meses. Neptuno, cuya ira es capaz de provocar terremotos (“Las paredes del Reina Sofía tiemblan” decían los periódicos aludiendo a los 16.000 visitantes del primer fin de semana), se derretía en su fuente y su tridente flácido apuntaba al agujero en el asfalto por donde salía un calor seco y una gran cantidad de personas norteamericanas y jubiladas que formaban una fila que llegaba hasta la puerta de entrada del museo. Porque Dalí gusta, pero no nos engañemos, gusta a los jubilados y a los norteamericanos, quienes se convirtieron en mis compañeros de ese viaje estético hacia las profundidades de un autor cuya decadencia artística y personal culminó en una canción de Mecano: “tirita su burbuja  / al descontar latidos / Dalí se decolora / porque esta lavadora / no distingue tejidos”.

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El Dalí del Reina Sofía está lejos de esa decadencia que cantaba Mecano y muestra su encanto mentiroso en una larga fila de visitantes que ahoga al propio museo en una exposición llena de logos y de subvenciones pero previsiblemente cara y que recupera esa tradición extinta de las exposiciones espectáculo. Grandes exhibiciones con colas milenarias que parecían imposibles en un panorama cultural como el que estamos viviendo y que recuerda –esta vez sí- al Dalí de los últimos años: una Cultura Contemporánea que baila con la Muerte una sardana de deshidratación de subvenciones e incendios de recortes. En ese panorama desolador y surrealista, el Reina Sofía saca músculo y muestra el apoyo popular a las artes y las buenas gentes, masas de espectadores que no va ni al cine ni al teatro ni a otras exposiciones, salen de sus escondrijos por esa grieta que abría el asfalto y se pone a hacer cola en Ronda de Atocha 2 (recomiendo esa entrada, es más practicable). Ese músculo que simboliza el apoyo popular a la cultura es en realidad un miembro atrofiado y sujeto por una muleta que se deshace una vez dentro de la exposición que está (des)organizada en torno a once salas que se convierten en otros tantos recovecos de la mente de Dalí. ¿Significa toda esa afluencia de visitantes que Dalí sigue vivo? No, Dalí esta muerto y se ha convertido en un autor putrefacto, en un burro corrupto y esta exposición no hace otra cosa que meterlo en un gran tanque de formol como en esas obras de arte contemporáneo que tanto enfurecen a los jubilados y norteamericanos. Pero antes de soltar más maximalismos dalinianos repasemos brevemente las salas y veamos el contenido que nos ofrecen:

–        Sala 1, primeros años: La exposición empieza como el recibidor de una casa burguesa de los años 70, con el cuadro “Muchacha en la ventana” ante el que la Reina se hizo una fotografía el día de la inauguración (Sofía miraba el paisaje que miraba Ana María). En esta sala nos encontramos el clasicismo de los primeros años de Dalí, enlazado con la Nueva Objetividad que recorría Europa y que combina tan bien con ese cubismo con el que se acerca a los primeros paisajes de Cadaqués. Tres obras que no hay que perderse: el retrato de su padre, efigie castradora que le llevó a visitar la tumba de su hermano muerto y que para su educación sentimental le dejó a mano un libro sobre enfermedades venéreas que marcará su visión de la sexualidad. “Composición con tres figuras. Academia neo-cubista” con una figura representando el amor profano y otra el sacro y en medio una marinero retratado al modo de San Sebastián que tiene a los pies un busto formado por los rostros de Dalí y Lorca ambos protegidos por su santo. Al final de la sala, el famoso retrato de Buñuel con ese paisaje metafísico de fondo y esa nube que recuerda a Mantegna y a la navaja que cortará el ojo de “Un chien andalou”. Junto a él las ilustraciones para el libro que preparaba con Lorca sobre putrefactos, que no son otros sino los académicos y cursis de la época.

–        Sala 2, autorretratos. El autorretrato en Dalí es una reiteración o pleonasmo. Dalí, tras la muerte de su madre se traslada a la Residencia de estudiantes produciéndose importantes cambios en su personalidad. En esta sala vemos tres autorretratos: uno previo a su marcha a Madrid (“Cuello rafaelesco”) donde vemos al Dalí bajo el influjo del pintor Ricardo Pichot y de su tío, conocido y moderno librero y otros dos autorretratos ya en pleno contacto con las vanguardias en una capital de provincias tan grande como es Madrid que recibía a los pintores modernos en la primera década del siglo XX en su huída de la Primera Guerra Mundial. Dalí se pinta cubista, futurista, vestido de obrero y con el diario comunista “L`humanité”, Dalí se pinta imitando al pintor urugayo Rafael Barradas que se paseaba por el Madrid de 1920.

–        Sala 3: “La miel es más dulce que la sangre”. La exposición es tan inmensa y aparatosa que las obras maestras se colocan en los pasillos. La sala está dedicada a la influencia de Lorca en la obra de Dalí y a los tanteos de éste con las vanguardias del momento. Dalí en comandita con nuestro Gran Poeta, en vez de tirarse por el camino del “cubismo lírico” y/o “cubismo jondo” empieza a crear lo que Lorca llamó “estética fisiológica” con un gran despliegue de cuerpos decapitados, desmembrados y órganos sexuales aislados. Podemos señalar la influencia de Miró, Max Ernst o Tanguy o si estamos de otro humor podemos preguntarnos por el alcance de la relación entre Dalí y Lorca quienes compiten ferozmente por ver quién tenía más miedo a las mujeres. Dos cuadros: “Los esfuerzos inútiles” donde una Venus monstruosa y sin cabeza separa los rostros de los dos grandes protagonistas de la sala, el Poeta y el Pintor. También “La miel es más dulce que la sangre” que resume todos esos motivos lorquianos salpicados de referencias al «Los cantos de Maldoror» del  Conde de Lautréamont y en donde los cuerpos partidos, las llamas, las moscas y las plumas vuelven a separar al Pintor del Poeta. También hay profusión de burros podridos que muestran como la Residencia de Estudiantes creó una iconografía propia que fue utilizada en distintos medios (Un chien andalou) y que en este caso parte de una cruel broma al academicismo de Juan Ramón Jimenez, especialmente de su “Platero y yo”, para alcanzar profundidad en la psiqué daliniana.

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