Crónicas del desastre, Juan Madrid

#MAKMALiteratura | MAKMA ISSUE #02
Juan Madrid | Crónicas del desastre
MAKMA, Revista de Artes Visuales y Cultura Contemporánea, 2019
Domingo 9 de agosto de 2020

Aquella mañana, Mariano Céspedes Batallón fue a ver a Paco, el de la tiendecita de la esquina, y se puso a hablar con él. Le debía dieciséis euros.

–Vengo a pagarte, Paco –le dijo.
–No hace falta, Mariano. Ya me pagarás. ¿Quieres el periódico? –le preguntó Paco–. Así te distraes un poco, hombre.
–Bueno…, no, creo que no, hoy no me lo voy a llevar.
–¿Y eso? Hombre, llévatelo…, ya me lo pagarás cuando lo leas. Venga, tío, tómalo. Así te entretienes. No lo estropees mucho y me lo devuelves luego.
–No, no…, en serio, para las mentiras que cuentan los periódicos. –Mariano le sonrió.

Gastaba barbita recortada, que se le estaba volviendo blanca. Tenía cincuenta y ocho años, pero aparentaba diez más. Yo lo había visto varias veces en el metro de Colón tocando los primeros compases de ‘La Internacional’ con el acordeón.

–Vale, como quieras, pero ya sabes…, tú eres un amigo. No lo olvides –le contestó Paco.
Mariano contó dieciséis euros y se los entregó. Paco se extrañó bastante y le dijo que no corría prisa.
–Pero a mí me gusta pagar las deudas, ya sabes.

Crónicas del desastre, Juan Madrid
Páginas interiores del relato inédito de Juan Madrid (ilustración de Kolo), publicado en MAKMA ISSUE #02.

Eso fue lo que me contó Paco una semana después, mientras se le saltaban las lágrimas. Ahí fue cuando me enteré de que Mariano llevaba ocho años separado de su señora. Tenía dos hijos mayores, uno en Bilbao de guarda de seguridad y el otro por la parte de Sigüenza, un bala perdida que se dedicaba a las chapuzas. Llevaba parado desde 2009 y parece que tenía tres o cuatro nietecillos, y que ni sus hijos ni sus nietecillos venían a verlo. Paco me comentó que los dieciséis euros se los fio un día porque Mariano quiso regalarle a sus nietecillos unos cuadernos para colorear la última vez que fueron a verle el año pasado, por Navidad.

Mariano, después de ajustar cuentas con Paco, se fue para el bar del Teodoro y le dijo que cuánto le debía. El Teodoro se le quedó mirando.

–¿Te ha tocado la lotería, macho?
–No, no…, es que me gusta pagar las deudas. Ya sabes.
–No corre prisa, Mariano, tío. ¿Un cafelillo con leche? Paga la casa.

Paco me dijo que no debía de haber mucha gente a esa hora en el bar El Tropezón. Quizás estuvieran los de siempre: el Lalo, Pepe Vinuesa y algún otro. La cantidad que debía Mariano no debía de ser mucha, ya que no bebía. Su único vicio eran los cafés con leche y el tabaco –los Ducados–. Tampoco podía saber si después fue a otros lugares a pagar lo que debía. Eso él no podía saberlo. Recuerda que aceptó el cafelillo que le ofreció el Teodoro y que a Mariano casi se le saltaron las lágrimas de agradecimiento.

–Después de pagarle al Teodoro ya no sé lo que hizo –insistió Paco.
–Debió de haber vendido el acordeón, ¿no crees? –le dije–. ¿Lo llevaba cuando habló contigo?
–Pues, no, don Juan, no lo llevaba. Me hubiera acordado.
–De ahí debió de sacar el dinero para pagar las deudas, ¿no te parece?
–A lo mejor. El Teodoro me dijo que debía los cafés de la última semana: siete cafés con leche y tres paquetes de Ducados. Lo pagó todo.
–Seguro que lo vendería.
–Eso creo yo también. Desde luego, ya no podía tocar más en el metro, las autoridades no le dejaban; vamos, que no le dieron licencia, ¿sabe usted? Por esa ley del ayuntamiento, esa que dice que los músicos callejeros tienen que tener un carnet o un examen, ya ve. Y él pues no lo pasó. No era muy bueno, la verdad.
–Vaya, no sabía eso. Entonces, ¿le negaron el permiso para tocar en el metro?
–Sí, señor, se lo negaron. Eso me dijo.
–Tocaba bastante bien ‘Té para dos’ y ‘Mi amor vive arriba’ y ‘El humo ciega tus ojos’; se las sabía de memoria. En cambio, ‘La Internacional’…, bueno, tocaba los primeros compases y nada más.
–No parecía de izquierdas, sabe usted, y tampoco demasiado cabreado. Era un hombre tranquilo y serio.
–La procesión va por dentro, Paco.
–Sí, eso debió ser. Un día me dijo que debía haber ensayado más, haberse preocupado de tocar bien el acordeón. Estudiar solfeo y esas cosas. Parece que desde joven era aficionado al acordeón, lo tocaba en las fiestas familiares, ya sabe.
–¿Y sabes algo de su señora? ¿Dónde vive?
–Pues no. Me acuerdo de ella, claro. Siempre estaba de mala leche, cabreada, una tía de malas pulgas. Se llamaba Clarita… También me acuerdo de sus niños. Ahora deben ser unos muchachones. Ni siquiera venían a verlo.

Portada de MAKMA ISSUE #02, a partir de una de las obras del proyecto ‘Autocines’ (2019), de la fotógrafa Gala Font de Mora.

Según me dijo Paco, Mariano Céspedes había estudiado Peritaje Mercantil, de joven, en la Academia Bilbao, que ya no existía. El título se lo habían homologado en 1968. Estuvo trabajando treinta años en Ferretería El Siglo XX, de la calle Valverde, que tenía dos pisos y ocho empleados, además de don Victorio, el dueño. Cuando se murió don Victorio, en 1998, sus hijos vendieron el edificio, que se convirtió en unos hermosos apartamentos muy modernos. Mariano estuvo en el paro, pero hizo un cursillo en el INEM de Informática y en 2001 se colocó de contable en Materiales de Construcción Josema, en la calle de San Hermenegildo, que llegaba a facturar al año dos millones de euros. Se compró el piso, pero Materiales de Construcción Josema quebró en 2009 y Mariano tuvo que tirar con muchas fatigas el año del paro. Desde hacía dos años tocaba en el metro y se sacaba entre veinte y cuarenta euros a la semana, cuando venían buenas.

Y ya no pudo pagar las deudas con el banco. Yo lo vi dos o tres veces en el metro. Una vez me paré a escucharle ‘Té para dos’ y le puse en el platillo un dinero, no mucho.

–Muchas gracias, caballero. ¿Le gustaría escuchar otra melodía? ¿Qué le parece ‘El humo ciega tus ojos?’.

Le dije que adelante y la tocó. Luego le ofrecí un cigarro y nos pusimos a fumar y a hablar. Me dijo que se había separado de su señora hacía ocho años y con lo que sacaba tocando el acordeón en el metro pagaba las letras del banco, pero que le habían cortado la luz. Comía en Cáritas y usaba velas.

–¿Puede usted tirar con cuarenta euros a la semana? –le pregunté.
–Sí, señor…, a base de no gastar en comida…, ya ve. Me sale justo para pagar las letras del banco. Y si falta…, bueno, si me falta le pido a los amigos, aunque ya no me quedan amigos que pedirles dinero. Todos están jodidos. Así voy tirando.

No volví a verlo. Debió de ahorcase aquel día en que le comunicaron los del banco eso de que lo iban a desa…, bueno, que lo iban a desahuciar. Les debía quince mil quinientos euros, casi un año de impago. Es posible que ese día vendiera el acordeón y pagara las deudas. Lo encontró Paco una semana después, mosqueado porque no daba señales de vida. Según parece, al ver que no respondía nadie, acudió al taller de chapa y pintura de al lado y se vino con un muchacho que descerrajó la puerta.

Se había colgado de una de las vigas del techo, pero, al parecer, no hizo bien el nudo por falta de pericia –o vaya usted a saber por qué– y debió de tirarse más de media hora de agonía colgado del techo. Con los espasmos y los movimientos se le bajaron los pantalones. Llamaron a la policía y vinieron los del juzgado tres horas después.

Paco encontró sesenta y cuatro euros en un sobre, en el que Mariano Céspedes Batallón había escrito: “Para mis hijos”.

–No encontré la dirección de sus hijos, don Juan, ni de su señora. Tengo aquí el dinero guardado. ¿Qué hago?

FIN

Crónicas del desastre, Juan Madrid
Ilustración de Kolo para ‘Crónicas del desastre’, relato inédito de Juan Madrid.

Juan Madrid