Carlos Bunga
MACBA (Museu d’Art Contemporani de Barcelona)
Plaza dels Angels, s/n Barcelona.
Hasta el 7 de febrero de 2016

El interés por lo urbano y el espacio público, se puede ver como protagonista en la intervención de Carlos Bunga, por vez primera en España en la Capella MACBA.

El artista portugués, fiel a su estilo, liga su producción tanto con la sociedad actual como con la pasada. Lo consigue poniendo en relación dos elementos; la propia función original de culto religioso católico del edificio y las diversas transformaciones del barrio en el que se encuentra.

La Capella fue en sus inicios un teatro para los ejercicios de la fe, rituales, jerarquías, así como símbolos y relatos. Fue construida en el siglo XV y desacralizada durante la desamortización de Mendizábal (1835-1840), como muchos otros edificios, conservando hoy en día un esqueleto espacial que acoge actos tanto laicos como cívicos.

Bunga pretende con su obra, implicarse y hacer que el espectador reflexione de una forma individual, y que ese pensamiento subjetivo se transforme en colectivo. Este artista, se muestra fascinado con que los actos individuales se conviertan en común y por ello emplea su propio lenguaje artístico –con el que consigue incluir el espacio publico.

La idea de libertad de actuación está patente en su forma de trabajar ya que se guía por su intuición creativa, pero también se refleja  en el resultado, ya que rompe con toda una serie de códigos de los que nos rodeamos, sean gramáticas, de lenguajes o normas que se han ido imponiendo a lo largo de nuestra vida.

Tenemos por tanto, a todo un artífice de dispositivos arquitectónico-escultóricos, ya que hay una mezcla entre los edificios intervenidos y sus propios elementos constructivos.

La sustracción, destrucción o desmontaje, de la que nos ha hecho partícipes Bunga desde los años 70, se vuelve a repetir una vez más con una naturaleza única, efímera y contrariamente sólida, de belleza singular. Así pues, el artista muestra como «La impermanencia está constantemente presente, constituye nuestro patrimonio genético. La ciudad, que funciona como una segunda piel, es la heredera de este patrimonio orgánico» y con su obra lo remarca.

Daniela Hurtado Reina