Gervasio Sánchez. Antología
Museu Valencià d’Etnologia
C/ Corona, 36. Valencia
Hasta el 9 de octubre 2016

Si una antología es una recopilación de obras notables, la exposición de Gervasio Sánchez, comisariada por Sandra Balsells, es toda una biografía colectiva. Tal y como ocurre en una biografía la exposición recorre un viaje vitalicio, o quizá parte de él, relatando diferentes situaciones enmarcadas en diversos contextos históricos. Quizá es esta la razón por la que se conoce al autor como un fotógrafo que va más allá del hecho de ser reportero de guerra. Por ello no nos extraña que la comisaria afirme que, con su trayectoria, Sánchez “ha reafirmado su nítida vocación y convicción de fotoperiodista independiente”.

La narración de una historia reciente se plasma en las fotografías de manera que se observa “una extensa visión de una geografía humana lacerada por la guerra, el odio, la desolación, y a la postre, olvidada en su sufrimiento”. El recorrido da comienzo en los años 80 en América Latina, uno de los primeros conflictos armados que Gervasio Sánchez tuvo que cubrir. Se prolongan, ya desde este momento, esos rostros anónimos que dejan de serlo tras el disparo, no dañino, de Gervasio Sánchez. Otro de los lugares que más ha fotografiado Sánchez es la zona de los Balcanes. Enviado allí en 1992, durante el sitio de Sarajevo, las fotografías muestran no tanto el auge bélico, sino la vida cotidiana en guerra. El asedio es uno de los más largos de la historia moderna y es precisamente por ello por lo que sus habitantes se hicieron a la normalidad de vivir sin luz, con bombardeos continuos, a las bibliotecas destrozadas y a los cadáveres tirados en las calles. Los personajes de los Balcanes que están fotografiados no se inmutan, en todo caso, sobreviven.

Fotografía de Gervasio Sánchez. Imagen cortesía del Museu Valencià d'Etnologia.
Fotografía de Gervasio Sánchez. Imagen cortesía del Museu Valencià d’Etnologia.

Una cita de Jean Cocteau sobre el cinismo de los responsables políticos es una de las reflexiones que el autor lanza al espectador. Palabras, además del rastro visual, acompañan en todo momento al visitante. Mientras observamos el mutismo de los protagonistas, Sánchez arroja un poco de luz con su experiencia. Es así que llega un momento en el que toda la contemplación del horror introduce al fotógrafo en diversas historias que le hacen darse cuenta de que puede participar activamente a través de la denuncia. De esta forma nace ‘Vidas Minadas’ un proyecto, todavía inconcluso, sobre las secuelas que provocan las minas antipersonas en la población civil. Este es un encargo de una revista del corazón que le lleva hasta Angola, donde su obra da un cambio drástico: trata de sacar a la luz los nombres de esas personas, en un principio anónimas. Niños, niñas y muchas familias destrozadas muestran la falta de miembros sin ningún pudor.

A raíz de estas primeras fotografías en ‘Vidas Minadas’, otro de los puntos fuertes que se observan es la necesidad de plasmar el paso del tiempo de esos protagonistas, que lograron, con mucho esfuerzo sobrevivir a los conflictos. Es el caso de Adis Smajic que solo contaba con 13 años cuando le explotó una mina antipersona. Sánchez seguirá retratándole años más tarde, en ocasiones con su esposa o postrado, dispuesto a que le practiquen la última de unas treinta operaciones.

Otro de los proyectos que Gervasio Sánchez lleva a cabo es un gran documental sobre la temática de los ‘Desaparecidos’. Una materia que había estado presenciando continuadamente allá donde fuera. ‘Desaparecidos’ son fotografías de personas de todo el mundo, gente que dedica su vida y sus recursos a tratar de encontrar a sus seres queridos, encontrándose, la mayoría de ellos, desvalidos por los gobiernos. En sus ínfimos gestos, esos que la cámara insinúa, vemos desesperación y vidas rotas. No sabemos si es una llamada a la esperanza, o más bien, la estela imborrable del horror de la guerra.

Fotografía de Gervasio Sánchez. Imagen cortesía del Museu Valencià d'Etnologia.
Fotografía de Gervasio Sánchez. Imagen cortesía del Museu Valencià d’Etnologia.

María Ramis