Fantasmas del desierto, de Guillermo Orsi
Editorial Almuzara
De venta en librerías

“Se nace para sobrevivir, no para ser feliz”. Con esta categórica afirmación en boca de uno de sus personajes arranca la última novela del argentino Guillermo Orsi (Buenos Aires, 1946),  Fantasmas del desierto (Editorial Almuzara). Considerado uno de los grandes maestros de la novela negra, su nombre se ha barajado incluso para el Nobel, Orsi ha cosechado numerosos premios en España, desde el Emecé (1978) o el Umbriel (2004)  al prestigioso Premio Hammet (2009) que concede la Semana Negra de Gijón por Ciudad santa.

Portada de Nadie ama a un policía, de Guillermo Orsi.
Portada de Nadie ama a un policía, de Guillermo Orsi.

“Fantasmas del desierto es la segunda novela en la que aparece Pablo Martelli, alias Gotán (tango al revés), un policía que decidió abandonar la Federal cuando ésta fue reclutada como fuerza de apoyo en las tareas represivas de la última dictadura”, dice Orsi. “Un tipo digno, que paga por ello un precio muy alto, pero que no se baja de su necesidad de implicarse en casos complicadísimos cuando estos se le pre​sentan. Y es que, aun retirado, no puede dejar de ser policía. En esta novela y tras un comienzo de historia convencional con homicidio, se enfrenta de a poco con el poder real. Y en su condición más tremenda y siniestra. Hay una mujer joven que lo convence de que su actuación es necesaria, otro amor inasible, otro fantasma que pretende aprehender como si fuera real”.

Basta leer los primeros capítulos del libro para percibir la contundencia y la rabia que destila el lenguaje de Orsi, un autor sin pelos en la lengua que tira con bala, denunciando la corrupción a todos los niveles. Obispos pedófilos, empresarios cementeros que urden oscuros negocios en minas de oro, policías vendidos. Con su afilado escalpelo, Orsi disecciona la inmundicia con un gesto elegante sin contaminarse de ella.

Portada de Ciudad Santa, de Guillermo Orsi.
Portada de Ciudad Santa, de Guillermo Orsi.

“Los rostros, o mejor, las máscaras de la corrupción son las mismas donde ésta represente su farsa”, señala. “Los gobiernos son corruptos pero porque hay un poder real, efectivo y permanente, sobre el poder político, que corrompe para ajustar los lazos de sus negocios privados. No hay corruptos sin corruptores, sólo que estos últimos mantienen un bajo perfil y tratan de pasar desapercibidos, mientras señalan y acusan a diestra y siniestra”.

Pese a que hoy sea un argentino quien ocupa el trono de Pedro y a las críticas acervas que le dedica en su novela, Orsi dice que no opina mucho sobre la Iglesia “porque no me considero parte de su rebaño”. “Sólo la tomo en cuenta cuando invade zonas terrenales», añade, “cuando se mete, y mal, con temas tan delicados como el aborto, por ejemplo, y pretende decidir sobre el cuerpo de las mujeres, comulguen o no con su doctrina. Y no, no es santo de mi devoción, esa iglesia. El Papa Francisco se llama Bergoglio y es un político astuto, quiere poder, como cualquier político, astuto o tonto. Si llegó al Vaticano y se transformó en Francisco, habrá que estar alertas ya que sospecho que no es Dios lo que lo preocupa”.

‘Vivimos en jaulas de papel, decoradas por dentro con dibujitos de Disney y falsos mapas que nos tientan a buscar tesoros’, reflexiona Gotán. ‘Los poderes son hábiles decoradores de la nada’. ‘No siempre –o por lo general nunca- los buenos negocios son compatibles con la felicidad de los pueblos’.

Portada de Fantasmas del desierto, de Guillermo Orsi
Portada de Fantasmas del desierto, de Guillermo Orsi

Sólo su gato, que responde al  nombre de Félix Jesús, se escapa de su ácida y mordaz visión del mundo. ‘Se sabe que la condición humana les cae mal a los gatos, no le encuentran lógica alguna a contar con un cerebro tan pesado que, al paso de los años, se carga de prejuicios, sofismas, falacias y otras resacas de esa actividad compulsiva y sin salida a la que llamamos pensamiento’. “El Gato Félix ha estado tan presente en los iconos con los que de niños pretendieron moldear nuestras mentes como Jesús de Nazaret”, dice Orsi. “Me quedo con Félix”.

El autor bonaerense no se incluye dentro de ninguna de las corrientes del género. “Me siento cómodo escribiendo”, afirma. “Surge un conflicto, unos personajes y empieza el juego. De la cantidad de muertos y de amores que luego se sumen al mismo, ya no soy responsable. O intento que no se me acuse de ello”.

Portada de Tripulantes de un viejo bolero, de Guillermo Orsi
Portada de Tripulantes de un viejo bolero, de Guillermo Orsi

En cuanto al apogeo de la novela negra, constata que en Argentina se vive “cierto auge del género, en el que el lector que tal vez antes no frecuentaba encuentra zonas especulares, datos de la realidad que confluyen guiados por la ficción literaria y que tal vez le permiten una más cabal comprensión de lo que está sucediendo con las relaciones de poder y la violencia en nuestras sociedades. De los escritores e​spañoles del género, necesariamente hay que remitirse a Vázquez Montalbán, un clásico. De los más nuevos o modernos se sabe y se lee poco. Estamos lamentablemente aún fragmentados como lectores, por un mercado que lucra con esa fragmentación”

El ‘Efecto Premio’ pasa pronto, sentencia Orsi. Sin embargo, reconoce que le han servido “para aliviar cuentas, cuando fueron en efectivo y me han gratificado cuando como, en el caso del Hammett, llevan implícito el reconocimiento de tus pares”, concluye Orsi.

La editorial Almuzara ha publicada numerosos títulos des escritor argentino. “Pensamos que Orsi, como Roberto Bolaño en otro ámbito, ha conseguido trascender el género negro confiriéndole una calidad literaria de alto rango”, dice Javier Ortega, editor de este sello. “Va siendo hora de que las academias e instituciones dejen de lado sus prejuicios hacia la literatura de género -empiezan a hacerlo tímidamente- y reconozcan su papel esencial a la hora de reflejar los aspectos más turbios de nuestra sociedad. La obra de Orsi, repleta de imágenes poderosas, de diálogos punzantes y acerados y personajes que buscan ansiosamente la redención, es una metáfora admirable de nuestro tiempo, en el que la corrupción y la impunidad de los gobernantes han logrado que el idealismo y la honestidad parezcan conductas anacrónicas, propias del pasado”.

Guillermo Orsi
Guillermo Orsi

Bel Carrasco