Calabuch, de Luis García Berlanga
Horizontes perdidos, de Frank Capra
Cátedra Berlanga. Universidad CEU Cardenal Herrera y CulturArts del IVAC La Filmoteca
Palacio de Colomina
C / Almodí, 1. Valencia
Días 12 y 13 de diciembre de 2016

Shangri-La no sólo es el nombre de un pueblo perdido en las montañas del Tíbet, en la novela ‘Horizontes perdidos’ de James Hilton, sino también es metáfora de un espacio de paz y felicidad. Un espacio utópico, probablemente, que todos anhelamos encontrar algún día, tal y como manifiestan ciertos personajes en la película homónima de Frank Capra.

“¿Cree en Shangri-La? Sí, creo porque quiero creerlo. Señores brindemos:  espero que Robert Conway, al igual que todos nosotros encontremos nuestro Shangri-La”. Con ese brindis esperanzador termina la  película de Frank Capra.

Calabuch no sólo es ese pueblo perdido en el mediterráneo de la película homónima de Luis García Berlanga, sino también es ese espacio de paz y felicidad, por lo menos para el personaje principal de la historia: el científico Jorge Serra Hamilton.

“¡Ay! Si esto no es la felicidad, es algo que se le parece mucho”, suspira Jorge Serra, cuando la maestra del pueblo le pregunta si Calabuch es su única felicidad.

Fotograma de Calabuch, de Luis García Berlanga.
Fotograma de Calabuch, de Luis García Berlanga.

La felicidad, alcanzar la felicidad, sería el único propósito de la vida, el único deseo del ser humano, tal y como afirma Freud en su ensayo ‘El malestar en la cultura’. Ahora bien, como el propio Freud señala unas líneas después, el designio de ser felices no parece que se incluya en el plan de la creación.

Las palabras de Freud parecen ciertas. La experiencia nos dice que estamos abocados a sentir más la desgracia que la felicidad. Un sufrimiento que nos acecha por tres fuentes: desde el propio cuerpo humano decadente y caduco, desde el omnipotente y destructivo poder de la naturaleza y desde la complicada relación con los otros seres humanos – como decía Sartre: el infierno son los otros.

Tres fuentes de dolor difíciles ya no solo de detener y controlar, sino de apaciguar, incluso desde una cultura con un elevado progreso tecno-científico y con políticas democráticas de organización social. Sin embargo, aunque la tarea de alcanzar cierto bienestar sea ardua, no por ello, como señala Freud, se deben abandonar los esfuerzos por lograr la felicidad.

El Shangri-La que aparece en la película 'Horizontes perdidos', de Frank Capra.
El Shangri-La que aparece en la película ‘Horizontes perdidos’, de Frank Capra.

La comunidad de Shangri-La, en ‘Horizontes perdidos’ de Frank Capra, está protegida de las vicisitudes adversas que amenazan al ser humano: el cuerpo vive en una eterna juventud, la naturaleza es generosa y acogedora, y el otro, el prójimo, es sentido como un colaborador digno de ser amado y no como un ser hostil, objeto de agresión. Shangri-La es, como narra la voz en off del prólogo de la película, el lugar soñado, el lugar utópico.

“En esta época de guerra y de rumores de guerra, ¿no ha soñado alguna vez con un lugar donde haya paz y seguridad, donde la vida no sea una lucha sino un placer duradero?”.

Shangri-La es el paraíso, literalmente perdido, pero anhelado. Y ese supuesto paraíso es el que encuentra el protagonista de la película de Berlanga, Jorge Serra Hamilton, en ese pueblo perdido del mediterráneo llamado Calabuch.

En Calabuch las fuentes de angustia y sufrimiento del ser humano son representadas por Berlanga de manera afable, lúdica, anárquica. De este modo, la vejez y lo contingente desfavorable de la naturaleza se viven de manera apacible y luminosa; y las relaciones con los otros seres humanos son sentidas como cordiales en el interior de un pacto social de mutuo respeto, dentro de los papeles sociales que cada uno ocupa en esta tradicional sociedad cultural.

Edmund Gwenn en 'Calabuch', de Luis García Berlanga.
Edmund Gwenn, como Jorge Serra Hamilton, en ‘Calabuch’, de Luis García Berlanga.

“Aquí la gente no se preocupa de ser diferente de lo que es en realidad, ni de lo que piensan los demás tampoco. No. Cada cual vive su vida sin hacer daño”, con estas palabras describe el protagonista Jorge Serra Hamilton la vida en Calabuch.

El científico que ha conseguido el poder, el éxito y la riqueza -valores como dice Freud que “todo ser humano anhela para sí y admira en los demás”- parece haber encontrado en Calabuch “los valores genuinos que la vida ofrece”, tal y como Freud afirma en las primeras palabras de su ensayo ‘El malestar en la cultura’.

Ahora bien, ¿cuáles son esos valores genuinos que este personaje ha encontrado en Calabuch para sentir cierta felicidad? Unos valores que esalzan la vida sobre la muerte: el eros sobre el tanatos. Algo fácil de proclamar, pero difícil de conseguir.

“Aquí no importa la bomba atómica, ni la guerra. Aquí importa vivir”, exclama entusiasmo Jorge Serra.

Tanto la comunidad de Shangri-La como la de Calabuch parecen  haber conseguido crear una organización cultural que hace frente al instinto agresivo y auto destructivo inherente al ser humano: la primera, desde una “sabia moderación”, la otra, desde un anarquismo lúdico.

Fotograma de 'Horizontes perdidos', de Frank Capra.
Fotograma de ‘Horizontes perdidos’, de Frank Capra.

Begoña Siles